4.6 – La degeneración del juego

Hemos visto hasta ahora como el adulterio en Millás es un juego. Vemos ahora que el juego puede degenerar, como explican Huizinga y Callois. En algunos casos de un acto libre el juego puede convertirse en algo institucionalizado, perder su carácter de arbitrariedad y fosilizarse como norma. Huizinga afirma por ejemplo que los innovadores, los outlaw, tienen la tendencia de formar un nuevo grupo, con carácter profundamente lúdico, que choca con la sociedad a la que pertenecen. Sin embargo, una vez que el grupo se estabiliza, lo que antes era juego se convierte en institución, y el grupo en nueva sociedad.
Aplicando este concepto a los adulterios de Millás, vemos que los adúlteros tienen mucho cuidado evitando que su relación se formalice, se vuelva institución y tome posesión de sus vidas. En El desorden de tu nombre, por ejemplo, Laura, matando a su marido, rompe el esquema social de la familia patriarcal, heredado de la política franquista, pero al mismo tiempo no se casa con su amante. Su amante, por otra parte, parece tener la misma filosofía: «[...] pensaba que todo adúltero está expuesto a padecer tal clase de reduplicación, pues cuando una relación ilícita comienza a institucionalizarse surge la enfermiza necesidad de ser desleal también respeto a esa relación»1.
En el cuento Adulterio el adúltero sigue pasando del juego a la institucionalización, para regresar después al juego:

Tengo poco carácter y siempre que desde el matrimonio me han empujado al divorcio, o desde el adulterio al matrimonio me he dejado llevar por no parecer descortés. Pero para mí siguen siendo dos instituciones distintas, aunque complementarias2

Aquí la alternancia entre juego y realidad no hace degenerar el juego, que es simplemente construido, destruido y reconstruido arbitrariamente.
La verdadera degeneración se da en El secador y la liga3, donde el adúltero se equivoca al entregar los regalos y da el regalo destinado a su mujer a la amante y el destinado a su amante a su mujer. De esta manera empieza a confundirlas, las llama a una con el nombre de la otra, hasta que muere entre los brazos de su amante pensando que sea su mujer. Este puede ser considerado el caso en que el adúltero pierde la distinción entre el juego institucionalizado, o sea los esquemas sociales – representados por la esposa – y el espacio lúdico, o sea el juego libre – representado por la amante.
Otra degeneración del juego se da en Tonto, muerto, bastardo e invisible. En este cuento el narrador decide, llegado a un determinado punto, pedir un encuentro con la prostituta china fuera del sex-shop. El narrador rompe lo que era el espacio cerrado del juego, lo lleva “afuera”. De esta manera empieza a confundir la “realidad dada” con el juego arbitrario, hasta que al final pierde completamente la cosciencia del espacio y no logra distinguir si se encuentra dentro o fuera del sex-shop.
Una desviación de este tipo se da en Lo que sé de los hombrecillos.
En el capítulo veintiocho, la mujer del narrador tiene que viajar al extranjero para acudir a un encuentro internacional de rectores. El encuentro dura una semana, en la que la bebida, el fumar y las prácticas onanísticas toman el control del protagonista, que, estando solo en casa, puede entregarse a sus vicios sin tomar ninguna precaución para no ser descubierto. Mientras el narrador delira, se imagina como su mujer reaccionaría viéndolo así, en aquel estado de degradación, y piensa en tres fantasías:

En una de esas escenas imaginadas ella huía corriendo y al poco aparecían unos camilleros que me inyectaban algo y me sacaban de la casa. En otras, ella perdía el conocimiento y era yo quien tenía que prestarle ayuda. Pero había una en la que se acercaba adonde yo yacía y me preguntaba con dulzura qué ocurría y yo le contaba que aquello llevaba ocurriendo en realidad toda la vida, toda mi vida, desde que tenía memoria, aunque me había resisitido a ello como el que se resiste a caer al fondo de un despeñadero, asido desesperadamente a una raíz que se había roto durante aquellos días en los que me había dejado solo. Y al contárselo lloraba y aquellas lágrimas excitaban a mi mujer, que se arrancaba el vestido y la ropa interior y me ofrecía en medio de aquella confusión cada una de las partes de su cuerpo con la desenvoltura con la que la mujercilla me había ofrecido cada una de las partes del suyo4

La última de las tres fantasías es la que asocia el papel de madre a la mujer: en esta fantasía la mujer se vuelve comprensiva, dulce, y al mismo tiempo el narrador se excita sexualmente.
De alguna manera el narrador, entonces, ha asociado las características de la mujercilla – excitación sexual y cuidado materno – a su esposa, confundiéndolas y amenazando así el orden de las cosas.
Este punto es de hecho el momento del cuento en que el narrador cae “más bajo” con sus vicios, y es aquí cuando se da el peligro mayor.
Afortunadamente para el narrador, en el capítulo veintinueve logra parar la situación de caída y mata a un bogavante en lugar de un hombre, y en el capítulo treinta el hombrecillo desaparece, permitiéndole dejar sus vicios y limpiar y arreglar la casa – limpiando y arreglando al mismo tiempo sus pensamientos.
Nos preguntamos ahora qué riesgos está corriendo el narrador, teniendo en consideración que éste es un adulterio particular, o sea un adulterio completamente ficticio, en el que la amante no tiene nada que ver con una amante real.
Señalamos ante todo que en Cuentos de adúlteros desorientados Millás había afirmado haber omitido hablar conscientemente de los adulterios platónicos (o mejor dicho “fantásticos”), y al mismo tiempo que a lo mejor en el futuro irían a ser material de otro libro – como de hecho ha pasado con Lo que sé de los hombrecillos:

Apenas hay cuentos de adulterios platónicos porque el adulterio platónico no implica el tipo de riesgos morales y físicos que creemos inherentes a la infidelidad real. El adúltero imaginario corre otros peligros, a veces más fuertes que los reales, que quizá en el futuro sean material de otro libro5

El adúltero imaginario corre otros peligros con respecto a los que corren los adúlteros “reales”.
El adulterio con otra mujer se contrapone a las normas sociales y puede por lo tanto ser sancionado por la sociedad, porque la sociedad parece temer la posibilidad de una revolución de las costumbres, de una sublevación de lo establecido, como pasa en El desorden de tu nombre.
El protagonista de Lo que sé de los hombrecillos, por lo contrario, no sabe decidirse entre una mujer real y una mujer fantástica:

Y ahí estaba yo, dibujando sobre las sábanas, con su cuerpo y con el mío, caligrafías en las que no era posible reconocer ninguna escritura, al menos ninguna escritura de este mundo, porque nos encontrábamos en otro. Y ese otro mundo poseía una calidad de real semejante al de los hombrecillos, de modo que a veces, pese a las diferencias entre el cuerpo de la mujercilla y el de mi esposa (uno era redondeado y el otro afilado), ambos se confundían en mi imaginación de tal manera que las poseía simultáneamente a las dos6

Vemos que las dos mujeres, representantes de los dos mundos, empiezan a confundirse entre sí7. La alucinación llega del hecho de que el narrador está con un pié en la realidad y otro en la ficción; de esta manera está transformando lentamente su relación real en una relación fantástica, y está tomando el mundo de los hombrecillos como esquema para evaluar la realidad, para relacionarse con las personas. No nos sorprende entonces que el narrador tenga la tendencia a cerrarse en casa, a evitar las relaciones sociales – como cuando por ejemplo intenta evitar hablar con su honrado huesped, Honorio Gutiérrez – porque el narrador está reconstruyendo, dentro de su casa y dentro de su cerebro, un mundo imaginario, dentro del cual no hay lugar para una realidad que sea otra distinta de la que él se ha creado.
Esta actitud parece derivar del hecho de que el protagonista de Lo que sé de los hombrecillos, al contrario que otros personajes como Laura de El desorden de tu nombre, ha renunciado a cambiar la realidad, ha renunciado a «esa ambición que disfracé, como todo el mundo, de una coartada noble: la de cambiar las cosas para mejorarlas»8. Ahora, como hemos visto, el teatro de batalla entre el lado derecho y el lado izquierdo de las cosas se da en el interior del protagonista. El peligro de este adulterio proviene del hecho de que el narrador está haciendo algo totalmente estéril, se está encerrando en su mundo “biológico” e individual donde no puede tener contactos con las otras personas.
Como leemos en la novela cuando el protagonista mira a la mujercilla deponer los huevos, el narrador ni siquiera logra describir sus experiencias, porque éstas parecen no someterse al lenguaje – que es en definitiva el conjunto de acuerdos que permite la comunicación entre los hombres:

[…] se me estaba revelando uno de los secretos de la existencia, un secreto de orden biológico – pero también sutilmente económico – que me era dado sentir, y que recordaría el resto de mi vida, pero cuya esencia jamás podría expresar, como lo demuestra esta torpe acumulación de palabras, más torpes cuanto más precisas pretenden resultar9

En su mundo el narrador rechaza completamente cada posible conexión con la realidad y con los otros hombres, porque la realidad le parece absurda y por esto la desestima.
También los esquemas racionales parecen caer, en este juego autodestructivo:

Jamás había asistido a un suceso tan hermoso ni tan turbador como el de aquel desove, pues se trataba al mismo tiempo de una acción meramente biológica y puramente metafórica. No soy capaz, por el momento, de explicarlo mejor, pues nunca hasta entonces me había sido dado asistir a un suceso que parecía real e imaginario de forma simultánea. O psicológico y físico a la vez. O moral y orgánico al tiempo. O económico y biológico de golpe10

Vemos que en este fragmento el narrador sigue acumulando palabras, juntando los opuestos entre sí, como si quisiera formar otra vez el huevo primitivo en el que los opuestos están fundidos.
Jugando el narrador se encierra en su concha, en su huevo primordial donde no hay aún la idea de conciencia. Como escribe Bachelard, «La concha es un caldero de hechicera donde hierve la animalidad»11, y de hecho los únicos seres que caben en la concha del narrador son los hombrecillos, que parecen encarnar la idea de “animalidad”. Un ejemplo es el hombrecillo del narrador, que mata cuando le da la gana porque las leyes de su mundo son diferentes de la leyes de los hombres: no existe estatuto moral, y no hay justicia ni venganza en el mundo de los hombrecillos.
Como ya hemos dicho, en “Mujeres grandes”, cuento breve antecedente a Lo qué se de los hombrecillos, estos seres ya aparecen en la producción literaria de Millás. Así los describe el narrador:

Creo que no tenían ningún rasgo de carácter en particular. No eran ni buenos ni malos, ni locos ni cuerdos, ni ignorantes ni sabios. Conocemos las cualidades morales de las hadas, y de las brujas, pero los hombrecillos de mi madre carecían de un estatus moral. Simplemente, eran hombrecillos. Esto, que de mayor me produce alguna perplejidad, de pequeño me parecía normal. Si habías conseguido ser un hombrecillo, no necesitabas ser otras cosas. Sólo los hombres necesitan ser ingenieros o periodistas o abogados12

Como podemos ver, los hombrecillos carecen de moralidad, no la necesitan. Lo bueno y lo malo son categorías “económicas”, pero los hombrecillos son “biológicos”, o bestiales.
Tampoco los hombrecillos necesitan darse una identidad: tienen todos el mismo traje gris, que forma parte de su piel, mientras que la mujercilla está vestida con su ropa interior, que forma también parte de su piel. Si analizamos otros cuentos de Millás vemos que esto es muy importante. En Laura y Julio Julio crea su personalidad desde su ropa hasta llegar a su piel, a sus músculos y a sus huesos; cuando quiere mudar de identidad, se pone la ropa del vecino. En El desorden de tu nombre el protagonista masculino quiere robarle la identidad a otro escritor, y lo hace poniéndose su ropa. Los hombrecillos no eligen su traje, y esto se convierte en un rechazo de cualquier discurso sobre la identidad, sobre la posibilidad de clasificarlos. El mismo título de la obra, “Lo que sé de los hombrecillos”, denota una falta de conocimiento: el narrador habla de lo que sabe de estos seres, porque una descripción completa es imposible.
El “centro” del mundo de los hombrecillos – si aquel mundo tiene un verdadero centro – parece ser la habitación de la mujercilla, ser atractivo y venenoso al mismo tiempo, que quita al narrador la posibilidad de razonar y le enseña sus deseos encubiertos. Ella parece ser el principio de toda la población de hombrecillos, su reina tiránica y absoluta.
La mujercilla se parece perfectamente a la Gran Madre de la que habla Neumann:

The Terrible Mother is an enchantress who confuses the senses and drives men out of their minds. No adolescent can withstand her; he is offered up to her as a phallus. Either this is taken by force or else, overpowered by the Great Mother, the frenzied youths mutilate themselves and offer up the phallus to her as a sacrifice.
Madness is a dismemberment of the individual, just as the dismemberment of the body in fertility magic symbolizes dissolution of the personality [...] the Great Mother is therefore the soceress who transforms men into animals – Circe, mistress of the wild beasts, who sacrifices the male and rends him13

El encantamiento de la Gran Madre hace retroceder el narrador a su estado primitivo, o infantil, cuando aún no tenía idea de cómo uno tenía que comportarse en la sociedad, y era aún una creatura bestial.
Vemos entonces como la dicotomía biología – economía puede ser vista también como dicotomía entre fantasía y realidad, entre discurso racional e instinto bestial.
Como afirma Millás en sus entrevistas, sin embargo hay que pactar, ya lo hemos visto. Pacta el narrador con los hombrecillos como pacta el autor de metaficción cuando juega a confundir realidad y ficción. En Fantasía y realidad Millás habla de la frontera entre estos dos polos:

Y es que todo se puede pensar, pero no se puede hacer. Esa línea que marca la frontera entre la idea y la realidad es también la que separa a los locos de los cuerdos. Cuando uno cree que no existe distinción alguna entre imaginar un secuestro y llevarlo a cabo, es que uno está hecho polvo y debe acudir cuanto antes a un servicio de salud mental para que el ayuden a restablecer los límites entre una cosa y otra. A mí me gusta mucho el ejercicio retórico de confundir la ficción con la realidad, para jugar a no saber si estoy en este lado o en aquel. Pero se trata, digo yo, de un ejercicio retórico, así que procuro no acabar en la cárcel, sobre todo porque las cárceles suelen ser muy reales y no me gusta pasar mucho tiempo seguido en la realidad14

Si, como hemos dicho, el adulterio puede ser una metáfora de la literatura y de la exploración de nuevos mundos, el peligro para el narrador es el de quedarse atrapado en mundos imaginarios para no regresar a la realidad. Es un problema que a lo mejor interesa también a Millás: acordémonos de lo que hemos dicho sobre el hecho de que el narrador puede ser una manera del autor de mirarse en un espejo, de conocerse. Millás entonces estaría haciendo metaliteratura, estaría reflexionando sobre el riesgo de un escritor de quedarse esclavo de su mundo fantástico, de rechazar en toto la sociedad y sus juegos institucionalizados y quedarse atrapado en su individualismo anárquico y autoreferencial. El “adulterio ideal” consistiría en traicionar la realidad con la literatura, pero teniendo cuidado de no “casarse” con la ficción.



1 Juan José Millás, El desorden de tu nombre, cit., p. 30
2 Juan José Millás, Cuentos de adúlteros desorientados, cit., p. 92
3 Ibid, p. 99
4Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 169, 170
5 Juan José Millás, Cuentos de adúlteros desorientados, cit., p. 11
6Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 170, 171
7 La confusión entre mujeres es un tema al que Millás parece haber dado muchas vueltas. Ya Luis, personaje de Visión del ahogado, no sabe decidirse entre dos mujeres, y en el adulterio de El desorden de tu nombre el protagonista confunde en sus visiones la amante con la ex amante fallecida, quedándose esclavo del pasado, de los recurerdos. El percurso que ha hecho entonces es el de olvidarse de las obsesiones del pasado, simbolizadas, como dice Fabián Gutiérrez, por su alucinación que le hace oir La internacional, himno socialista que representa los movimientos socialistas del pasado a los cuales el protagonista había tomado parte. Una vez que el protagonista logra liberarse, deja de oir La internacional y queda libre de su pasado. Como dice irónicamente Millás «El "efecto memoria" resulta dañino para el progreso de las personas. Si uno quiere ser alguien, es preciso olvidar, aunque se convierta en otro. Es mejor ser otro con una cuenta corriente saneada, que ser el mismo vendiendo pañuelos en un semáforo. Antes de abrazar una nueva fe, sea analógica o digital, religiosa o política, descárguese del todo de la anterior y busque un enchufe» [Juan José Millás, De nada, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento005.htm]
8 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 39
9 Ibid, p. 49
10 Ibid, p. 50
11 Bachelard Gastón, La poética del espacio, cit., p. 107
12 Juan José Millás, Los objetos nos llaman, cit., p. 17
13 Erich Neumann, The Origins and History of Consciousness, cit, p. 61
14 Juan José Millás, “Fantasía y realidad”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/cuerpo_100.htm