2.1.2 – El tiempo

La técnica narrativa de Lo que sé de los hombrecillos se parece mucho al estilo que Millás ya había utilizado en su obra El mundo, ganadora del premio Planeta. Lo que sé de los hombrecillos está escrita en primera persona, con el protagonista y narrador que cuenta sus memorias y reflexiona sobre su vida partiendo de un punto en el pasado hasta llegar gradualmente al presente.
La principal diferencia entre la técnica narrativa de El mundo y la de Lo que sé de los hombrecillos es que los acontecimientos de este último parecen desarrollarse en un tiempo más breve, y de todas sus memorias, el narrador selecciona un hecho particular, o sea sus encuentros con los hombrecillos, mientras que en El mundo el narrador cuenta toda su vida, desde sus primeros recuerdos hasta el presente, escribiendo así una autobiografía completa en la que, a través de su mirada de niño, el narrador describe la sociedad y los acontecimientos históricos.
No se dan datos precisos al inicio de Lo que sé de los hombrecillos, sino que descubrimos leyendo que el narrador es bastante entrado en años – probablemente tiene la misma edad que Millás.
Si intentamos medir el tiempo de la narración encontramos muchísimas dificuldades. En el capítulo segundo el narrador nos dice que «estuve varios días sin ver hombrecillos»1. En el capítulo tercero descubrimos que cada domingo en la rutina semanal del protagonista hay una visita de los huéspedes: «El domingo, como era habitual, vinieron a comer la hija de mi mujer y su marido»2. Podemos intentar utilizar estas vísitas dominicales como referencia temporal, pero veremos como tampoco nos ofrecen un dato seguro.
En el capítulo cuarto leemos sólo “aquel día”, así que no sabemos cuánto tiempo ha pasado, y en el capítulo quinto se habla del mediodía del mismo día. En el capítulo sexto habla de cuatro o cinco días de desdoblamiento, y siguiendo con el libro tropezamos con expresiones cada vez más vagas: “pasado un tiempo” en el capítulo diez, “al día siguiente”, sin saber qué día, en el capítulo trece, “pasó el tiempo” en el capítulo veinte, “durante los siguientes días” en el capítulo veintidos, “una mañana” en el capítulo veintitres. En el capítulo veinticinco leemos “aquel sábado”, pero después no encontramos ninguna visita dominical, lo que nos hace entender que todo el cuento es una selección arbitraria hecha por la memoria del protagonista, que no tiene en cuenta el tiempo cronológico. A esta incertidumbre temporal, se suma una historia de “perdición”, en la que el protagonista pierde el contacto con la realidad, como leemos en el capítulo treinta: «Al día siguiente, si aquello era el día siguiente»3. El orden queda restablecido en el epílogo, donde sabemos que a los dos años de la desaparición de los hombrecillos muere la mujer del protagonista. Esto nos dice que las memorias se escriben dos o más años después de que los acontecimientos han ya pasado.
Este análisis nos ha llevado a la conclusión de que en Lo que sé de los hombrecillos hay una ausencia de tiempo. Esto no tiene que sorprendernos. Si leemos La poética del espacio de Bachelard encontramos una posible explicación de esta ausencia:

La memoria —¡cosa extraña!— no registra la duración concreta, la duración en el sentido bergsoniano. No se pueden revivir las duraciones abolidas. Sólo es posible pensarlas, pensarlas sobre la línea de un tiempo abstracto privado de todo espesor4

El mismo autor afirma en La poetica della rêverie que el ánimo no vive al ritmo del tiempo, sino descansa en los universos que la rêverie – en una traducción imprecisa podría ser el “ensueño poético” – imagina. Lo que sé de los hombrecillos no tiene tiempo concreto porque es una obra que se funda en una serie de momentos aislados. Los momentos que el narrador describe son aquellos que ha transcurrido fantaseando solo, explorándose a sí mismo.
Dentro de un hombre cabe el presente, cabe el pasado, y sobre todo cabe la imaginación: «La inmensidad está en nosotros. Está adherida a una especie de expansion de ser que la vida reprime, que la prudencia detiene, pero que continúa en la soledad. En cuanto estamos inmóviles, estamos en otra parte; soñamos en un mundo inmenso»5. Es así cada vez que el narrador está dormido o está fantaseando, visitando el mundo de los hombrecillos: todo es un vuelo de la imaginación, a la que no tiene sentido aplicar el concepto de tiempo.



1 Ibid, p. 13
2 Ibid, p. 19
3 Ibid, p. 179
4 Bachelard Gastón, La poética del espacio, Fondo de cultura económica de Argentina, Buenos Aires, 2000, p. 31
5 Ibid, p. 164