Hemos visto
hasta ahora como el adulterio en Millás es un juego. Vemos ahora que
el juego puede degenerar, como explican Huizinga y Callois. En
algunos casos de un acto libre el juego puede convertirse en algo
institucionalizado, perder su carácter de arbitrariedad y
fosilizarse como norma. Huizinga afirma por ejemplo que los
innovadores, los outlaw,
tienen la tendencia de formar un nuevo grupo, con carácter
profundamente lúdico, que choca con la sociedad a la que pertenecen.
Sin embargo, una vez que el grupo se estabiliza, lo que antes era
juego se convierte en institución, y el grupo en nueva sociedad.
Aplicando este
concepto a los adulterios de Millás, vemos que los adúlteros tienen
mucho cuidado evitando que su relación se formalice, se vuelva
institución y tome posesión de sus vidas. En El
desorden de tu nombre,
por ejemplo, Laura, matando a su marido, rompe el esquema social de
la familia patriarcal, heredado de la política franquista, pero al
mismo tiempo no se casa con su amante. Su amante, por otra parte,
parece tener la misma filosofía: «[...] pensaba que todo adúltero
está expuesto a padecer tal clase de reduplicación, pues cuando una
relación ilícita comienza a institucionalizarse surge la enfermiza
necesidad de ser desleal también respeto a esa relación»1.
En el cuento
Adulterio
el adúltero sigue pasando del juego a la institucionalización, para
regresar después al juego:
Tengo
poco carácter y siempre que desde el matrimonio me han empujado al
divorcio, o desde el adulterio al matrimonio me he dejado llevar por
no parecer descortés. Pero para mí siguen siendo dos instituciones
distintas, aunque complementarias2
Aquí la alternancia entre juego
y realidad no hace degenerar el juego, que es simplemente construido,
destruido y reconstruido arbitrariamente.
La verdadera
degeneración se da en El
secador y la liga3,
donde el adúltero se equivoca al entregar los regalos y da el regalo
destinado a su mujer a la amante y el destinado a su amante a su
mujer. De esta manera empieza a confundirlas, las llama a una con el
nombre de la otra, hasta que muere entre los brazos de su amante
pensando que sea su mujer. Este puede ser considerado el caso en que
el adúltero pierde la distinción entre el juego institucionalizado,
o sea los esquemas sociales – representados por la esposa – y el
espacio lúdico, o sea el juego libre – representado por la amante.
Otra
degeneración del juego se da en Tonto,
muerto, bastardo e invisible.
En este cuento el narrador decide, llegado a un determinado punto,
pedir un encuentro con la prostituta china fuera del sex-shop. El
narrador rompe lo que era el espacio cerrado del juego, lo lleva
“afuera”. De esta manera empieza a confundir la “realidad dada”
con el juego arbitrario, hasta que al final pierde completamente la
cosciencia del espacio y no logra distinguir si se encuentra dentro o
fuera del sex-shop.
Una desviación
de este tipo se da en Lo
que sé de los hombrecillos.
En el capítulo veintiocho, la
mujer del narrador tiene que viajar al extranjero para acudir a un
encuentro internacional de rectores. El encuentro dura una semana, en
la que la bebida, el fumar y las prácticas onanísticas toman el
control del protagonista, que, estando solo en casa, puede entregarse
a sus vicios sin tomar ninguna precaución para no ser descubierto.
Mientras el narrador delira, se imagina como su mujer reaccionaría
viéndolo así, en aquel estado de degradación, y piensa en tres
fantasías:
En
una de esas escenas imaginadas ella huía corriendo y al poco
aparecían unos camilleros que me inyectaban algo y me sacaban de la
casa. En otras, ella perdía el conocimiento y era yo quien tenía
que prestarle ayuda. Pero había una en la que se acercaba adonde yo
yacía y me preguntaba con dulzura qué ocurría y yo le contaba que
aquello llevaba ocurriendo en realidad toda la vida, toda mi vida,
desde que tenía memoria, aunque me había resisitido a ello como el
que se resiste a caer al fondo de un despeñadero, asido
desesperadamente a una raíz que se había roto durante aquellos días
en los que me había dejado solo. Y al contárselo lloraba y aquellas
lágrimas excitaban a mi mujer, que se arrancaba el vestido y la ropa
interior y me ofrecía en medio de aquella confusión cada una de las
partes de su cuerpo con la desenvoltura con la que la mujercilla me
había ofrecido cada una de las partes del suyo4
La última de las tres fantasías
es la que asocia el papel de madre a la mujer: en esta fantasía la
mujer se vuelve comprensiva, dulce, y al mismo tiempo el narrador se
excita sexualmente.
De alguna manera el narrador,
entonces, ha asociado las características de la mujercilla –
excitación sexual y cuidado materno – a su esposa, confundiéndolas
y amenazando así el orden de las cosas.
Este punto es de hecho el momento
del cuento en que el narrador cae “más bajo” con sus vicios, y
es aquí cuando se da el peligro mayor.
Afortunadamente para el narrador,
en el capítulo veintinueve logra parar la situación de caída y
mata a un bogavante en lugar de un hombre, y en el capítulo treinta
el hombrecillo desaparece, permitiéndole dejar sus vicios y limpiar
y arreglar la casa – limpiando y arreglando al mismo tiempo sus
pensamientos.
Nos
preguntamos ahora qué riesgos está corriendo el narrador, teniendo
en consideración que éste es un adulterio particular, o sea un
adulterio completamente ficticio, en el que la amante no tiene nada
que ver con una amante real.
Señalamos
ante todo que en
Cuentos de adúlteros desorientados
Millás había afirmado haber omitido hablar conscientemente
de los adulterios platónicos (o mejor dicho “fantásticos”), y
al mismo tiempo que a lo mejor en el futuro irían a ser material de
otro libro – como de hecho ha pasado con Lo
que sé de los hombrecillos:
Apenas
hay cuentos de adulterios platónicos porque el adulterio platónico
no implica el tipo de riesgos morales y físicos que creemos
inherentes a la infidelidad real. El adúltero imaginario corre otros
peligros, a veces más fuertes que los reales, que quizá en el
futuro sean material de otro libro5
El adúltero imaginario corre
otros peligros con respecto a los que corren los adúlteros “reales”.
El adulterio
con otra mujer se contrapone a las normas sociales y puede por lo
tanto ser sancionado por la sociedad, porque la sociedad parece temer
la posibilidad de una revolución de las costumbres, de una
sublevación de lo establecido, como pasa en El
desorden de tu nombre.
El
protagonista de Lo
que sé de los hombrecillos,
por lo contrario, no sabe decidirse entre una mujer real y una mujer
fantástica:
Y
ahí estaba yo, dibujando sobre las sábanas, con su cuerpo y con el
mío, caligrafías en las que no era posible reconocer ninguna
escritura, al menos ninguna escritura de este mundo, porque nos
encontrábamos en otro. Y ese otro mundo poseía una calidad de real
semejante al de los hombrecillos, de modo que a veces, pese a las
diferencias entre el cuerpo de la mujercilla y el de mi esposa (uno
era redondeado y el otro afilado), ambos se confundían en mi
imaginación de tal manera que las poseía simultáneamente a las
dos6
Vemos que las
dos mujeres, representantes de los dos mundos, empiezan a confundirse
entre sí7.
La alucinación llega del hecho de que el narrador está con un pié
en la realidad y otro en la ficción; de esta manera está
transformando lentamente su relación real en una relación
fantástica, y está tomando el mundo de los hombrecillos como
esquema para evaluar la realidad, para relacionarse con las personas.
No nos sorprende entonces que el narrador tenga la tendencia a
cerrarse en casa, a evitar las relaciones sociales – como cuando
por ejemplo intenta evitar hablar con su honrado huesped, Honorio
Gutiérrez – porque el narrador está reconstruyendo, dentro de su
casa y dentro de su cerebro, un mundo imaginario, dentro del cual no
hay lugar para una realidad que sea otra distinta de la que él se ha
creado.
Esta actitud
parece derivar del hecho de que el protagonista de Lo
que sé de los hombrecillos,
al contrario que otros personajes como Laura de El
desorden de tu nombre,
ha renunciado a cambiar la realidad, ha renunciado a «esa ambición
que disfracé, como todo el mundo, de una coartada noble: la de
cambiar las cosas para mejorarlas»8.
Ahora, como hemos visto, el teatro de batalla entre el lado derecho y
el lado izquierdo de las cosas se da en el interior del protagonista.
El peligro de este adulterio proviene del hecho de que el narrador
está haciendo algo totalmente estéril, se está encerrando en su
mundo “biológico” e individual donde no puede tener contactos
con las otras personas.
Como leemos en la novela cuando
el protagonista mira a la mujercilla deponer los huevos, el narrador
ni siquiera logra describir sus experiencias, porque éstas parecen
no someterse al lenguaje – que es en definitiva el conjunto de
acuerdos que permite la comunicación entre los hombres:
[…]
se me estaba revelando uno de los secretos de la existencia, un
secreto de orden biológico – pero también sutilmente económico –
que me era dado sentir, y que recordaría el resto de mi vida, pero
cuya esencia jamás podría expresar, como lo demuestra esta torpe
acumulación de palabras, más torpes cuanto más precisas pretenden
resultar9
En su mundo el
narrador rechaza completamente
cada posible conexión con la realidad y con los otros hombres,
porque la realidad le parece absurda y por esto la desestima.
También los esquemas racionales
parecen caer, en este juego autodestructivo:
Jamás
había asistido a un suceso tan hermoso ni tan turbador como el de
aquel desove, pues se trataba al mismo tiempo de una acción
meramente biológica y puramente metafórica. No soy capaz, por el
momento, de explicarlo mejor, pues nunca hasta entonces me había
sido dado asistir a un suceso que parecía real e imaginario de forma
simultánea. O psicológico y físico a la vez. O moral y orgánico
al tiempo. O económico y biológico de golpe10
Vemos que en este fragmento el
narrador sigue acumulando palabras, juntando los opuestos entre sí,
como si quisiera formar otra vez el huevo primitivo en el que los
opuestos están fundidos.
Jugando el
narrador se encierra en su concha, en su huevo primordial donde no
hay aún la idea de conciencia. Como escribe Bachelard, «La concha
es un caldero de hechicera donde hierve la animalidad»11,
y de hecho los únicos seres que caben en la concha del narrador son
los hombrecillos, que parecen encarnar la idea de “animalidad”.
Un ejemplo es el hombrecillo del narrador, que mata cuando le da la
gana porque las leyes de su mundo son diferentes de la leyes de los
hombres: no existe estatuto moral, y no hay justicia ni venganza en
el mundo de los hombrecillos.
Como ya hemos
dicho, en “Mujeres grandes”, cuento breve antecedente a Lo
qué se de los hombrecillos,
estos seres ya aparecen en la producción literaria de Millás. Así
los describe el narrador:
Creo
que no tenían ningún rasgo de carácter en particular. No eran ni
buenos ni malos, ni locos ni cuerdos, ni ignorantes ni sabios.
Conocemos las cualidades morales de las hadas, y de las brujas, pero
los hombrecillos de mi madre carecían de un estatus moral.
Simplemente, eran hombrecillos. Esto, que de mayor me produce alguna
perplejidad, de pequeño me parecía normal. Si habías conseguido
ser un hombrecillo, no necesitabas ser otras cosas. Sólo los hombres
necesitan ser ingenieros o periodistas o abogados12
Como podemos ver, los
hombrecillos carecen de moralidad, no la necesitan. Lo bueno y lo
malo son categorías “económicas”, pero los hombrecillos son
“biológicos”, o bestiales.
Tampoco los
hombrecillos necesitan darse una identidad: tienen todos el mismo
traje gris, que forma parte de su piel, mientras que la mujercilla
está vestida con su ropa interior, que forma también parte de su
piel. Si analizamos otros cuentos de Millás vemos que esto es muy
importante. En Laura
y Julio
Julio crea su personalidad desde su ropa hasta llegar a su piel, a
sus músculos y a sus huesos; cuando quiere mudar de identidad, se
pone la ropa del vecino. En El
desorden de tu nombre
el protagonista masculino quiere robarle la identidad a otro
escritor, y lo hace poniéndose su ropa. Los hombrecillos no eligen
su traje, y esto se convierte en un rechazo de cualquier discurso
sobre la identidad, sobre la posibilidad de clasificarlos. El mismo
título de la obra, “Lo
que sé de los hombrecillos”,
denota una falta de conocimiento: el narrador habla de lo que sabe de
estos seres, porque una descripción completa es imposible.
El “centro”
del mundo de los hombrecillos – si aquel mundo tiene un verdadero
centro – parece ser la habitación de la mujercilla, ser atractivo
y venenoso al mismo tiempo, que quita al narrador la posibilidad de
razonar y le enseña sus deseos encubiertos. Ella parece ser el
principio de toda la población de hombrecillos, su reina tiránica y
absoluta.
La mujercilla se parece
perfectamente a la Gran Madre de la que habla Neumann:
The Terrible Mother
is an enchantress who confuses the senses and drives men out of their
minds. No adolescent can withstand her; he is offered up to her as a
phallus. Either this is taken by force or else, overpowered by the
Great Mother, the frenzied youths mutilate themselves and offer up
the phallus to her as a sacrifice.
Madness
is a dismemberment of the individual, just as the dismemberment of
the body in fertility magic symbolizes dissolution of the personality
[...] the Great Mother is therefore the soceress who transforms men
into animals – Circe, mistress of the wild beasts, who sacrifices
the male and rends him13
El encantamiento de la Gran Madre
hace retroceder el narrador a su estado primitivo, o infantil, cuando
aún no tenía idea de cómo uno tenía que comportarse en la
sociedad, y era aún una creatura bestial.
Vemos entonces como la dicotomía
biología – economía puede ser vista también como dicotomía
entre fantasía y realidad, entre discurso racional e instinto
bestial.
Como afirma
Millás en sus entrevistas, sin embargo hay que pactar, ya lo hemos
visto. Pacta el narrador con los hombrecillos como pacta el autor de
metaficción cuando juega a confundir realidad y ficción. En
Fantasía
y realidad Millás
habla de la frontera entre estos dos polos:
Y
es que todo se puede pensar, pero no se puede hacer. Esa línea que
marca la frontera entre la idea y la realidad es también la que
separa a los locos de los cuerdos. Cuando uno cree que no existe
distinción alguna entre imaginar un secuestro y llevarlo a cabo, es
que uno está hecho polvo y debe acudir cuanto antes a un servicio de
salud mental para que el ayuden a restablecer los límites entre una
cosa y otra. A mí me gusta mucho el ejercicio retórico de confundir
la ficción con la realidad, para jugar a no saber si estoy en este
lado o en aquel. Pero se trata, digo yo, de un ejercicio retórico,
así que procuro no acabar en la cárcel, sobre todo porque las
cárceles suelen ser muy reales y no me gusta pasar mucho tiempo
seguido en la realidad14
Si, como hemos
dicho, el adulterio puede ser una metáfora de la literatura y de la
exploración de nuevos mundos, el peligro para el narrador es el de
quedarse atrapado en mundos imaginarios para no regresar a la
realidad. Es un problema que a lo mejor interesa también a Millás:
acordémonos de lo que hemos dicho sobre el hecho de que el narrador
puede ser una manera del autor de mirarse en un espejo, de conocerse.
Millás entonces estaría haciendo metaliteratura, estaría
reflexionando sobre el riesgo de un escritor de quedarse esclavo de
su mundo fantástico, de rechazar en
toto
la sociedad y sus juegos institucionalizados y quedarse atrapado en
su individualismo anárquico y autoreferencial. El “adulterio
ideal” consistiría en traicionar la realidad con la literatura,
pero teniendo cuidado de no “casarse” con la ficción.
1
Juan
José Millás, El
desorden de tu nombre,
cit., p. 30
2
Juan
José Millás, Cuentos
de adúlteros desorientados,
cit., p. 92
3
Ibid,
p. 99
4Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 169, 170
5
Juan
José Millás, Cuentos
de adúlteros desorientados,
cit., p. 11
6Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 170, 171
7
La
confusión entre mujeres es un tema al que Millás parece haber dado
muchas vueltas. Ya Luis, personaje de Visión
del ahogado,
no sabe decidirse entre dos mujeres, y en el adulterio de El
desorden de tu nombre
el protagonista confunde en sus visiones la amante con la ex amante
fallecida, quedándose esclavo del pasado, de los recurerdos. El
percurso que ha hecho entonces es el de olvidarse de las obsesiones
del pasado, simbolizadas, como dice Fabián Gutiérrez, por su
alucinación que le hace oir La internacional, himno socialista que
representa los movimientos socialistas del pasado a los cuales el
protagonista había tomado parte. Una vez que el protagonista logra
liberarse, deja de oir La internacional y queda libre de su pasado.
Como dice irónicamente Millás «El "efecto memoria"
resulta dañino para el progreso de las personas. Si uno quiere ser
alguien, es preciso olvidar, aunque se convierta en otro. Es mejor
ser otro con una cuenta corriente saneada, que ser el mismo
vendiendo pañuelos en un semáforo. Antes de abrazar una nueva fe,
sea analógica o digital, religiosa o política, descárguese del
todo de la anterior y busque un enchufe» [Juan
José Millás, De
nada,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento005.htm]
8
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 39
9
Ibid,
p. 49
10
Ibid,
p. 50
11
Bachelard
Gastón, La
poética del espacio,
cit., p. 107
12
Juan
José Millás, Los
objetos nos llaman,
cit., p. 17
13
Erich
Neumann, The
Origins and History of Consciousness,
cit, p. 61
14
Juan
José Millás, “Fantasía y realidad”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/cuerpo_100.htm