4.5 – La mujercilla: una amante platónica

Después de haber visto todas las características simbólicas del adulterio según Millás, intentamos aplicarlas a Lo que sé de los hombrecillos. Veremos entonces como en la relación fantástica entre narrador y mujercilla encontramos todos los rasgos típicos de los adulterios millasianos.
Hemos dicho que lo contrario del juego no es lo que es serio sino lo que es real. La mujercilla no es real, se contrapone a la realidad, y esto queda bastante explícito si la comparamos con la mujer del narrador, que es de alguna manera su opuesto. Mujer como realidad entonces, mujercilla como juego.
Los juegos y los adulterios permiten tomar distancia de la vida cotidiana, son formas de salir del orden social, de descolocarse y ver el mundo a través de un punto de vista diferente, de dudar en fin. De hecho, después de las cópulas con la mujercilla, después de las experiencias oníricas dentro de sí mismo, el narrador empieza a mirar el mundo exterior como si éste no tuviera sentido, como si fuera algo opaco y aburrido, si comparado con las experiencias de su mundo interior:

[…] las ocupaciones de la vida cotidiana me parecían cada vez más ilusorias, más vanas, menos consistentes. Las veía, las podía tocar incluso, pero se deshacían entre las manos, como el humo. La economía, disciplina a la que había dedicado mi vida porque creí que era la malla sobre la que descansaba la realidad, además de explicarla, cayó en un profundo discrédito. Un simple huevo de gallina, en cambio, se me revelaba como un acontecimiento profundamente real1

Hemos hablado de la necesidad del juego – y del adulterio – de disponer de un espacio cerrado, un lugar donde se siguen reglas diferentes a las del mundo cotidiano. Si nos paramos a pensar en el mundo del hombrecillo – un mundo imaginario en este caso, como el adulterio del que estamos hablando –, vemos como éste se configura como un espacio que es otro del espacio abitual: es un espacio fantástico, ideal, un espacio que no pertenece seguramente a la vida “real” del protagonista. En el mundo de los hombrecillos hay reglas y costumbres que no son ciertamente los de la sociedad europea contemporánea, en la que vive el narrador. Cuando, por ejemplo, el hombrecillo desahoga su instinto homicida matando a otro hombrecillo no hay policía que lo detenga, ni siquiera hay venganza en el mundo de los hombrecillos, sino pura defensa:

[…] no buscaban justicia, ni siquiera venganza, pues parecían ajenos a conceptos que implicaran una condición política o moral, sino que se defendían de un intruso al modo en que las avispas protegen su panal de los ataques de un enjambre extranjero2

Es un mundo “biológico”, más cercano a los instintos biológicos que son innatos en el hombre.
Veamos ahora reglas, turnos y repetición del juego. El adulterio con la mujercilla parece tener un modelo establecido, que, dado la primera vez, se repite la segunda. En el capítulo catorce hay una escena que se parece a la que el narrador había descrito en el capítulo siete (que citaremos más adelante) – notamos que los mismos números de los capítulos parecen indicar una ciclicidad.

[...] había una suerte de panal en cuyo centro se hallaba de nuevo la mujercilla reina en actitud receptiva para la cópula [...] Como en la ocasión anterior, sólo llevaba encima aquella ropa interior sutil cuyo tejido, que era somático, se relacionaba con su sexo y con sus pechos de un modo inexplicable, pues aunque formaba parte de ellos, su elasticidad le permitía desplazarse para dejar al descubierto la vulva o los pezones.
La mujercilla se dirigió por medios telepáticos al hombrecillo invitándole a subir a su celda, pues había sido elegido de nuevo para consumar la cópula3

Fijémonos en las expresiones “Como en la ocasión anterior”, “de nuevo”, que denotan una repetición cíclica.
Entre narrador y hombrecillo hay también un establecimiento de turnos, basado en un trueque: el narrador satisface las ganas del hombrecillo y éste le proporciona al narrador una “dosis de mujercilla”.
Cuando el hombrecillo quiere una experiencia criminal el narrador se rechaza cumplirla: en el juego existe, como ya hemos dicho, el libre albedrío de cada jugador.
Veamos ahora este adulterio comparándolo con el análisis psicoanalítico que hemos hecho de los otros adulterios. Leemos en el capítulo siete:

En un momento dado, cuando en la plaza no habría cabido ya ni un alfier, la reina, por medios telepáticos, ordenó subir hasta su celda a mi doble pequeño [...] donde se estremeció (me estremecí) ante la mirada anhelante, al tiempo que tiránica, de la mujercilla y sus formas delicadas, a la vez que rotundas4

Una página más adelante se describe la reacción del narrador – y del hombrecillo – ante el cuerpo excepcional que tiene la mujercilla:

Poseído por una curiosidad emocional que me impelía a investigar con detalle cada una de las partes de aquel conjunto de órganos, intenté memorizar su disposición, su temperatura, su humedad, su consistencia, lo que no resultaba fácil, pues aquella carne poseía la inestabilidad del magma (también su fiebre). El modo en que el hombrecillo y yo hurgábamos en aquellas profundidades sugería que había en ellas algo esencial para nuestra existencia5

Pocas páginas después, la mujercilla es descrita mientras depone los huevos, acto que podemos considerar como una especie de parto, o más bien, como una serie de partos:

Siempre en aquella ropa interior orgánica, cuya trama oscilaba entre lo vegetal y lo animal, la mujercilla iba de una celda a otra, se bajaba ligermente las bragas (o bien se retiraba delicadamente con los dedos la zona que cubría el sexo), se agachaba y su vagina rosada (de un atractivo metafísico) se dilataba para dejar caer el huevo.
Los huevos brillaban como si en su interior, en vez de un embrión, hubiera una luz encendida.
Jamás había asistido a un suceso tan hermoso ni tan turbador como aquel desove [...]6

Una vez que los nuevos hombrecillos han salido de los huevos, se dirigen a la celda de la mujercilla, que les da de mamar:

Todos ellos [los hombrecillos apenas nacidos de los huevos] se dirigían ordenadamente a la celda en la que reposaba la reina, cuyos pechos, entre tanto, se habían hichado sin perder un ápice de su belleza. Entonces se retiraba con cuidado el sujetador biológico, para dejar los pezones al aire, y les daba de mamar al tiempo que acariciaba sus sombreros o les colocaba la corbata, pronunciando, con sus labios perfectos, ultrasonidos que alimentaban tanto como la leche. O más. Ningún hombrecillo se quedaba sin su ración [...]7

Si analizamos estas descripciones de las acciones de la mujercilla, encontramos en el cuerpo de la amante los rasgos maternales que ya hemos visto en El desorden de tu nombre: mientras el narrador mira el cuerpo de la mujercilla dice que “había en ella algo esencial para nuestra existencia”, y su vagina rosada es descrita como “un atractivo metafísico”. Como hemos visto, el cuerpo de la amante adquiere a menudo rasgos cósmicos porque se conecta con la idea de madre, idea que bien se conecta con la mujercilla, que parece derivar su hermosura del hecho de ser madre, la Gran Madre. Sus características y sus gestos tienen algo de maternal, aún camuflado con particularidades grotescas.
Sus pezones, a pesar del hecho de que la mujercilla alimente a los hombrecillos con ultrasonidos, son pezones maternales, como es maternal el gesto con que acaricia los sombreros de sus hijos y les coloca la corbata.
Su útero, a pesar de tener propiedades excepcionales, pues la mujercilla depone huevos en lugar de parir, es el útero de una madre. Vemos como éste se parece de hecho al útero del que hablan los mitos, según lo que afirma Neumann:

In fact, all mithology says over and over again that this womb is an image, the woman’s womb being only a partial aspect of the primordial symbol of the place of origin from whence we come8

El útero de la mujercilla parece ser el principio de toda la colonia de los hombrecillos. Esto hace de ella una “Great Mother”, la madre de todo lo que vive. En Lo que sé de los hombrecillos la idea de la Gran Madre adquiere, a lo mejor debido al hecho de quedar como idea pura, rasgos aún más marcados que en El desorden de tu nombre, donde la encontramos personificada en una amante humana. La mujercilla no es sólo la amante del narrador, sino de toda la colonia. Es una virgen, en el sentido de no estar comprometida con ningún hombre en particular. Elige a su compañero para la cópula como lo eligen las abejas. La comparación es bastante explícita en el fragmento siguiente:

Mi doble diminuto, idéntico en todo al resto de la población, se abrió paso entre la muchedumbre hasta llegar a los aldeaños de una tarima sobre la que se erigía, verticalmente, un gran panal compuesto por celdas exagonales idénticas a las de los panales de las abejas. Todas las celdas permanecían vacías excepto la del centro, donde había una mujercilla – la única de aquel extraño reino [...]9

Todos los hombrecillos son idénticos. Es la mujercilla la que se diferencia de los demás. Parece un mundo matriarcal, similar a el de los mitos de que habla Bachofen, que reportamos en la citación de Neumann:

The female is primary, the male is only what comes out of her. He is part of the visible but ever-changing created world; he exists only in perishable form. Woman exists from everlasting, self-subsistent, imutable; man, evolving, is subject to continual decay. In the realm of the physical, therefore, the masculine principle is of second rank, subordinate to the femenine. Herein lies the prototype and justification of gynocracy; herein is rooted that age-old conception of an immortal mother who unites herself with a mortal father. She is perennially the same, but from the man the generations multiply themselves into infinity. Ever the same Great Mother mates with every new man10

La Gran Madre inmortal representa el principio y el fin de la humanidad, o el principio y el fin de la conciencia del individuo. Antes de la humanidad existía el infinito, la idea del útero, de la concha, del huevo, o sea del círculo divino y perfecto. Después de la humanidad encontramos otra vez el círculo que encierra y funde todos los opuestos:

The statement of identity and the logic of consciousness erected upon it have no value for the psyche and the conscious. The psyche blends, as does the dream; it spins and weaves together, combining each with each. The symbols therefore are an analogy, more an equivalence than an equation, and therein lies its wealth of meanings, but also its elusiveness. Only the symbol group, compact of partly contradictory analogies, can make something unknown, and beyond the grasp of consciousness, more intelligible and more capable of becoming conscious.
One symbol of original perfection is the circle. Allied to it are the sphere, the egg, and the rotundum – the “round” of alchemy […] Circle, sphere, and round are all aspects of the Self-contained, which is without beginning and end; in its prewordly perfection it is prior to any process, eternal, for its roundness there is no before and no after, no time; and there is no above and no below, no space. All this can only come with the coming of the light, of consciousness, which is not yet present; now all is under sway of the unmanifest godhead, whose symbol is therefore the circle. The round is the egg, the philosophical World Egg, the nucleus of the beginning, and the germ from which, as humanity teaches everywhere, the world arises. It is also the perfect state in which the opposites are united – the perfect beginning because the opposites have not yet flown apart and the world has not yet begun, the perfect end because in it the opposites have come together again in a synthesis and the world is once more at rest11

Volver al útero de la amante representa la posibilidad de regresar al útero de la madre, al punto “cero” de la existencia.
En su búsqueda el narrador es un adúltero, a pesar del hecho de que su amante es “fantástica”, y de que sus encuentros son oníricos. El adulterio, a pesar de ser “platónico”, ideal, suple a una carencia real en la vida conyugal del narrador. La relación entre él y su mujer es bastante fría, debido al hecho de que ella cuida mucho de su carrera y no tiene tiempo y atenciones para su marido. Como dice el narrador hablando de él y su mujer, «el sexo – quizá porque nos casamos mayores – no había formado parte de nuestro proyecto conyugal»12, mientras con la mujercilla el sexo es algo especial, una búsqueda del infinito.



1 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 132, 133
2 Ibid, p. 115
3 Ibid, p. 86
4 Ibid, p. 44, 45
5 Ibid, p. 46
6 Ibid, p. 50
7 Ibid, p. 51
8 Erich Neumann, The Origins and History of Consciousness, cit, p. 14
9 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., pag. 44
10 Erich Neumann, The origins and history of consciousness, Bollingen Foundation/Princeton University Press, London, 2002, p. 47, 48
11 Ibid, p. 8
12 Ibid, p. 47