Hasta ahora hemos definido los
espacios estáticos, vemos ahora los movimientos entre los espacios.
El pasaje de
la casa del narrador al mundo de los hombrecillos parece tener como
modelo Alice
in Wonderland.
Vemos que hay
un personaje del otro lado de la realidad – el conejo con el reloj
en Alice
in Wonderland,
los hombrecillos en Lo
que sé de los hombrecillos
– que aparece en el mundo real, o por lo menos en el mundo de los
protagonistas. Ambos protagonistas, siguiendo a estos seres –
fisícamente o a través de una prótesis – llegan, a través de un
hueco que conecta los dos mundos, al otro lado de las cosas. Allí el
nuevo mundo está sujeto a leyes naturales nuevas y extrañas. Este
mundo parece ser el mundo interior de los protagonistas – en ambos
cuentos hay un componente onírico y psicológico – que para los
adultos es un tabú. Por eso en Alice
in Wonderland
los personajes adultos empujan a la protagonista a dejar sus sueños
delirantes, mientras en Lo
que sé de los hombrecillos
el protagonista habla sólo con los niños de este lado de la
existencia, y cuando la niña Alba se lo cuenta a sus padres, de
pronto él lo niega todo.
Hablaremos
ahora de los espacios externos, porque en Lo
que sé se los hombrecillos el
protagonista, aunque raramente, sale de casa.
Podemos dividir los viajes hacia
el exterior en dos tipos: los que el narrador hace por deber y los
que hace para satisfacer sus deseos. El primer tipo no está descrito
en el relato: el narrador dice sólo que a veces salía para dar
lecciones de economía, y que en su rutina hay salidas para ir de
compras y tener así un contacto con el mundo exterior. El segundo
tipo, por el contrario, ocupa aún capítulos enteros, y está
descrito minuciosamente por el narrador. Ejemplos de estas salidas se
dan cuando el narrador sale para comprar cigarrillos o esconderse
para fumar, cuando va al burdel, o cuando sale para matar a un
hombre. Como se puede ver, las salidas hacia el exterior descritas en
el cuento están relacionadas con la corrupción interior del
protagonista, y con su tendencia a desahogar de una manera violenta
sus deseos reprimidos. El mundo exterior se da como algo hostil
entonces, lleno de trampas y tentaciones: cuando el protagonista por
ejemplo se esconde para fumar descubre a su vecina que hace lo mismo,
como si el mundo exterior fuera el mundo de los engaños y las
coartadas; al mismo tiempo, en el mundo exterior uno tiene que tener
siempre cuidado con su imagen: los esfuerzos del protagonista para
recomponer su vida hacia el exterior son esfuerzos para recomponer su
imagen de profesor experto en asuntos económicos. Hay por fin en el
espacio exterior la idea de la perdición, de un lugar laberíntico,
como se ve en el sueño que tiene el protagonista en el burdel, donde
uno no encuentra lo que busca mientras al mismo tiempo está agobiado
por el miedo de hacer el ridículo.
Si analizamos la vida de la mujer
del protagonista, vemos que es el otro extremo. Ella no se limita a
trabajar dando clases en la universidad, sino que a menudo viaja al
extranjero, acude a encuentros internacionales, pasa los días en el
trabajo, intentando hacer carrera y obtener reconocimientos en el
mundo “exterior”. Lo que pasa es que al final este mundo se
revela hostil, “se la traga”, y la mata decepcionando sus
espectativas, mientras el marido reacciona a su muerte defendiéndose
con sus rutinas cotidianas, que le ayudan a sobrevivir.
Desde este
punto de vista, este cuento parece tener una carga bastante infantil:
el mundo doméstico es un refugio que ofrece seguridad, mientras
fuera hay gente que engaña a las personas desprevenidas. Fuera el
narrador está «puesto a la puerta, fuera del ser de la casa,
circunstancia en que se acumulan la hostilidad de los hombres y la
hostilidad del universo»1.
Pero al mismo tiempo las salidas del protagonista parecen necesarias:
la casa, además de ser un lugar que da seguridad, es también un
lugar donde el narrador acumula sus deseos hasta que tiene que
desahogarlos en el exterior. El encerrarse en casa por un lado
protege el protagonista, pero por otro le vuelve neurótico. No se
puede encerrar en una concha, porque, como afirma Millás, lo
reprimido sale a presión por donde menos se espera2.
Ya el hecho de que el narrador en la Universidad haya hablado mucho
en contra del fumo parece ser el resultado de una represión: no ha
pactado con el fumo, no lo ha dejado con convinción sino que ha
“demonizado” los cigarillos. Y de ahí la trampa porque el vicio
de fumar vuelve a presentarse con toda su potencia.
Hay una imágen del ser
sobrexcitado que sale de su concha descrita muy bien por Bachelard:
Hay
un signo de violencia en todas estas figuras donde un ser
sobrexcitado sale de la concha inerte. El dibujante precipita sus
sueños animalescos. Hay que asociar las conchas de caracoles de
donde salen cuadrúpedos, pájaros, seres humanos, esas abreviaciones
de animales en donde cabeza y cola se encuentran pegadas y que
pertenecen al mismo tipo de ensueños: el dibujo olvida el
intermediario del cuerpo. Suprimir los intermediarios es un ideal de
rapidez. Una especie de aceleración del impulso vital imaginado
quiere que cualquier ser que surge de la tierra encuentre enseguida
una fisonomía. ¿Pero de dónde procede el evidente dinamismo de
esas imágenes excesivas? Dichas imágenes se animan en la dialéctica
de lo oculto y de lo manifiesto. El ser que se esconde, el ser que se
“centra en su concha” prepara “una salida”. Esto es cierto en
toda la escala de las metáforas, desde la resurrección de un ser
sepultado, hasta la expresión súbita del hombre largo tiempo
taciturno. Quedándonos aún en el centro de la imagen que
estudiamos, el ser prepara explosiones temporales del ser,
torbellinos de ser. Las evasiones más dinámicas se efectúan a
partir del ser comprimido, y no en la mullida pereza del ser perezoso
que sólo desea ir a emperezarse a otro lado. Si se vive la
imaginación paradójica del molusco vigoroso -los grabados que
comentamos nos dan imágenes claras de ellos- se llega a la más
decisiva de las agresividades, a la agresividad diferida, a la
agresividad que espera. Los lobos enconchados son más crueles que
los lobos errantes3
1
Bachelard
Gastón, La
poética del espacio,
cit., p. 30
2
http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
3
Bachelard
Gastón, La
poética del espacio,
cit., p. 109, 110