Como afirma
Patricia Waugh, el juego tiene mucha importancia en las obras
literarias metafictivas1.
Nosotros veremos el resultado del juego en su ápice: el
posmodernismo, donde encontramos muchas alusiones al concepto de
juego. No es raro, por ejemplo, que los personajes de Millás se
pongan explícitamente a jugar, escenificando su vida real,
construyendo una representación lúdica de lo que pasa en su vida.
Un primer ejemplo lo encontramos en Laura
y Julio,
cuando Julio, que trabaja como constructor de escenarios, se pone a
jugar con su padre al Monopoly, escenificando su trabajo real.
Esto puede ser debido a la caída
de las certezas y de los esquemas sociales: por un lado, el juego,
con su manera flexible y antidogmática de enfrentarse al mundo,
puede llenar este vacío de puntos de referencia, y por otro se tiene
la conciencia que todas las costumbres y los valores de la sociedad
han nacido antes como juego, y después han ido
institucionalizándose. Ya Nietzche, considerado padre de la
filosofía de la duda, afirmaba que el hombre es un hombre sólo
cuando juega.
El sociólogo
Huizinga demuestra, observando el comportamiento de los animales y de
los niños, que el juego es un elemento “absoluto”, perteneciente
a todos los seres capaces de pensar, y que por esto se pone más allá
de la civilización misma:
Ogni
essere pensante può immediatamente rappresentarsi quella realtà:
gioco, giocare, come qualcosa di specifico, di indipendente, anche se
il suo idioma non avesse per esso una espressione generale2
Ya en el
modernismo se dudaba de cada cosa dicha o escrita, y las palabras se
veían como algo artificial; una vez que en el posmodernismo estas
tendencias se han exacerbado, el juego se presenta a escritores como
Millás3
como una manera de enfrentarse al idioma mismo, visto como una
asociación arbitraria entre significante y significado, fruto de las
metáforas, que no son nada más que un juego de palabras que permite
el pasaje entre lo material – el objeto concreto – y lo
espiritual – la idea abstracta que el hombre tiene del objeto4.
Esto está muy presente en las obras de Millás, como por ejemplo El
orden alfabético.
Aquí el protagonista, pues es un personaje de un cuento, tiene la
capacidad de entrar y salir de libros y enciclopedías, explorando el
interior de éstos. Mientras es pequeño explora la enciclopedía y
así explora el mundo. Una vez adulto, se mueve con soltura por las
palabras de libros o grabaciones, en los que puede entrar y ver lo
que se dice ya no como un conjunto de palabras, sino como un
acontecimiento real. Al final el protagonista juega con la irrealidad
de su historia, cometiendo adulterios imaginarios – ya que no está
casado. La novela parece decirnos que la entera “realidad” está
montada en un juego, uno de los mil posibles, y que una vez que ha
aprendido a jugar, el hombre puede elegir la realidad que más le
apetezca.
Una característica del
posmodernismo, como ya hemos dicho, es la de poner en cuestión el
concepto de autoridad. No hay nada que puede asegurarnos que los
esquemas de valores morales del hombre es absoluto, que las reglas
que nos impone la sociedad son justas, que una persona es criminal y
la otra policía, que aquí es España y allá Dinamarca. Todos estos
conceptos son realitivizados, son sólo una de las posibilidades que
la sociedad ha elegido arbitrariamente durante su evolución. Las dos
fuentes principales de autoridad – Dios y la patria – son
consideradas por Millás entes ficticios:
Yo
pienso que gran parte de los acontecimientos que nos han marcado son
irreales. Todos estamos marcados por experiencias de ese tipo que
luego hemos censurado, que no están incorporadas como tales porque
hay una ley no escrita que dice que eso es irreal. Pero no solamente
en la vida del individuo: en la vida de los colectivos la experiencia
de lo imaginario también ha sido más importante que la experiencia
de lo real. Las grandes matanzas de la humanidad se han producido por
cosas irreales, como Dios, o la patria, o tantas otras. Lo que
llamamos irreal -que yo creo que es una zona de la realidad, pero
bueno- es más importante que lo real. A mí me interesan mucho estos
temas [...]. Por otro lado, la realidad tampoco es algo dado.
Normalmente se piensa que es una cosa estable, fija, no alterable,
pero, en gran parte, es la lectura que hacemos de ella, y se pueden
hacer muchas. También la realidad está en cuestión, yo creo que
ahora más que nunca5
La realidad no
se ve como algo fijo, sino como algo sujeto a lecturas diferentes.
Mientras que el concepto de autoridad llevaba a una oposición clara
entre juego, espíritu creativo y arbitrariedad de un lado, y
realidad de otro, una vez caído el concepto de autoridad la realidad
misma se presenta como el fruto de un juego, de unas reglas
establecidas arbitrariamente. Como tal, la realidad es algo
inventado, arbitrario, y por esto si no gusta se puede sin
remordimientos reemplazar con otra “realidad”. Hay un cuento
breve de Millás titulado “El juego y las reglas”, en el cual el
autor toma en consideración la posibilidad de empezar desde cero la
civilización humana, las costumbres de los hombres:
Si
sumamos debidamente descontextualizadas las barbaridades llevadas a
cabo a lo largo de la historia por los representantes, ni los
conceptos, ni la realidad, no se salva nadie, nada. Somos unos
salvajes, dicho está. Lo mejor sería empezar de nuevo la partida;
cada uno se lleva sus muertos a casa, repartimos las cartas, y al
primero que rompa las reglas del juego lo expulsamos de la partida
para siempre6
Se ve aquí como la filosofía de
Millás refleja perfectamente lo que decíamos anteriormente: la
sociedad crea sus reglas, su cultura y sus instituciones a través
del juego, pero el hombre, a pesar de todas sus máscaras y sus
aparencias, sigue siendo salvaje. Si el juego jugado por la sociedad
no nos gusta, entonces, se puede empezar otro – la literatura para
Millás parece funcionar como convención lúdica alternativa.
Jugar es
crear, y jugando con las palabras los autores crean las novelas y la
humanidad crea su mundo imaginario al lado del mundo “real”. Para
hacerlo, no se necesita ninguna autoridad, “fé” o demonstración,
porque «Si possono negare quasi tutte le astrazioni: la giustizia,
la bellezza, la verità, la bontà, lo spirito, Dio. Si
può negare la serietà. Ma non il gioco»7.
El juego por sí mismo no tiene nada que ver con las categorías de
verdad y falsedad, bien y mal, justo o injusto: no hay moralidad, ni
virtud, ni pecado. Lo veremos ahora con los adulterios.
1
«Metafictional
novels [...] function through forms of radical decontextualisation.
They deny the reader access to a centre of orientation such as a
narrator or point of view, or a stable tension between 'fiction',
'dream', 'reality', 'vision', 'hallucination', 'truth', 'lies', etc.
Naturalized or totalizing interpretation becomes impossible. The
logic of the everyday world is replaced by forms of contradiction
and discontinuity, radical shifts of context which suggest that
'reality' as well as 'fiction' is merely one more game with words»
[Patricia
Waugh, Metafiction,
cit., p. 136, 137]
2
J.
Huizinga, Homo
Ludens,
1982 tercera edicción, Torino, Einaudi Editore, 1946 p. 6
3
Y,
antes de Millás, el juego era visto como construcción de la
realidad también por escritores modernistas como Cortazar.
4
Véase
las teorías de Saussure, reelaboradas después por los linguistas y
los sociólogos contemporáneos
5
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm
6
Juan
José Millás, “El juego y las reglas”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/cuerpo_050.htm
7
Ibid, p. 6