5.2.2 – La soledad era esto (1990)

En esta obra la protagonista es una mujer, Elena Rincón, que, como Laura de El desorden de tu nombre, es víctima de su marido – ya el apellido “Rincón” parece asignarle designar un espacio físico marginal. Su cónyuge la deja sola y ociosa en casa, porque da más importancia a su carrera y a los adulterios que acomete mientras viaja al extranjero.
Como Laura, Elena no es una mujer pasiva. Al principio de la novela la protagonista está llegando al clímax de una crisis personal, provocado por la adicción al hachís, por su estado mental y relaciones interpersonales prácticamente muertas1. Su estado se encuentra simbolizado por sus piernas, de las cuales sólo una está depilada, mientras la otra, desde el funeral de su madre, no. Parece que la protagonista esté con un pie en el presente y otro en el pasado. El comienzo de lo que se convierte en su solución le llega al encontrar el diario de su madre, muerta. Este descubrimiento le da la oportunidad de reconciliarse con ella a través de una identificación que se basa fundamentalmente en una coincidencia de estados corporales: sus sufrimientos físicos son iguales, y Elena es adicta al hachís, como su madre lo era al alcohol.
El diario le permite además leer las descripciones que su madre hizo de ella, descubriendo así nuevas facetas de su pasado y de ella misma2.
Elena es madre a su vez, y lee en el diario de su madre que la maternidad para ella fue algo doloroso:

Yo sufrí mucho con los tres para darles luz y me han quedado secuelas de los partos. […] mi útero está descolgado por una especie de flojera de ligamentos a que estaba sujeto. Eso hace que se desplome sobre la vagina arrastrando a la vejiga su caída. Por eso, al toser o al reírme con fuerza se me escapa involuntariamente algo de orina y por eso también vivo con esa sensación de que algo, dentro de mí, ha cambiado de lugar3

De esta toma de conciencia Elena empieza su reacción, y, a través del aprendizaje de la soledad y la escritura de un diario donde se autoanaliza, cumple su metamorfosis:

Mi madre me mostró el estrecho pasillo y las mezquinas habitaciones por las que debería discurrir mi existencia, pero al mismo tiempo me dio un mundo para soportar ese encierro o para hacerlo estallar en mil pedazos. Me dio todo lo bueno y todo lo malo al mismo tiempo y confusamente mezclado, pero me dejó su butaca y su reloj: la butaca para que me sentara a deshacer la mezcla y el reloj para medir el ritmo de la transformación4

Como gesto simbólico Elena se depila también la otra pierna, como si quisiera dar una vuelta a su situación. Empieza a escribir su diario, ahora que tiene la misma edad de su madre cuando escribía el suyo – cuarenta y tres años –, retomando lo que ella le ha dejado y al mismo tiempo trazando un nuevo destino:

Esta noche he descubierto por qué no soy vulgar. Verás, de pequeña soñé que hacía un hoyo en la playa y descubría una moneda. Pensé que si conseguía mantener el puño cerrado, con la moneda dentro, al amanecer seguiría en mi mano. Cuando desperté había desaparecido, pero esa misma mañana, en la playa, cavé un hoyo y volví a encontrarla. Por eso no me he sometido, como mis hermanos, a las imposiciones de la realidad, porque todavía creo que los sueños son realizables5

Y más adelante en el diario vuelve a reflexionar sobre el asunto:

Esta ciudad es un cuerpo visible, pero la visibilidad no es necesariamente un atributo de lo real. Quizá no exista ni existamos nosotros, del mismo modo que no existió aquel tesoro que encontré en la playa. Todavía no sé si la revelación debe ponerme triste o excitarme, porque si bien es cierto que ese hallazgo constituyó una mentira, no es menos cierto que alguien en quien su propia madre realizó un sueño de ese tamaño está obligada a buscar un destino diferente6

El destino que busca Elena es diferente del de su madre, que parece representar aquella generación de mujeres del franquismo que han renunciado a su individualidad, destinadas solamente a reproducirse mecánicamente y a pensar en función de sus hijos. A través del diario, Mercedes reivindica el hecho de querer escribir sobre su páncreas y no sobre sus hijos, o sea tomarse su espacio y dedicárselo a sí misma, a su cuerpo; Elena rechaza la mecanización de la maternidad, y mientras espera mejorar la relación con su hija, piensa que si logra hacer su metamorfosis su hija y ella quedarán unidas por un hilo invisible, un hilo orgánico a partir del cual, tal vez, se empiece a construir un tejido nuevo en el que cada una de ellas, con el transcurrir de los años, ocupará un lugar precioso”7. Otra vez, como en El desorden de tu nombre, la madre planea romper el círculo vicioso y liberar a su hija del peso generacional.
Además de escribir su diario, que le permite imaginar una realidad nueva, Elena llama de forma anónima a un detective y le encarga que escriba informes sobre su marido, que descubre ser un adúltero.
Una vez cansada de leer sobre la vida de su marido – hasta irá a vivir sola para acelerar su metamorfosis – Elena le pide al detective escribir informes sobre ella misma: si antes había dejado de verse sólo en función de madre, ahora rechaza también subordinar sus intereses a los de su marido, concentrándose en sí misma:

[el detective] dice cosas de mí que yo ignoraba y eso, además de divertirme mucho, me reconstruye un poco, me articula, me devuelve una imagen unitaria y sólida de mí misma, pues ahora veo que gran parte de mi desazón anterior provenía del hecho de percibirme como un ser fragmentado cuyos intereses estuvieran dispersos o colocados en lugares que no me concernían8

De esta manera entra en la novela un cuarto texto: el del narrador externo, el diario de su madre, el diario de Laura y ahora estos informes. Son cuatro puntos de vista diferentes, cuatro narradores en una novela que parecen aludir al yo fragmentado de Elena, a su «personalidad llena de contradicciones, poliforme y multidimensional»9. Parece que, como Laura de El desorden de tu nombre, Elena busque su identidad a través de la escritura. Sin embargo, por un lado Elena se rebela, pero por otro obtiene su existencia “sólida” a través de tres escritores que la vuelven en un personaje de sus cuentos – ella misma después, con su diario, se reinventa como personaje por la cuarta vez. Como en El desorden de tu nombre, parece no haber identidad sino la que se crea a través de la escritura, como parece no haber realidad además de la ficción.
Vemos ahora la descripción que da el detective de Enrique, el marido de Elena, que parece conectarse a la generación de arribistas sin escrúpulos:

Yo podría decir que este sujeto objeto de la investigación en curso, pertenece a una familia de la clase media de aquellas que alcanzaron cierto nivel económico en los sesenta. Podría añadir que estudió Derecho, en cuya Facultad conoció a la que hoy es su esposa, Elena Rincón, y que participó activamente en los movimientos estudiantiles de la época llegando a militar en un partido de izquierdas hoy desaparecido o deglutido, quizá, por los partidos que en la actualidad ocupan el poder o su periferia [...] En mi opinión [...] jugó a la revolución en su momento y después, como tantos otros, se fue adaptando poco a poco a sus necesidades gastronómicas y sexuales. Sin ninguna ruptura, en una transición imprescindible y lenta que lo condujo a los aledaños del poder donde hoy se encuentra confortablemente instalado. Conozco bien a estos tipos, dejaron tirados en el camino a sujetos como yo, que – preciso es confesarlo – carecimos de la inteligencia precisa o la falta de escrúpulos necesarios para darnos cuenta a tiempo de lo que iba a suceder. Para ellos ser detenidos era una insignia, algo así como una herida de guerra, pero para mí supuso tener que abandonar la carrera y mi verdadera vocación criminalista [...] Son lo que fueron siempre, unos señoritos, pero conservan de aquel paréntesis de sus vidas el gusto por el hachís o por la cocaína, o por unas músicas que yo no entiendo, porque piensan que eso todavía les hace diferentes. Afortunadamente, algunos de ellos han agarrado un cáncer o un SIDA que les haces sudar en clínicas de renombre internacional donde cuidan su muerte como en otra época lamían su imagen. Son unos cabrones, unos hijos de puta, y Enrique Acosta es el mayor de ellos todos [...]10

Al contrario que Elena, Enrique, como afirma explícitamente, quiere ser vulgar: «Yo quiero ser vulgar desde hace mucho tiempo [...] porque deseo ser feliz»11; él se ha metido en política y está centrado en su carrera, desinteresándose de los problemas psicológicos de su mujer, que hasta le fastidian.
Según la lógica de Enrique, la corrupción es necesaria en los sistemas, y su apego al dinero viene del hecho de que, como él dice, todos vivimos en un infierno que elegimos, y a él le gusta ser rico así puede comprarse el infierno que prefiere – notemos que al principio Millás presentó esta obra con el título Un infierno propio.
Como afirma Gutiérrez, Elena representa una mujer que quiere tener un estilo de vida más cercano a sus ideas revolucionarias de la juventud, pero al mismo tiempo goza de su estado burgués, del dinero de su marido. Enrique representaría a aquellos hombres que “han jugado a hacer la revolución”, militando en un partido de izquierdas que después ha pactado con el poder central:

El hecho de presumir de haber sido detenidos en su primera joventud – época coincidiente con el régimen franquista – es hecho comprobable en las declaraciones de muchos personajes de la política real [...] si uno se acerca a la prensa de esos años12

Millás acusa los hombres como Enrique de haber jugado a la revolución. Dice que ahora conservan el gusto por el hachís y la cocaína, escuchan un tipo de música que les hace pensar que son diferentes, pero se han degradado. La historia de Enrique Acosta parece la de la persona real Enrique Tierno Galván, que con su PSP que fue incorporado por el PSOE en 1979. Así se ve la trayectoria de Enrique, que ha militado en la izquierda y ahora se ha olvidado de sus ideales. El detective que estudió Derecho como Enrique representa el intelectual español, y es el antagonista de Enrique.
Notamos que Enrique es un nombre “raro” en las obras de Millás. Decimos esto porque si leemos sus obras vemos como casi todos los personajes llevan nombres similares. Debido a este hecho, pienso que no hay que discuidar la posibilidad de una alusión a Enrique Tierno Galván, al que Millás habría añadido el apellido “Acosta”, que parece proceder del verbo “acostarse”, o sea en este caso alguien que ha “puesto a dormir” su espíritu, sus memorias. Otra posibilidad es que “acosta” se refiera al hecho de acostarse con el enemigo, al hecho de pactar y pasar al otro lado por conveniencias personales.
En conclusión Enrique forma parte de la máquina social asfixiante, es esclavo de la sociedad que ha contribuido a crear. Por lo contrario, su mujer, como ella misma afirma, a través de la escritura, ha llegado, si no a su identidad, por lo menos a un mejor conocimiento de la realidad:

Hay dos hombres discutiendo en la calle, frente a mi terraza; forman parte de esa sociedad, de esa máquina que Enrique, mi marido, representa tan bien. Viven dentro de una pesadilla de la que se sienten artífices. Cuando despierten de ese sueño, les llevaré una vida de ventaja13



1 Camilla Segura, “La soledad era esto de Juan José Millas: La reconstrucción de un yo fragmentado”, http://www.lehman.edu/ciberletras/v12/segura.html
2 Ibid
3 Juan José Millás, La soledad era esto, Trilogía de la soledad, Madrid: Alfaguara, 1996, p. 190
4 Ibid, p. 242
5 Ibid, p. 203
6 Ibid, p. 242
7Camilla Segura, “La soledad era esto de Juan José Millas: La reconstrucción de un yo fragmentado”, cit.
8 Millás, Juan José. La soledad era esto, p. 228
9 David Ruz Velasco, “La soledad era esto y la postmodernidad - El sujeto descriptivo, el sueño mimético y la antípoda”, http://www.ucm.es/info/especulo/numero11/millas.html
10 Juan José Millás, La soledad era esto, cit., p. 199, 200, 201, 202, 203
11 Ibid, p. 230
12 Fabián Gutiérrez, Como leer a Juan José Millás, cit., p. 142

13 Millás, Juan José. La soledad era esto, cit., p. 276