2.1.3.1 – Análisis de los espacios

La trama de Lo que sé de los hombrecillos se desarrolla casi exclusivamente en un espacio interno y doméstico. A diferencia de otros relatos como Tonto, muerto, bastardo e invisible, o como La soledad era esto, donde los protagonistas van cambiando de espacio – los cambios más importantes se dan cuando los protagonistas dejan sus casas para trasladarse a un piso que alquilan, hecho que parece simbolizar una metamórfosis de sus costumbres exteriores e interiores –, en Lo que sé de los hombrecillos toda la trama se desarrolla casi exclusivamente dentro de la casa del narrador, que tiene una vida bastante estable. Este espacio cerrado parece ser una manera del protagonista de refugiarse de la realidad de afuera. En su casa, él se ha construido una rutina estable, que le da seguridad:

Oí otro trueno, cuyo rayo no había percibido, y me pareció reconfortante la idea de que hubiera una realidad exterior que afectaba muy poco a mis hábitos1

Esta imagen recuerda «Las metafísicas “del hombre lanzado al mundo”»2: como veremos más adelante, Millás es un autor que ve el mundo como un lugar hostil, y la vida como algo que carece de sentido. Arrojado al mundo, el hombre busca protección en su casa, la «casa lanzada a través del huracán, desafiando las iras del cielo. A la inversa y en contra de todo, la casa nos ayuda a decir: seré un habitante del mundo a pesar del mundo»3.
Dentro de esta casa, el narrador se recrea su mundo, se siente libre de fantasear mientras las acciones cotidianas lo mantienen en la seguridad de ser. Como afirma Bachelard:

Lo que guarda activamente la casa, lo que une en la casa el pasado más próximo al porvenir más cercano, lo que la mantiene en la seguridad de ser, es la acción doméstica. ¿Pero cómo dar a los cuidados caseros una actividad creadora? En cuanto se introduce un fulgor de conciencia en el gesto maquinal, en cuanto se hace fenomenología lustrando un mueble viejo, se sienten nacer, bajo la dulce rutina doméstica, impresiones nuevas. La conciencia lo rejuvenece todo. Da a los actos más familiares un valor de iniciación. Domina la memoria4

De hecho, el narrador dice que «No era raro que las mejores ideas para mis artículos surgieran mientras hacía cola en la pollería o en el puesto de la fruta»5. Esta actividad de espera le permite relajarse y refleccionar sobre sus artículos.
Otra actividad del protagonista de Lo que sé de los hombrecillos que tiene un “sabor doméstico” es la de fregar los platos:

[...] regresé a la cocina y en vez de meter los platos sucios y las tazas en el lavajillas, como hacía habitualmente, decidí lavarlos a mano, pues fregar cacharros me relaja y me ayuda a pensar6

Asistimos aquí a una acción mecánica, que le permite al narrador entrar en contacto con la casa, que le permite relacionarse con este lugar seguro y a partir de ahí fantasear. Repetir un gesto que no requiere concentración es una manera de abandonar al cuerpo, de dejarlo trabajar mientras la cabeza puede vagar por sus mundos. Señalamos que este recurso ya está presente en el cuento ¿Es grave, doctor?, con el mismo sentido: « limpiaba en una hora el mismo número de platos que cualquier persona normal habría liquidado en media. Lo que me gustaba de aquella actividad era que me ponía intelectualmente en marcha»7.
Pasamos ahora a otra característica de la casa: su forma. Si por un lado la casa concreta del narrador la imaginamos cuadrada, compuesta por cuatro muros, por otro la casa fantástica en la que vive cuando sueña parece tener a veces una forma redonda:

Aquel día mi mujer se encontraba de viaje, así que decidí quedarme un rato en la cama después de que sonara el desperador, que apagué a tientas, alargando el brazo. Al poco, me quedé dormido de nuevo y soñé con el embrión de un pollo en el interior de su huevo. De alguna manera inexplicable, yo me encontraba también dentro del huevo, por lo que me era dado asistir al espectáculo de la multiplicación de las células, que asociándose en diferentes grupos iban formando cada uno de los órganos del ave. Pensé, dentro del sueño, que las frases de un discurso se formaban de un modo semejante, aunque por asociación de palabras, en vez de células.
Durante las tres semanas que dura la gestación, el pollo no recibe ningún nutriente de fuera. Él es su propria despensa, crece a costa de sí8

Este fragmento se conecta a lo que ha escrito Bachelard hablando de la redondez de la existencia interior:

Una vez más, las imágenes de la redondez absoluta nos ayudan a recogernos sobre nosotros mismos, a darnos a nosotros mismos una primera constitución, a afirmar nuestro ser íntimamente, por dentro. Porque vivida desde dentro, sin exterioridad, la existencia sólo puede ser redonda9

Esta redondez se da en Lo que sé de los hombrecillos como un huevo. La imagen recuerda el huevo de Parménide, y se conecta a la concha – otra forma redonda – de la que habla Bachelard, y que se encuentra ya en la mitología, con el nacimiento de Venus. De dicha concha surgen los seres, así que concha y huevo son imágenes bastantes similares. Tienen ambos una cáscara que protege la existencia íntima, mientras ésta se desarrolla.

A la concha le corresponde un concepto tan rotundo, tan seguro, tan duro que, no pudiendo simplemente dibujarla, el poeta se ve reducido a hablar de ella y se encuentra al principio falto de imágenes10

Como dice el narrador de Lo que sé de los hombrecillos, “de alguna manera inexplicable, yo me encontraba también dentro del huevo”: este fragmento no tiene un hilo argumental lógico, sino es una acumulación de imágenes, que intentan describir una situación surrealista.
Hablamos ahora de soledad y de hermetismo. Millás parece ver la soledad en parte como una conquista, «que es absolutamente indispensable como fundamento de una identidad no enajenada»11.
La soledad es la condición fundamental de quien habita en un concha – o en un huevo –, de quien se encierra en sí mismo y explora su existencia interior: «Se sabe muy bien que hay que estar solo para habitar en una concha. Viviendo la imagen se sabe que se consiente la soledad»12. De hecho, la imagen poética del huevo aparece en los sueños del narrador una vez que éste se encuentra solo: “Aquel día mi mujer se encontraba de viaje, así que decidí quedarme un rato en la cama después de que sonara el desperador”. Es en este momento de intimidad, de soledad, que puede aparecer la imágen del huevo.
Por lo que concierne al hermetismo, vemos que Millás en una entrevista del 2001 ha afirmado haber sido siempre atraido por la retirada:

Yo creo que, a medida que pasa el tiempo, soy menos sociable. Es curioso. Soy más sociable, por un lado, en el sentido de que manejo mejor una serie de recursos; pero, al mismo tiempo, tengo cierta tendencia a la retirada. Esto lo explicaba con una cita de la biografía de Einstein en el Prólogo a la Trilogía de la soledad, haciendo referencia a la gratificación en los mundos internos. A mí siempre me ha llamado mucho la atención cómo hay gente que se ha inventado el mundo desde situaciones de hermetismo.13

Tenemos aquí la imagen del regresar a la concha. Y de esta posición privilegiada el narrador puede fantasear y crear en una situacción de hermetismo, sin ninguna influencia exterior.
Hay una referencia bastante explícita al hermetismo en el fragmento referido al huevo: “Durante las tres semanas que dura la gestación, el pollo no recibe ningún nutriente de fuera. Él es su propia despensa, crece a costa de sí”. Así se forma el embrión del pollo, pero leemos que de la misma manera se forman las frases – vistas como algo orgánico en la poética de Millás14 –: “las frases de un discurso se formaban de un modo semejante, aunque por asociación de palabras, en vez de células”.
Parece que Millás aquí está haciendo metaliteratura, o sea está reflexionando en su relato sobre cómo se crea una obra literaria: se toma el embrión de la obra y se deja que éste se desarrolle en una situación hermética, dado que el embrión de la novela tiene en sí ya todas las infomaciones necesarias (los nutrientes) . Esto a lo mejor queda más claro si confrontamos el fragmento que hemos analizado con una entrevista de Millás, que asocia explícitamente un óvulo fecundado a la idea novelesca:

Yo suelo decir que en una idea novelesca está toda la información de lo que va a ser la obra, del mismo modo que en un óvulo fecundado está toda la información de lo que luego es un individuo. Con esto, lo que quiero señalar es que escribir no es tanto una tarea de ir inventando cosas para ir añadiendo como de ir escuchando para que vayan surgiendo, como del fondo del óvulo fecundado va surgiendo el individuo; como una fuente que nace de sí misma, no a base de ańadidos externos, sino a base de que no se entorpezca el desarrollo15

Ahora nos concentraremos en la casa como acumulación de recuerdos. A menudo Millás compara la casa al cuerpo del personaje, cuerpo que ha crecido junto al personaje, como el caracol crece junto a su concha. Vemos así como cada casa conserva los recuerdos de toda la vida del personaje que la habita. Leemos en el articuento “Cambiar de casa”:

Los espacios de la vivienda están interiorizados de tal modo que moverse por ellos acaba constituyendo una forma de moverse por el interior de uno mismo [...] Si cierras los ojos y reproduces las sucesivas habitaciones de tu vida, comprobarás que con la suma de todas ellas podrías construir una vivienda que al final sería una réplica de ti mismo. Tendría lugares inaccesibles, porque hay habitaciones que no hemos conseguido alcanzar, aunque hayamos dormido en ellas. Habría también espacios oscuros, húmedos, que representan esas formaciones cavernosas de la conciencia que frecuentas poco16

La casa que nos propone este fragmento es una casa fantástica, que se puede visitar sólo a través de los sueños. De hecho, como afirma Bachelard, «Por los sueños las diversas moradas de nuestra vida se compenetran y guardan los tesoros de los días antiguos»17. Las casas del pasado a lo mejor ya no existen, pero el recuerdo no se puede borrar, sino tan sólo proyectar en una casa que se convierte en la suma de todas las demás. Bachelard habla de la fantasía de habitar la casa natal: «Es en el plano del ensueño, y no en el plano de los hechos, donde la infancia sigue en nosotros viva y poéticamente útil. Por esta infancia permanente conservamos la poesía del pasado. Habitar oníricamente la casa natal, es más que habitarla por el recuerdo, es vivir en la casa desaparecida como lo habíamos soñado»18. Sabemos por una entrevista que los “hombrecillos”, seres que parecen representar el ensueño del narrador, fueron elementos de la infancia del autor, elementos que sucesivamente ha ido revisando y metaforizando:

En mi casa convivíamos con las cucarachas casi como si fueran animales domésticos. No se me ocurría nunca ponerme los zapatos sin mirar antes su interior y comprobar que no había ninguna. Pero me daba tanto asco esa posibilidad que, en algún momento determinado, no sé cómo, se me ocurrió sustituir las cucarachas por hombrecillos. Como los niños tienen esa capacidad de delirar, alguna vez incluso creí ver a un hombrecillo que corría para esconderse debajo de la cama. Ese sueño viajó conmigo a través de los años, pero sin pensar que pudiera convertirse en materia narrativa.19

Ésta además no es la única versión del “nacimiento” de los hombrecillos en la producción literaria de Millás. En “Mujeres grandes”, un cuento en primera persona de dos páginas, publicado en la recoplación Los objetos nos llaman en 2008, ya los hombrecillos habían hecho su aparición con rasgos similares a los que tienen en Lo que sé de los hombrecillos20. En Mujeres grandes, a diferencia de la entrevista, se dice que fue la madre la que puso en la cabeza del narrador, mientras era niño, la idea de los hombrecillos, y él, aunque nunca los había visto, desde entonces pensó en ellos:

Yo tuve muchas fantasías con ellos, sin duda influido por la obsesión de mi madre y por la lectura de Gulliver. Como fui un niño solitario, los hombrecillos imaginarios llenaron el vacío de las relaciones personales21

Si hacemos dialogar el cuento publicado en 2008 y la entrevista sobre Lo que sé de los hombrecillos podemos deducir que, de una manera u otra, estos hombrecillos fueron parte de la infancia de Millás. Colocar estos seres en una casa, en una casa ficticia como la de Lo que sé de los hombrecillos, parece ser una manera de Millás de recrear su casa natal, de revisitar los mundos imaginarios donde transcurrían sus días cuando era pequeño. Un ensueño poético que no nos sorprende, desde que este autor se ha dedicado no sólo a la narrativa, sino a la poesía.
Llegamos ahora a la estructura de la casa. Ya hemos dicho que los recuerdos albergan en la casa, que se ha formado junto con la persona que la habita. El edificio que encontramos en Lo que sé de los hombrecillos se parece mucho a la casa de Millás, con un espacio en la parte de arriba donde el narrador se cierra mientras escribe sus artículos y un espacio en la parte de abajo dedicado a las relaciones sociales:

[...] efectivamente, arriba es mi espacio, mi “sancta sanctorum"”, donde yo impongo mis reglas. En el resto de la casa las normas las impone el grupo, pero en el tercer piso nadie más que yo22

La casa está dividida en espacios que pueden representar diferentes partes de la personalidad del protagonista. No faltan obviamente lugares de difícil acceso, donde el narrador repone al final del cuento las botellas de vino.
Vemos ahora la relación entre la casa y el mundo de los hombrecillos. Si volvemos a la metáfora de la casa como cuerpo – recordando que en el psicoanálisis el cerebro es visto como un pasillo lleno de puertas – vemos que la trama del cuento se desarrolla metafóricamente en la vida interior del protagonista, donde hay un conflicto.
Como nos recuerda Millás en el articuento “Así nos va”23, el cerebro está dividido en dos, con una parte derecha y una parte izquierda, y la vida del protagonista de Lo que sé de los hombrecillos, de hecho, se desarrolla en realidad en dos dimensiones de la existencia. Está la parte derecha, constituida por el espacio “aparente” de la casa, o sea el espacio visible, racional, que todos reconocen como concreto, que se puede medir y describir objetivamente, y está el lado “izquierdo” – para retomar la definición de Millás en Dos mujeres en Praga24 – al que se accede a través de una grieta que está en el cuarto privado del protagonista, donde tiene lugar su existencia más íntima, más oculta, y sobre todo, inconfesable a los demás. Ésta, que ya hemos analizado en parte, podemos asociarla a lo que Bachelard llama el espacio de la rêverie poética, que «ci offre il mondo dei mondi. La rêverie poetica è una rêverie cosmica, porta di accesso a mondi straordinari. Conferisce all'io un non-io che rappresenta il bene dell'io»25. Este “no-yo” podría ser el lado del protagonista representado por el hombrecillo.
Toda la novela es un continuo pasaje entre estos dos espacios.
La zona izquierda es una zona que, como dice Millás, se visita a menudo en la infancia, cuando aún se tiene la capacidad de fantasear. De hecho, esta “zona” ya había aparecido en El orden alfabético, donde en la primera parte el narrador y protagonista es un niño que pasa, a través de la fiebre y el delirio, al otro lado de las cosas. Allí ve a la realidad “cotidiana” desde otra perspectiva. El mundo de los hombres se revela construido sobre el principio del nominalismo, y libros y palabras se revelan objetos orgánicos que se pueden decomponer. Cada vez que una palabra desaparece, los hombres olvidan el concepto que ésta representaba, así que objetos como el armario o el tenedor desaparecen de la vida de los hombres simplemente porque desaparece la palabra que los nombra.
Aquí, en Lo que sé de los hombrecillos, el narrador es bastante mayor, y necesita recrearse a través de una prótesis fantástica – el hombrecillo – para pasar al otro lado, entrando por una grieta escondida en su estudio.
Esta “miniatura”, si seguimos la idea de Bachelard, puede ser asociada a la fuerza primitiva, a la capacidad de exploración. El pequeño amplifica lo grande. Encontramos muchos ejemplos de seres minúsculos en la tradición literaria, y recomendamos la lectura del capítulo “La Miniatura” de La poética del espacio, de Gaston Bachelard.
El hombrecillo del cuento en análisis parece ser más que un simple ser pequeño procedente de las tradiciones literarias. Hay una influencia posmodernista nueva. El hombrecillo es una prótesis del narrador, es, como éste lo llama, una «curiosa extensión de mí»26.
La prótesis es un motivo al que Millás ha dado muchas vueltas27, como leemos por ejemplo en el prólogo de una recoplación, llamada Cuerpo y prótesis:

Precisamente, el título de la selección, Cuerpo y prótesis, coincide con el de uno de los artículos que más me gustan, pero sirve para señalar también mi relación con la escritura, que a veces siento como una prótesis de mí y a veces como un cuerpo del que yo no sería sino una prolongación artificial, una mano mecánica que en este mismo instante se detiene para no convertir en verdadero prólogo lo que ha intentado ser más bien un suburbio, un arrabal, un barrio periférico, siempre en el caso de que un libro de estas características tuviera un centro28

Aquí se reflexiona sobre la literatura como extensión del escritor, extensión que al mismo tiempo puede tomar el lugar del cuerpo central. Cuerpo y prótesis son, entonces, dos estructuras intercambiables, como intercambiables son muchos polos dicotómicos en Millás29 – sabemos que es una característica del posmodernismo la de rechazar el conocimiento rígido.
Afirma McLuhan, hablando de la tecnología, que extender las propias partes del cuerpo es una forma de autoamputación30. Esto se conecta con la intercambiabilidad de cuerpo y prótesis: cada prótesis le quita substancia al cuerpo, y cada vez que el hombre se proyecta en algo, como por ejemplo el protagonista de Lo que sé de los hombrecillos en el hombrecillo, su identidad se fragmenta, pierde substancia – siempre que antes tuviera substancia. De ahí el hecho de que el espacio, que en Millás parece representar la identidad del personaje, acaba por derramarse en mil prótesis, en mil calles y en “mil hombrecillos”.
Vemos que el lugar de contacto entre el mundo de los hombres y el mundo de los hombrecillos parece una broma gastada por Millás a las ciencias clasificadoras. Escribe Bachelard:
Como es sabido, la metáfora del cajón, y algunas otras como la de “el traje hecho”, son utilizadas por Bergson para explicar la insuficiencia de una filosofía del concepto. Los conceptos son cajones que sirven para clasificar los conocimientos; los conceptos son trajes hechos que desindividualizan los conocimientos vividos. Cada concepto tiene su cajón en el mueble de las categorías. El concepto se convierte en pensamiento muerto puesto que es, por definición, pensamiento clasificado31

El narrador de Lo que sé de los hombrecillos cuenta a la niña que detrás del cajón de la mesa hay un hueco que es un criadero de hombrecillos. Como veremos más adelante, cada vez que en la obra el protagonista intenta imponerle un esquema a su mundo – o sea “poner los conceptos en compartimentos” –, cada vez que intenta clasificar y distinguir unos conceptos, estos se revelan más confusos. Detrás del cajón, que parece simbolizar el conocimiento clasificable, hay en realidad una puerta que da a lo desconocido, a lo inconocible. La trama misma de la obra parece ser un continuo buscar el centro y perderlo, como cuando el narrador intenta descifrar el mundo de los hombrecillos, intenta entenderlo. Como afirma Millás «cuando ya parece que has llegado a la zona central se complica y va por otro lado»32. Es como si al final en lugar del centro quedara una red de prótesis.
Esto se relaciona con el principio, característico del posmodernismo, que los teóricos llaman “complexity”:

Although everything in the cosmos obeys to the law of entropy, there is nonetheless a tendency among organisms – from the particle to both cells and interstellar gasses – to organize themselves into increasingly complex structures33

Este principio añade a la ley de la entropía – o sea el movimiento caótico y al azar de las partes – la tendencia de los organismos de organizarse en estructuras complejas.
El reino de los hombrecillos se parece un poco a este concepto. Cuando el hombrecillo se cuela por una grieta de la pared, llega a un mundo «compuesto por callejuelas estrechas y empedradas, dispuestas en forma de red»34, con una plaza central. El hombrecillo llega a esta plaza callejeando al azar: en este esquema de redes, todo es superficial, falta la orientación. No hay límites, ni esquemas en un mundo de este tipo, parece ilimitado. Un modelo epistemológio de este tipo lo ha descrito Gilles Deleuze, hablando de rizoma. Esta noción está adoptada de la estructura de algunas plantas, cuyos brotes pueden ramificarse en cualquier punto, así que en la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, sino que cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro.
Vemos ahora las conexiones – o sea las calles – en este mundo, que parecen negar el acceso directo al centro – o sea a la plaza principal.
Cuando el narrador copula con la mujercilla, a través de su prótesis, dice que:

Aunque el hombrecillo era el único de toda la colonia que podía acariciar aquella piel, besar aquella boca o enredar sus dedos en la lencería viva y palpitante de la mujercilla, el enjambre de hombrecillos que asistía al espectáculo desde la plaza sentía lo mismo que él, pues el sistema nervioso de todos estaba misteriosamente interconectado por una red neuronal invisible35

En otro fragmento se repite esta idea de interconexión entre los hombrecillos:

La colonia de hombrecillos alcanzó enseguida un orgasmo colectivo que hizo temblar los cimientos de la plaza pública, como si hubieran copulado dos naciones, o dos ideas obsesivas, en vez de dos individuos36

Este mundo, compuesto por calluejuelas en forma de red, se parece al sistema neuronal del cerebro humano, o a todas las tecnologías en las que el hombre parece haber proyectado fuera de su cabeza lo que tenía dentro: el sistema web de internet, las redes de los móviles, los circuitos de las cámaras, la recepción y transmisión televisiva. Todas estas conexiones se conectan a la idea de las prótesis sensoriales porque permiten extender la vista o el oído, sin llegar directamente al objeto de interés.
El mundo de los hombrecillos entonces, aún pareciendo pura ficción, tiene mucha realidad. La red web de intercambio de informaciones se parece a la del cuento de Millás: crece de una manera descentrada, y quién navega se mueve muchas veces al azar, encontrando lo que busca por un camino que no está predeterminado. La personalidad virtual, como afirma Sherry Turkle, ha acostumbrado la gente a moverse con un interfaz – en otras palabras con una prótesis – como se mueve el narrador a través del hombrecillo. La identidad se hace flexible, puede ser aún intercambiada, y el yo se hace múltiple, en constante comunicación con lo que le rodea. Véase el articuento “El otro” como ejemplo, en el que Millás habla de una persona que le ha “robado” la identidad virtual, poniéndose como nombre Juan José Millás antes que el verdadero Millás pudiera hacerlo. Otro ejemplo lo encontramos en una entrevista de Millás, que habla del ordenador como proyección de la cabeza:

El ordenador guarda en sus entrañas nuestros circuitos mentales”, dice Millas. “Cuando se quiera saber de un muerto habrá que hacer la autopsia al ordenador porque podremos conocer lo que pasó por su cabeza mientras vivía. El ordenador es una sucursal de la cabeza, como tu cabeza fuera de ti”37

Los móviles, a los que Millás ha dedicado algunos cuentos, también se estructuran sobre el principio de la red. En La verdadera muerte de mamá, cuento de la recopilación Los objetos nos llaman, la madre del narrador, aunque muerta, sigue viva según el hijo hasta que su móvil – punto de conexión entre ellos – no deja de funcionar. Vemos aquí que ya no es importante el objeto verdadero – la madre – sino la conexión que se establece con ella. Nadie llega a nada, nadie conoce a nadie, simplemenre el hombre parece moverse en un mundo de prótesis, de interfaces o de simulacros – los tres conceptos tienen mucho en común.
La televisión, extensión sensorial de la vista y del oído, tiene una característica peculiar que se parece al mundo de los hombrecillos. Como afirma Roger Callois, quienes ganan en los programas televisivos son unos pocos, pero los telespectadores sienten que ganan ellos también, por «interposta persona, per delega, che è il solo modo per cui tutti trionfino allo stesso tempo e trionfino senza sforzo né rischio d’insuccesso»38. Como afirma Callois, hay una ósmosis continua entre estos ídolos efímeros y sus admiradores, como en Lo que sé de los hombrecillos hay una ósmosis entre el hombrecillo-prótesis del narrador y los otros. Si en el cuento parece algo grotesco, tenemos que tener en cuenta que en la realidad no es muy diferente:

Contemporary reality [...] is continually being reappraised and resynthesized. It is no longer experienced as an ordered and fixed hierarchy, but as a web of interrelating, multiple realities.
Moving through this reality involves moving from one “reality” to another. Most of the time, however, we are not conscious of these shifts. Habit, instrumented, normally disguises movement between levels, and confers an apparent homogeneity upon social experience. It is only when a convention is exposed as such that the lacunae between levels are also exposed39


Sherry Turkle habla del yo como sistema multiple y difuso, de identidades y vidas paralelas en ventanas que se pueden abrir y cerrar como se quiera. Esto es exactamente lo que hace el protagonista de El orden alfabético en la segunda parte del cuento: entra y sale de los libros y de las grabaciones, encontrándose cada vez en un mundo diferente.
Hay un último aspecto de estas ventanas: como leemos en Life on the screen, a veces la realidad acaba por ser una de las mil alternativas de esta red, de estas ventanas. Esto se da también en Lo que sé de los hombrecillos, mientras los hombrecillos maman de la mujercilla:

[…] los órganos del gusto de todos estaban conectados de tal modo que el placer llegaba a toda la colonia (y también a mi versión de hombre grande por lo tanto)40

El hombre “real” acaba, conectándose con este mundo, para convertirse en una “versión”, ¿versión de qué? Ya el mundo laberíntico se ha tragado cualquier principio de identidad.



1 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 16
2 Bachelard Gastón, La poética del espacio, cit., p. 59
3 Ibid, p. 59
4 Ibid, p. 75
5 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 9
6 Ibid, p. 15
7 Juan José Millás, Los objetos nos llaman, Seix Barral, Barcelona, 2008, p. 214
8Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 25
9 Bachelard Gastón, La poética del espacio, cit., p. 203
10 Ibid, p. 105
11 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm
12 Bachelard Gastón, La poética del espacio, cit., p. 118
13 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm
14 Véase El orden alfabético, obra en la que los libros se descomponen como insectos, junto con sus palabras, y articuentos como por ejemplo “Palabras”, donde Millás afirma que «las palabras son también formas biológicas» [http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento095.htm], o “Diario [II]”, que empieza diciendo « Aquella mańana, después de que mi marido y mi hijo salieran de casa, fui a abrir las ventanas, para ventilar un poco las habitaciones, y pisé un adverbio que con las prisas se le había caído al crío de la cartera» [http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento004.htm]. Hay también una entrevista en la que Millás afirma que «Para mí, el lenguaje es como un ecosistema. En una charca tú puedes quitar una tortuga y no pasa nada, pero si quitas los mosquitos rompes con la escala alimentaria y te cargas la charca. Con el lenguaje pasa algo parecido, podríamos prescindir de algunas palabras pero no de lo más pequeño, que son las letras» [http://blogs.periodistadigital.com/mosaico.php/2007/05/06/entrevista_juan_jose_millas_escribidor_d]
15 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista4.htm
16 Juan José Millás, “Cambiar de casa”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento011.htm
17 Bachelard Gastón, La poética del espacio, cit.,p. 29
18 Ibid, p. 37
19 http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
20 Estos seres cabían en la palma de la mano, se podían encontrar en el bolsillo o en los zapatos, se tenía que tener cuidado para no hacerles daño, comían galletas. Además, los hombrecillos en Mujeres grandes no eran ni buenos ni malos, ni locos ni cuerdos, ni ignorantes ni sabios y carecían de rasgos morales. En Lo que sé de los hombrecillos estas características se mantienen, dado que en realidad el hombrecillo no tiene calidades morales, sino tan sólo el instinto.
21 Juan José Millás, Los objetos nos llaman, cit., p. 17
22 http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/62453/se-escribe-desde-la-extraeza-del-conflicto
23 Juan José Millás, Así nos va, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento017.htm
24 En esta obra los personajes discuten sobre la posibilidad de ver el mundo desde otra perspectiva, la perspectiva izquierda, y de vivirlo de esta manera. Así hay un personaje que empieza a utilizar la mano izquierda y descubre que el mundo está construido para los que utilizan el lado derecho. Esta parece ser una metáfora del mundo como construcción dictada de un sentido común que no es el único existente, sino el impuesto por la “realidad”. Es una manera de pensar que se conecta a las ciencias posmodernas: «The universe has two types of order. The first, a manifest order, appears before our eyes; the other, an implied order, is hidden from our sight and only revealed at specific moments» [Manuel J. Caro, John W. Murphy, The world of quantum culture, Estados Unidos de América, 2002, Praege Publishers, p. 7]
25 Bachelard Gaston, La poetica della rêverie, Dedalo, Bari, 2008, p. 20
26 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 33
27 Véase, entre los muchos relatos que hablan de amputación, No mire debajo de la cama, en el que hay un personaje al que le duele una parte del cuerpo que en realidad no tiene, o Dos mujeres en Praga, donde una mujer habla de su vida a un entrevistador, y discuten si la muerte de su marido fue una amputación, o más bien una reposición. Hay un cuento en Los objetos nos llaman que es titulado Una amputación invisible, y habla de como el móvil para el narrador es una prótesis. Y concluimos con una entrevista de Millás sobre Lo que sé de los hombrecillos, en la que afirma que los niños tienen la capacidad de fantasear porque no han sido amputados por la educación.
28 Juan José Millás, “Suburbio (prólogo)”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/cuerpo_prologo.htm
29 Véase por ejemplo el papel de psicoanalista y paciente, o lo de escritor y personaje en El desorden de tu nombre, obra que parece basada en las inversiones de los papeles.
30 McLuhan, Gli strumenti del comunicare, (1964), Milano, Il Saggiatore, 1967, IV edizione, 1974, p. 62
31 Bachelard Gastón, La poética del espacio, cit, p. 81
32 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista3.htm
33 Manuel J. Caro, John W. Murphy, The world of quantum culture, Estados Unidos de América, 2002, Praege Publishers, p. 6
34 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 43
35 Ibid, p. 46
36 Ibid, p. 47
37 http://www.scribd.com/doc/32079531/Millas-Juan-Jose-El-ordenador-es-tu-cabeza-fuera-de-ti
38 Roger Callois, I giochi e gli uomini, Milano, Bompiani, 1995, p. 142
39 Patricia Waught, Metafiction, cit., p. 51
40 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 51