1.3 – El período post-franquista

Ahora nos concentraremos en la situación histórica española. El Post-franquismo va dese la caída del régimen franquista hasta un límite que aún se ha de precisar. Dado que este período no tiene un nombre que lo caracteriza, sino que lo contrapone al Franquismo, la primera cosa que haremos será estudiar a qué exactamente este periodo se contrapone.
Ya antes de llegar a ser comandante supremo, Franco se había hecho cargo de implantar en la sociedad el concepto de auto-disciplina civil, o sea el sentimiento en la población de sentirse gobernada, de ser controladores y controlados de manera que el gobierno sería estable y que todos tendrían que conformarse al sistema. Después de la guerra civil, en 1939, se declaró comandante supremo, prometiendo el regreso en España a la monarquía con Juan Carlos. Unidad, disciplina y fe eran según el movimiento franquista las reglas para asegurar la gloria del país. Por unidad se entiende la cohesión social, realizada a partir del ideal de familia tradicional y patriarcal; disciplina en sentido fascista significa obediencia a la autoridad central y “fe” se refiere únicamente a la fe católica, con la Iglesia que monopolizaba la enseñanza. Franco no desdeñaba el fanatismo: eran los liberales quienes “amenazaban” la ortodoxia y la unidad religiosa. Otra “amenaza” al orden eran los conceptos de descentralización política y pluralidad étnica: por esto la ideología miraba a “Una patria. Un estado. Un Caudillo”.
La xenofobia fue utilizada para consolidar la unidad nacional contra las tendencias comunistas acusadas de ser extranjeras, de proceder de la Unión Soviética y de minar la identidad española. Diciendo esto, Franco ignoraba intencionalmente el papel que tuvieron las ayudas procedentes de los moriscos, los soldados italianos y el ejército alemán en su campaña militar, lo que quería Franco era «to mold the discourse into his own version of reality, and xenophobia served him well to that end»1.
En 1957 Franco decidió incorporar en el gobierno una clase de tecnócratas del Opus Dei, organización católica conservadora que al mismo tiempo promovía un progreso tecnológico. Esta elección ayudó mucho al crecimiento del turismo: en los años ‘60 España empezó un período de “milagro económico”, que marcó un período de abertura parcial. Debido a esto, lentamente Franco tuvo que reducir su rechazo a todo lo que no fuera hispánico, y en Noviembre de 1959 el presidente Eisenhower firmó un pacto en Madrid que autorizaba la presencia de las bases estadounidenses en España. De esta manera, España se podía beneficiar de las ayudas procedentes los Estados Unidos, mientras el régimen de Franco actuaba como centro de oposición al comunismo de la Unión Soviética, principal enemigo de los Estados Unidos.
En los años ‘70 la salud de Franco era muy débil, y la élite franquista estaba dividida entre los inmovilistas, que querían la continuación del régimen franquista según los principios fundamentales definidos en 1958, y los aperturistas, que querían tomar una dirección más libertaria y democrática. En 1967 fue promulgada la Ley Orgánica del Estado; en este período los franquistas son descritos por Gallego como «girando en torno a la necesaria consolidación institucional a medida que las expectativas vitales del dictador eran más limitadas»2.
En 1973 la organización para la independencia vasca (ETA) como prueba se su poder asesinó a Carrero Blanco, que había sido nombrado en el mismo año por Franco jefe del gobierno. Empezaba así un proceso de descentralización, aunque algunos históricos parecen subrayar diferentes aspectos de la cuestión: Carmelo Adagio y Alfonso Botti hablan de «la frammentazione dell’élite franchista e l’emergere di fratture interne che impedirono alla classe dirigente del regime di avere un progetto politico concreto e condiviso alla morte di Franco»3 pero, según Gallego, «las discrepancias eran menos importantes que los ingredientes de cohesión, de complicidad de proyecto, de aceptación de un conjunto de legitimidades que ofrecen una identidad común a la élite del franquismo»4: la gestión del sucesor de Carrero, Arias Navarro, fue representada como una abertura del estado a la modernización y sobre todo al reencuentro entre el Estado y la sociedad «cuando se era consciente de la fisura abierta entre ambos»5. Millás por su cuenta describe este periodo como «años de derrota para los espańoles, [...] una situación de desastre colectivo»6.
Con la muerte de Franco, en 1975, terminaron los treinta y seis años de dictadura. El rey Juan Carlos abrió las puertas a la democracía, y decidió terminar con el gobierno fascista en España. Adolfo Suárez, aperturista y convertido a la democracia, subió al gobierno como presidente en Julio de 1976, y en el mismo año promulgó la Ley para la Reforma Política.
Como afirma Brad Epps, a pesar de todos estos éxitos, la Ruptura democrática fue estigmatizada como mera fantasía después de 1977: se habla de Ruptura pactada, donde el cambio no fue radical, sino hubo una continuidad. Según Spires, esta Ruptura pactada fue debida a la incertidumbre sobre el futuro, junto con el recuerdo de la Guerra Civil. Esto frenaba los actores políticos que esperaban una ruptura radical, que al final prefirieron un proceso de reforma percibiendo el riesgo de fracaso de la transición y apostando por la continuidad del Estado7. Se volvieron así partidarios de los cambios propuestos por los “reformistas” del viejo régimen. Otra causa de la ruptura pactada fue el hecho de que los reformadores se habían instalado en la burocratización y la racionalización pública, tutelando su posición.
Ferrán Gallego sostiene que las causas de esta continuación fueron «la ausencia de una cultura democrática»8, «el temor a perder el «orden público» como algo que afecta a las propias condiciones de bienestar, a la seguridad adquirida; la relación de «agradecimiento» a un régimen que ha logrado éxito en su propaganda de ser responsable de la modernización y reforma de la sociedad española»9. De hecho, el gobierno sostenía que habían en España unas condiciones estructurales para las que el propio sistema había ido certificando la validez de sus soluciones de recambio; pero, como subraya Gallego, la «defensa de la capacidad evolutiva del régimen sólo puede basarse en la legitimidad del mismo, comenzando por su legitimidad de origen»10. La oposición democrática fue deslegitimada delante los ojos de los españoles por los medios de comunicación gubernamental: una vez que se había planteado una «superación de la línea de discriminación fascismo/antifascismo, para sustituirla por la de comunismo/anticomunismo»11, según la clase directiva quien no aceptaba la “única” vía de apertura posible a la participación era culpable de minar la cohesión fundamental de España. Se vieron así personas que sirvieron con fervor al régimen servir a la democracia con el mismo fervor. Junto a todo esto, el clima en que las elecciones tuvieron lugar no anunciaba ninguna estabilidad: algunos grupos políticos de extrema derecha y de extrema izquierda intentaron influir en el proceso de reforma con acciones violentas; el partido separatista vasco seguía con acciones terroristas y Cataluña, Galicia y otras provincias ganaban más independencia.
La formación de los partidos durante las elecciones encontró al PCE (Partido Comunista de España) y al PSOE (Partido Socialista Obrero Español) a la izquierda, mientras que a la derecha se encontraba AP (Alianza Popular) que incorporaba algunas personalidades que habían sostenido el régimen, como por ejemplo Manuel Fraga12. En el centro, con el apoyo de los medios de comunicación públicos (televisión, radio y prensa) se encontraba la Unión de Centro Democrático (UCD), que había nacido para apoyar la candidatura del ex falangista Adolfo Suárez. Por último estaban las formaciones nacionalistas, como el Partido Nacionalista Vasco (PNV) o la Unió Democrática de Catalunya (UDC).
El 15 de Junio ganó las elecciones con el 34,52% de los votos la UCD, seguida por PSOE y AP. A pesar de la caída de la dictadura, los medios de comunicación habían demostrado su capacidad de influencia sobre la población.
En 1978 fue aprobada la Constitución española, pero en sectores del ejército y de la extrema derecha crecía la voluntad golpista. En 1981, mientras reinaba un clima de inseguridad debido a secuestros e intimidaciones, Adolfo Suárez dimitió. Mientras el UCD, fragmentado, intentaba nombrar un nuevo presidente, los golpistas se aprovecharon de la inestabilidad para su golpe de estado.
El 23 de Febrero de 1981, un grupo de guardias civiles irrumpió con metralletas en mano en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. Secuestrando a los poderes ejecutivo y legislativo, los golpistas miraban al “vacío de poder” sobre el cual se habría generado un nuevo poder político. Sin embargo, el día 24 de febrero, el Rey intervino en televisión, y se situó contra los golpistas, defendiendo la Constitución española y llamando al orden a las Fuerzas Armadas en su calidad de Capitán general. El golpe había fracasado. En las elecciones de 1982 – año que algunos históricos consideran el verdadero comienzo de la democracia – el PSOE ganó las elecciones con una contundente mayoría, aunque, como escriben Gabriele Morelli y Danilo Manera, «per la riconciliazione nazionale si paga un prezzo di silenzio: diverse istituzioni non vengono purgate e i responsabili di gravi crimini rimangono impuniti»13.
En 1986 España entró en la Comunidad Europea, recibiendo ayudas. La estabilidad permitió profundas transformaciones, pero hubieron también fenómenos de asistencialismo, clientelismo y corrupción. El PIB creció, pero aumentaron también el desempleo y la inflación.
En 1996 la falta de confianza en la clase directora llevó al gobierno al PP (Partido Popular), que ganó las elecciones también en 2000, consiguiendo buenos resultados económicos. En 2004 ganó las elecciones José Luis Rodríguez Zapatero, joven líder del PSOE, que empezó una serie de profundas reformas civiles.

1 Robert C. Spires, Post-Totalitarian Spanish Fiction, cit. p. 19
2Ferran Gallego, El Mito de la Transición: La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977), Crítica, Barcelona, 2008 p. 19
3 Carmelo Adagio, Alfonso Botti, Storia della Spagna democratica: Da Franco a Zapatero, Paravia Bruno Mondadori Editori, Milano, 2006. p. 20
4 Ferran Gallego, El Mito de la Transición: La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977), cit., p. 20
5 Ibid, p. 20
6 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista.htm
7 Un ejemplo es Carillo que, regresado en España de su exilio, después de haber fondado el PCE tuvo que aceptar la monarquía y la unidad de España para calmar los militares, renunciando a la bandera de la república.
8 Ferran Gallego, El Mito de la Transición: La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977), cit., p. 30
9 Ibid, p. 31
10Ibid, p. 24
11 Ibid, p. 48
12 Fraga había sido ministro de Información y Turismo entre 1962 y 1969, durante el gobierno de Francisco Franco, así como vicepresidente del Gobierno y ministro de la Gobernación inmediatamente después de su muerte; en 1966, Fraga había afirmado que los partidos políticos «subrayan las diferencias de clase, como ocurre con los partidos socialistas, o bien se apoyan en las diferencias regionales», siendo España uno de los «países de temperamento fuerte», estos son inadecuados y pondrían la nación en un «camino seguro hacia la violencia, cuando no a la guerra civil. Frente a este tipo de representación...propicio a toda clase de falsificaciones...se viene defendiendo en diversos sectores un retorno a la representación orgánica [...]». En 1971 Fraga propuso un planteamiento de la forma monárquica del Estado, como legado histórico y como institución legal.
13 Morelli Gabriele y Manera Danilo, Letteratura spagnola del Novecento: dal modernismo al postmodernismo, Mondadori, Milano, 2007, p. 195