5.3.1 - Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995)

Ponemos Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995) como comienzo de una tercera etapa literaria de Millás. Esta obra, por la misma admisión del autor, representaría un cambio en su producción literaria.
El protagonista y narrador, Jesús, trabaja «para el Estado en la papelera [...] quince mil puestos de trabajo y yo era el responsable de los recursos humanos, hasta aquí de problemas y con un sueldo estatal»1. Su mujer, Laura, trabaja como forense en la sanidad pública. Ella es una persona “normal”, adecuada a la sociedad, y acepta las perversiones violentas del marido, que le deja manchas azules en su cuerpo. Se ve entonces que, como en Visión del ahogado, el hombre parece necesitar descargar en el cuerpo de la mujer pasiva su propia falta de substancia. La mujer, al contrario de El desorden de tu nombre y La soledad era esto, parece haberse adecuado, y ya no pone en cuestión la cosilla de la realidad que le compite.
En la empresa del narrador entra un “equipo socialdemócrata”, con la orden de venderla. Asustan así los trabajadores “viejos” y después los echan, reemplazándolos con sujetos más jóvenes, “económicos” y sin escrúpulos.
El narrador queda despedido. Debido a esto empieza para él un proceso de “desrealización”, que le quita las certidumbres, y sobre todo la identidad:

Yo, lanzado a la vida,ocupado en disimular mi deficiencia, mi subnormalidad, había ido cerrando puertas que me alejaban de aquel niño, de aquel barrio lleno de casas húmedas y arrugadas como una caja de zapatos expuesta a la intemperie2

El narrador se da cuenta de que su identidad era ficticia, que en realidad él es un oligofrénico que siempre había fingido ser normal. Él se ha tomado en serio el papel que se le ha asignado en el trabajo, cuando en realidad la suya es apenas una mise en scène. La mimicry así degenera, creando una grotesca prótesis que adhiere a la piel y castra todo impulso de naturaleza.
La primera reacción del narrador es ponerse otra prótesis: unos bigotes postizos, que le devuelven otra identidad ficticia y lo relajan. Después se confunde con Olegario, el personaje de los relatos que él mismo cuenta a su hijo.
Empieza a mirar el mundo desde otra perspectiva, empieza a descubrirlo al mismo tiempo que descubre nuevos lados de sí mismo, lados que había mascarado con su trabajo. Le vuelven a la cabeza los recuerdos y la fantasías que había tenido desde niño, y lentamente su presente, su ser, vuelve a conectarse con su infancia, con los cimientos de su personalidad construidos de niño. Se acuerda que él es tonto, porque siempre le había parecido ser diferente de los demás. Se acuerda de estar muerto, porque en sus fantasías había perdido su vida apostándola con la muerte. Se acuerda de ser un bastardo, porque había tenido la fantasía de haber los padres equivocados. Descubre ser invisible, porque pertenece a otro mundo. Oye en fin el niño llorar en su pecho, el niño que era él mismo y que había olvidado desde hace mucho tiempo.
Todos estos sus lados le devuelven su personalidad fragmentada, como en La soledad era esto, donde la protagonista necesita de cuatro textos para reconstruirse. La diferencia fundamental es que aquí el protagonista parece rechazar los puntos de vista exteriores: todos los lados de su personalidad brotan de dentro de él, sin ninguna aportación exterior – la realidad parece encubrir, más que descubrir su ser. Parece que en esta obra empezó el solipsismo de Millás, destinado a florecer en Lo que sé de los hombrecillos.
Una vez que el protagonista pone al descubierto la prótesis ficticia detrás de su existencia, pone en cuestión toda la realidad, que descubre ser una creación de su cabeza, y de ahí la recrea. Descubre que a lo mejor sus jefes y los gobernantes son también oligofrénicos como él, que disimulan y fingen ser normales. Compra un producto para tratar a las naturalezas muertas para arreglar sus bigotes, y descubre que funciona también para su calvicie – él, en fin, está muerto; lo comercializa como champú y este producto se vuelve en una droga para todos los políticos y las personas importantes – concluye que ellos también están muertos. Ve en una pareja de daneses su verdaderos padres, y los salva matando a un presunto tramposo.
Decide no decirle nada a su familia del despido, y con el dinero de la indemnización alquila un piso donde va cuando finge salir para ir a trabajar. Allí se encierra y escribe su vida: paradójicamente sólo la ficción literaria puede devolverle una imagen unitaria de sí mismo, mientras que la realidad está fragmantada. Como afirma el narrador, «escribir era al fin una experiencia real [...] mi verdadero cuerpo me esperaba sobre la mesa para que continuara construyéndolo»3. Escribir para él parece ser una manera de descolocarse fuera de sí mismo y mirarse desde un punto de vista exterior. De esta manera puede construirse, puede inventarse como personaje – como ya había hecho Julio en El desorden de tu nombre:

Comprendí entonces, escribiendo, que no se puede vivir sin cuerpo, es imposible, pero para llegar a él has de negarlo colocándolo fuera de ti, en una vaca o en un mueble, o bien, en un conjunto de hojas del Estado sobre las que vas bordando, como en un tapiz, las letras que constituyen la musculatura de tu vida4

Parece que, como en El desorden de tu nombre, un personaje puede sentirse real sólo reconstruyéndose dentro de la ficción.
Jesús, en su rutina diaria, incluye visitas a un sex-shop, donde se enamora de una prostituta china y juega con ella a reconstruir su vida, su realidad. Un día encuentra a Luis, un compañero de la infancia que era un gángster y jefe absoluto de la calle. Ahora este personaje ha llegado a ser un hombre importante, y pertenece a la casta de aquellos que lo han expulsado de su trabajo. Descubre que la prostituta china es una propiedad de Luis, que a su vez es un testaferro de políticos influyentes: hay toda una mafia “legal” detrás de la casta que lo ha expulsado. Decide burlarse de la casta, e intercambia la prostituta china con el champú “para naturalezas muertas”.
Con esta conciencia de tener el Universo dentro de sí, de ser universal, el narrador mira al mundo exterior como si estuviera mirando dentro de sí mismo. Se convierte en un «polvo cósmico incapaz de concentrar sus efectos en un solo punto»5. Sueña ser un huevo cósmico6, sin volumen, pero de densidad infinita, anticipando el sueño del huevo como concha en Lo que sé de los hombrecillos, obra que parece representar el punto culminante de la involución del protagonista. Ya en El desorden de tu nombre la historia entera parece ser vivida y al mismo tiempo inventada por el protagonista, como si estuviera dentro y fuera de sí mismo, y en Lo que sé de los hombrecillos encontramos un personaje que, desde que el universo está dentro de cada persona, no tiene la necesidad de salir al exterior para descubrir el mundo y descubrirse a sí mismo, así que permanece a menudo encerrado en casa, fantaseando.
Cuando la mujer de Jesús descubre su nueva vida, va al piso del narrador para intentar convencelo a regresar a casa. Sin embargo, el narrador logra no regresar de su dimensión, y no quedar atrapado en la lógica sentimental de su mujer, que pide entonces el divorcio. Jesús así rechaza también la identidad de padre de familia, mientras piensa que su hijo tendrá que buscar a su verdadero padre, como hizo él. Rechaza en fin también el dinero de la indemnización que le habían dado al despido laboral, dejándoselo a la mujer.
Solo, y sin nada, sigue su viaje dentro de sí mismo, en su estado de universo autocontenido:

[...] follaría todo lo follable sin puntos de vista morales, sin posiciones políticas, desertizado de ese espacio que llaman conciencia, porque los universos carecen de conciencia moral y yo era un universo autocontenido o que se contenía a sí mismo y no necesitaba esa voz, la de la conciencia, que en las novelas se encargaba de rellenar la oquedad moral que constituye la conciencia del relato o la mala conciencia del narrador, según7

Lo que Millás escribe en este fragmento se relaciona a lo que ha escrito Gass sobre la moralidad de los cuentos tradicionales, considerados deliberadamente ingenuos:

History do mostly the same thing: write up the past in a way that will authorize some present misbehaviour. Stories try to keep us naive and trusting. Yes, indeed, they console us. They console us by shielding us from the truth. [...] Occasions like confirmations and schooling, engagements and marriage, children and promotions, raises and retirements, were simply rungs on the way to honour, ownership, and salvation [...]8

Como se puede ver, el matrimonio, las promociones sociales y otros agradecimientos son veículos de un pensamiento tradicionalista. Tonto, muerto, bastardo e invisible se puede considerar un anti-cuento tradicional: el protagonista empieza la novela estando casado y con un trabajo, y la termina sin nada, haciendo el recorrido contrario al de los héroes tradicionales.
El narrador habla de los valores socialdemócratas como características de las clases medias y bajas:

Se paga cualquier precio por eso, por satisfacer un deseo, y aunque es verdad que este precio está corregido por la moral del mismo modo que el escritor público socialdemócrata corrige las desigualdades del mercado, también es cierto que la moral es patrimonio de las clases medias y bajas, que no han evolucionado espiritualmente y se encuentran atrapadas en un conflicto de intereses entre su deseo y el deseo de los otros9

Como Luis de Visión del ahogado, Jesús choquea contra el sistema, rechaza adecuarse a un mundo que no le pertenece y entra en un espacio lúdico y autoreferencial, gozando de la fragmentación y dispersión de su identidad en una selva de personajes “otros”. Sin embargo esta “playfulness” pronto le pasa la factura, y por haber excedido en su mezclar realidad y ficción el protagonista no logra distinguir el mundo real del mudo ficticio. Queda atrapado en su juego, y al final no sabe ni dónde se encuentra.



1 Juan José Millás, Tonto, muerto, bastardo e invisible, México, Alfaguara, 1995, p. 87, 88
2 Ibid, p. 103
3 Ibid, p. 160
4 Ibid, p. 170
5 Ibid, p. 52
6 Ibid, p. 96
7 Ibid, p. 85
8 William H. Gass, Tests of Time – essays by William H. Gass, The University of Chicago Press, United States of America. p 6, 7
9 Juan José Millás, Tonto, muerto, bastardo e invisible, cit, p. 155