2.1.1 – Trama

El narrador y protagonista de Lo que sé de los hombrecillos pasa la mayoría de su tiempo en casa, donde se ocupa de las tareas domésticas y escribe artículos para la prensa. Su contacto con el mundo exterior está representado por sus horas de enseñanza en la universidad y por sus compras. Está casado con una mujer que tiene aspiraciones políticas y que ha decidido presentarse a las elecciones como candidata a rectora de la universidad. A diferencia de él, su mujer pasa la mayoría del tiempo fuera de casa, pensando en su carrera. No tienen hijos.
La vida cotidiana del protagonista tiene una rutina bastante regular, pero es perturbada por las continuas irrupciones de réplicas humanas en miniatura, vestidas con un traje gris que forma parte de su misma piel. Estos hombrecillos se mueven con soltura por el mundo de los hombres, sin preocuparse por la presencia del protagonista.
La aparición de esos seres no es regular, sino que parece obedecer a leyes desconocidas y suele ser precedida por un particular estado psicofísico del protagonista, estado que se asemeja a un estado febril, como cuando el narrador está un poco enfermo.
Cada domingo la hija de la mujer del protagonista y su marido – que es economista y trabaja en un banco – van a comer a su casa, llevando a sus hijos: una niña de seis años, Alba, y un bebé. En una de las visitas, el narrador reflexiona sobre el trabajo de su yerno y sobre el huevo que está cocinando. Ambos parecen representar los dos lados de la existencia: el aspecto biológico y el aspecto económico. Lo que hace el narrador es intentar buscar una conexión entre ambos. Después, le enseña a Alba que detrás del cajón de la mesa hay un agujero escondido, donde estarían los hombrecillos. Ella al oirlo se muestra incrédula, y la mujer del narrador un poco preocupada.
Un día, mientras su mujer se encuentra en viaje de trabajo, el protagonista se despierta con una sensación estraña, y no logra mover sus músculos. Es la primera vez que los hombrecillos le hablan, y le dicen que han sacado un poco de materia orgánica de cada parte de su cuerpo para fabricarle un doble en versión reducida. Le dicen que la mutilación no va a afectarle mucho, y que dentro de unos días se recuperaría de manera que nadie se daría cuenta de su cambio.
Empieza para el narrador una vida “doble”, en el sentido de que su versión de hombrecillo lleva una vida paralela a la suya: ambos pueden gozar de lo que ve y siente el otro, además de comunicar a través de la telepatía.
Después de cuatro o cinco días, cuando ya se ha acostumbrado a ser doble, su mujer regresa del viaje, sin enterarse de lo que ha pasado. Entre tanto, el hombrecillo, aprovechándose de sus dimensiones, se va a espiar la cama de los vecinos, donde los ve – y se los hace ver al narrador – copular y untar sus genitales con un huevo durante el orgasmo.
Una noche el narrador, mientras está durmiendo, ve en sus sueños su otro yo en versión de hombrecillo llegar al pueblo de los hombrecillos, y ser elegido como compañero para copular con la mujercilla reina. Este acto sexual se configura como un momento de éxtasis suprema, de la que goza colectivamente toda la población de hombrecillos, interconectada por una red neuronal invisible.
Después de la cópula, la reina empieza a dejar caer por su vagina unos huevos, ofreciendo un espectáculo tan hermoso y conturbador que el narrador lo define «[...] económico y biológico de golpe»1.
Una vez que los huevecillos se han roto, salen de ellos hombrecillos que maman la leche de la reína, proporcionando otra vez placer a toda la colonia.
La experiencia se cierra con una reflexión del narrador sobre el hecho de haber creado hombrecillos transgénicos, mezclando su ADN de ser humano con el de la mujercilla, y por lo tanto de haber incrustado en aquella sociedad una brigada de hombrecillos falsos o artificiales.
Pasan unos días, y el deseo de volver a gozar de aquella experiencia con la reina se vuelve en una obsesión para el protagonista y su hombrecillo. Entre tanto, el narrador empieza a dirigirse al hombrecillo con un tono de superioridad, quizás debido a sus dimensiones y al hecho de que el hombrecillo es parte de él: la unidad entre el hombrecillo y el narrador empieza a quebrarse de manera sutil.
El hombrecillo dice al narrador que necesita experiencias sexuales en este mundo, y que la experiencia de la reina no fue un sueño. El narrador entonces se ve obligado a intercambiar la experiencia sexual contratando una prostituta muy jóven en un burdel, prostituta que no le gusta mucho al narrador, pero que excita muchísimo al hombrecillo.
Mientras el protagonista y el hombrecillo discuten, el hombrecillo lleva al protagonista, que antes era abstemio, a abrir una botella de champán, y después se masturba – masturbando al mismo tiempo al narrador, que había dejado hace mucho esta práctica.
Cuando llegan al burdel, la prostituta le ofrece un cigarillo al narrador, y el hombrecillo presiona para que lo acepte. El narrador fuma, y la mezcla de fumo y alcohol marean al hombrecillo, que siente mucho más los efectos, así que éste se acuesta borracho y sueña perversiones sexuales con la prostituta, mientras que el narrador en lugar de tener sexo discute un poco con la chica y la deja irse, acostándose después entre las sábanas de la habitación del hotel. Sueña que está en un hotel cuya recepcionista es la prosituta que acababa de despedir, que le es asignada la habitación 607 – la misma donde se encuentra en la realidad –, pero cuando sube a buscarla no la encuentra. Entonces baja y le pregunta otra vez a la recepcionista pero aún no logra encontrarla, y sigue así hasta irse del hotel agobiado por el miedo a las miradas indiscretas de la gente. Cuando se despierta, ve que el hombrecillo sigue durmiendo y piensa matarlo, pero tiene miedo de morirse él también. Una vez que el hombrecillo se despierta, le pregunta al narrador si las perversiones que ha soñado han pasado de verdad, y el narrador le dice que sí, que fueron verdaderas como fue verdadera la experiencia que el hombrecillo le había proporcionado al narrador con la mujercilla reina.
Al día siguiente, el hombrecillo impulsa al narrador a encenderse un cigarillo – aunque él había dejado de fumar desde hace años – y después le proporciona otra experiencia con la mujercilla reina, que lo hace delirar de placer. Luego, el protagonista se masturba en la ducha, y cuando regresa a escribir su artículo sobre las fusiones empresariales, saca un texto pobre, previsible, porque sus intereses están en otra parte.
Empieza un periodo de degradación para el narrador, que se entrega al tabaco, a la bebida y a la masturbación, mientras su mujer ha ganado las elecciones y ahora se arregla más que antes cuando va al trabajo. Viéndola así, el narrador empieza a tener fantasías eróticas sobre ella, mientras que antes había dejado de pensar en el sexo. Cuando aparecen estos pensamientos, el narrador se pregunta si «hacía todo aquello por mí o por el hombrecillo, pues si bien era evidente que nos habíamos convertido en dos, al mismo tiempo, de forma misteriosa, seguíamos siendo uno»2.
El hombrecillo empieza a cortar durante ratos cada vez más largos la comunicación telepática, hasta llegar a desaparecer durante una semana, pero el narrador tiene la sensación de que, no obstante el hombrecillo parece continuar desconectado, «me empujaba de manera sutil hacia apetitos que habían dejado de formar parte de mi vida»3.
Un día – probablemente el domingo, pero parece que el narrador ha perdido el contacto con la realidad – van a cenar a su casa la hija de su mujer, con su marido y con la niña, Alba. Esta quiere regresar al hueco que habían descubierto detrás del cajón de la mesa. Una vez allí le pregunta al protagonista si es verdad que aquello es un criadero de hombrecillos, y él le contesta que no, que era una broma, y se produce una escena muy singular:

La niña se mostró entre decepcionada y aliviada. Luego, nuestras miradas se encontraron fatalmente, como si estuviéramos desnudos el uno frente al otro. Jamás me había sentido tan al descubierto. Tampoco ella, creo. Entonces, , casi sin querer, le pregunté si veía hombrecillos. Tras un parpadeo, se echó a reir.4

Debido a sus excesos – en los últimos tiempos los impulsos sexuales le llegan a la cabeza sin control – el narrador es expulsado de la cama matrimonial, y empieza a acostarse en una cama separada. La degradación sigue, y el protagonista, mientra busca a los hombrecillos que han desaparecido, piensa dejar de enseñar en la facultad, que empieza aburrida. Al final el hombrecillo aparece y le promete una experiencia excitante que nunca olvidará. Leyendo los pensamiento del hombrecillo, el protagonista descubre que el próximo paso será una experiencia criminal: el hombrecillo mata a otro hombrecillo. Esta experiencia primero le excita, y después le repugna al protagonista, que empieza a sentirse desconsolado. Teme que el hombrecillo sea detenido, pero en aquel mundo no hay justicia, ni siquiera venganza.
El narrador está consumido por el cansancio, por los vicios, y por el remordimiento. Llega el momento de la decisión: el hombrecillo le hecha en la cara que él ha matado en su dimensión, y ahora ha llegado su turno. El protagonista se pregunta si no podría acabar con el hombrecillo, que «había convertido su vida, y por lo tanto parte de la mía, en un cenagal donde sólo tenían cabida las pasiones más previsibles y las más repugnanates»5. Pero el narrador no puede matarlo – se mataría a sí mismo –, y en cuanto a renunciar a esta prótesi:

Comprendí que no, que la vida sin él (los hombrecillos en general) sería cómo una casa sin sótano, [...] como una palabra sin significado [...] ¿En qué quedaría yo? En un profesor emérito más, en un articulista mediocre de temas económicos, en un esposo vulgar: una especie de animal domesticado, en suma, una suerte de bulto sin otra lectura que la literal, un pobre hombre...6

El protagonista se resigna así a necesitar al hombrecillo, como los toxicómanos aceptan que no podrían vivir sin narcóticos. Ellos son ahora siempre dos, y cada uno tiene sus pensamientos privados. Sólo la parte orgánica es común.
El narrador necesita “otra dosis de mujercilla”, pero sabe que para tenerla tiene que satisfacer a su doble matando a alguien. Empiezan así a buscar a una víctima que sea bastante débil – dado que el protagonista es bastante mayor, y no tiene mucha fuerza. Cuando llega el momento de matar a un viejo, el protagonista empieza a hablarle, y conociéndolo descubre en él una persona humilde y cordial, así que decide que aquel no es el día indicado.
La reputación del narrador está bajando mucho: uno de sus alumnos lo descubre fumando, y queda muy sorprendido ya que el profesor había hablado mucho en clase en contra del tabaco.
El sábado algunos compañeros de la mujer del protagonista van a cenar a su casa, y el narrador y su mujer empiezan a preparar la comida. La mujer le pregunta si ha sido él el que le ha hablado a Alba de los hombrecillos, porque ahora la niña dice que su madre no duerme bien por culpa de ellos. Él la hace callar admitiendo que tiene que tener cuidado con las fantasías que cuenta.
La cena con los colegas transcurre bien, y el protagonista intenta evitar de hablar con el decano de psicología Honorio Gutiérrez, que afirma haber leído sus artículos, pero en fin para no resultar descortés empieza una discusión con él. Honorio le dice al narrador que a su edad se producen cambios ormonales y psíquicos que a veces requieren algún tipo de ayuda, y que está dispuesto a proporconársela, pero el narrador rechaza la ayuda.
También la vecina descubre al protagonista fumando, y le promete guardar su secreto – ella fuma también a escondidas.
El narrador, impulsado por el miedo al castigo y por su inclinación moral, decide no matar a nadie, renunciando así a otra cópula con la mujercilla. Hay un periodo en el que el hombrecillo no da noticia de sí mismo; el narrador fuma de manera esporádica, deja de masturbarse y de beber y recompone su imagen de profesor universitario y experto en asuntos económicos. La única cosa extraña es que el protagonista tiene a menudo una sensación arenosa en la garganta. El hombrecillo reaparece “con cobertura”, como dice el protagonista hablando de su comunicación telepática, explicándole la razón: pasa el tiempo comiendo ácaros y polvo mientras espera que el narrador se decida a matar.
El protagonista vuelve al túnel, tal y como había salido de él, empieza a fumar, a beber, a masturbarse. Obseva que su vida había sido siempre una alternancia entre estados de paz y de agitación, y aún en este momento no está seguro de cuál eligería si pudiera.
Descubre que el vodka hace más daño al estómago del hombrecillo que al suyo – el hombrecillo es más pequeño y sufre más los efectos –, y bebe para dejarlo unas hora fuera de combate.
Su mujer tiene que viajar al extranjero para acudir a un encuentro internacional de rectores, y quedarse allá una semana, en la que el protagonista lleva a cabo su proceso de degradación:

El edificio se vino abajo durante aquello días. Comía en la cama (en la de mi mujer, por cierto, para que el desorden fuera mayor), bebía en la cama, me masturbaba en la cama, todo ello mientras mantenía con el hombrecillo conversaciones telepáticas que no iban a ningún sitio.7

El narrador se imagina como habría reaccionado su mujer al verlo así; antes se imagina que llamaría a la policía para sacarlo de casa, después que ella se desmayaría, y en fin se imagina que su mujer «Se acercaba adonde yo y yacía y me preguntaba con dulzura qué ocurría y yo le contaba que aquello llevaba ocurriendo en realidad toda la vida, toda mi vida, desde que tenía memoria, aunque me había resisitido a ello como el que se resiste al caer al fondo de un despeñadero, asido desesperadamente a una raíz que se había roto durante aquellos días en los que ella me había dejado solo»8.
Termina las fantasías confundiendo el cuerpo de su mujer con el cuerpo de la mujercilla.
Al cuarto o quinto día – dice explícitamente que ha perdido la noción del tiempo – decide satisfacer las ganas del hombrecillo de ver a alguien morir, comprando un bogavante en la pescadería y cortándolo en dos mientras está vivo, para después cocinarlo.
Mientras lo corta en dos, las dos partes siguen “vivas”, «aunque ignoro cómo se relacionaban entre sí»9; después cuenta que él y el hombrecillo «asistíamos al espectáculo con la fascinación y la extrañeza de quienes habían sido en otro tiempo un solo individuo constituido por dos territorios orgánicos alejados entre sí»10.
En el último capítulo, el protagonista se despierta con fiebre, y descubre que los hombrecillos han desmantelado su doble y han repuesto todas sus partes en su cuerpo. El narrador deja todos sus vicios, limpia la casa y cuando su mujer regresa le encuentra muy bien.
El libro termina con un epílogo, en el que se cuenta que la mujer del protagonista, a los dos años de la desaparición de los hombrecillos, ha fallecido, debido en parte a la frustración de sus aspiraciones políticas. Él se ha protegido del dolor a través de sus rutinas, y ahora mantiene una vida sana, cuida de la hija que han tenido sus vecinos, contándole historias sobre los hombrecillos, algunas reales y otras inventadas. Se encuentra una o dos veces al mes con Alba, con la cual intercambia miradas de complicidad, como si guardaran un secreto.


1 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, Barcelona, Seix Barral, 2010, p. 50
2 Ibid, p. 96
3 Ibid, p. 96
4 Ibid, p. 99
5Ibid, p. 127
6 Ibid, p. 128
7 Ibid, p. 168
8 Ibid, p. 169, 170
9Ibid, p. 176
10 Ibid, p. 176