La técnica
narrativa de Lo
que sé de los hombrecillos
se parece mucho al estilo que Millás ya había utilizado en su obra
El
mundo,
ganadora del premio Planeta. Lo
que sé de los hombrecillos
está escrita en primera persona, con el protagonista y narrador que
cuenta sus memorias y reflexiona sobre su vida partiendo de un punto
en el pasado hasta llegar gradualmente al presente.
La principal
diferencia entre la técnica narrativa de El
mundo
y la de Lo
que sé de los hombrecillos
es que los acontecimientos de este último parecen desarrollarse en
un tiempo más breve, y de todas sus memorias, el narrador selecciona
un hecho particular, o sea sus encuentros con los hombrecillos,
mientras que en El
mundo
el narrador cuenta toda su vida, desde sus primeros recuerdos hasta
el presente, escribiendo así una autobiografía completa en la que,
a través de su mirada de niño, el narrador describe la sociedad y
los acontecimientos históricos.
No se dan
datos precisos al inicio de Lo
que sé de los hombrecillos,
sino que descubrimos leyendo que el narrador es bastante entrado en
años – probablemente tiene la misma edad que Millás.
Si intentamos
medir el tiempo de la narración encontramos muchísimas
dificuldades. En el capítulo segundo el narrador nos dice que
«estuve varios días sin ver hombrecillos»1.
En el capítulo tercero descubrimos que cada domingo en la rutina
semanal del protagonista hay una visita de los huéspedes: «El
domingo, como era habitual, vinieron a comer la hija de mi mujer y su
marido»2.
Podemos intentar utilizar estas vísitas dominicales como referencia
temporal, pero veremos como tampoco nos ofrecen un dato seguro.
En el capítulo
cuarto leemos sólo “aquel día”, así que no sabemos cuánto
tiempo ha pasado, y en el capítulo quinto se habla del mediodía del
mismo día. En el capítulo sexto habla de cuatro o cinco días de
desdoblamiento, y siguiendo con el libro tropezamos con expresiones
cada vez más vagas: “pasado un tiempo” en el capítulo diez, “al
día siguiente”, sin saber qué día, en el capítulo trece, “pasó
el tiempo” en el capítulo veinte, “durante los siguientes días”
en el capítulo veintidos, “una mañana” en el capítulo
veintitres. En el capítulo veinticinco leemos “aquel sábado”,
pero después no encontramos ninguna visita dominical, lo que nos
hace entender que todo el cuento es una selección arbitraria hecha
por la memoria del protagonista, que no tiene en cuenta el tiempo
cronológico. A esta incertidumbre temporal, se suma una historia de
“perdición”, en la que el protagonista pierde el contacto con la
realidad, como leemos en el capítulo treinta: «Al día siguiente,
si aquello era el día siguiente»3.
El orden queda restablecido en el epílogo, donde sabemos que a los
dos años de la desaparición de los hombrecillos muere la mujer del
protagonista. Esto nos dice que las memorias se escriben dos o más
años después de que los acontecimientos han ya pasado.
Este análisis
nos ha llevado a la conclusión de que en Lo
que sé de los hombrecillos
hay una ausencia de tiempo. Esto no tiene que sorprendernos. Si
leemos La
poética del espacio
de Bachelard encontramos una posible explicación de esta ausencia:
La
memoria —¡cosa extraña!— no registra la duración concreta, la
duración en el sentido bergsoniano. No se pueden revivir las
duraciones abolidas. Sólo es posible pensarlas, pensarlas sobre la
línea de un tiempo abstracto privado de todo espesor4
El mismo autor
afirma en La
poetica della rêverie
que el ánimo no vive al ritmo del tiempo, sino descansa en los
universos que la rêverie
– en una traducción imprecisa podría ser el “ensueño poético”
–
imagina. Lo
que sé de los hombrecillos
no tiene tiempo concreto porque es una obra que se funda en una serie
de momentos aislados. Los momentos que el narrador describe son
aquellos que ha transcurrido fantaseando solo, explorándose a sí
mismo.
Dentro de un
hombre cabe el presente, cabe el pasado, y sobre todo cabe la
imaginación: «La inmensidad está en nosotros. Está adherida a una
especie de expansion de ser que la vida reprime, que la prudencia
detiene, pero que continúa en la soledad. En cuanto estamos
inmóviles, estamos en otra parte; soñamos en un mundo inmenso»5.
Es así cada vez que el narrador está dormido o está fantaseando,
visitando el mundo de los hombrecillos: todo es un vuelo de la
imaginación, a la que no tiene sentido aplicar el concepto de
tiempo.
1
Ibid,
p. 13
2
Ibid,
p. 19
3
Ibid,
p. 179
4
Bachelard
Gastón, La
poética del espacio,
Fondo de cultura económica de Argentina, Buenos Aires, 2000, p. 31
5
Ibid,
p. 164