Ya hemos hablado del universo
como proyección mental del individuo – o del mundo como
representación, como lo llamaría Schopenhauer – en las obras de
Millás, cuando hemos hablado del espacio doméstico que refleja el
cuerpo del protagonista. Vemos ahora como la relación entre biología
y economía pueda ser considerada una proyección de la relación
entre el hombrecillo y el protagonista, que analizaremos sobre todo
desde un punto de vista psicoanalítico.
Las teorías
psicoanalíticas que veremos constituyen parte de las herramientas
sobre las cuales está armada la obra. Esto no quiere decir, por otra
parte, que Lo
que sé de los hombrecillos
sea un cuento de psicoanálisis. Por lo contrario, mientras el
psicoanálisis empieza por los cuentos de los pacientes y llega – o
pretende llegar – a la verdad, este cuento parece empezar en las
teorías para perderse en un artificio creativo, negando la
posibilidad de llegar a cualquiera verdad fundamental.
Como escribe
Baudrillard en Simulacri
e impostura,
hablando del psicoanálisis y de Lacan:
E se la più
stupenda costruzione di senso e di interpretazione che sia mai stata
eretta crolla così sotto il peso e il gioco dei suoi stessi segni,
ridiventati, da termini gravidi di senso com'erano, artifici di una
seduzione senza freno, termini sfrenati di uno scambio complice e
privo di senso (anche nella cura), ebbene, tutto questo dovrebbe
esaltarci e riconfortarci. Ciò significa che sarà risparmiata
almeno la verità, sola cosa per cui regnano gli impostori1
En Lo
que sé de los hombrecillos,
el mismo acto de crear una obra de ficción utilizando instrumentos
que tenían como fin descubrir la verdad es una manera de hacer
implosionar el psicoanálisis, de convertirlo en literatura. Como
afirma Bachelard en La
poetica della rêverie,
la creación literaria desafía a la ciencia de los psicólogos2.
Lo que sé
de los hombrecillos
parece ser una obra que, con su construcción, destruye las
herramientas sobre las cuales está edificada, pone una serie de
imágenes distorsionadas de la realidad que al final hacen
implosionar cualquiera posibilidad de estudio científico. Es un uso
del psicoanálisis que sanciona su muerte: los sistemas modernos no
son destruidos por una agresión directa, sino se derraman, se
degeneran hasta llegar a una implosión3.
Hay más.
Millás parece poner al descubierto la deconstrucción
del psicoanálisis a través de la metaficción. Cuando el
protagonista escucha a Honorio Gutiérrez, decano de Psicología, no
utiliza sus teorías para reflexionar de manera científica. Por lo
contrario, el narrador construye en su cabeza una historia utilizando
las palabras del decano como si fueran imágenes poéticas:
Procuré
evitar, sin resultar grosero, la compañía de Honorio Gutiérrez, el
decano de Psicología, aunque pasé varias veces cerca de él
cogiendo al vuelo fragmentos de su conversación entre los que
brillaban como diamantes expresiones tales como «estados
crepuscolares», «labilidad afectiva» o «ruminaciones obsesivas».
Todas me gustaron para mis artículos. De hecho, la Bolsa era muy
lábil desde el punto de vista afectivo, y sus ganancias, por
aquellos días, eran crepuscolares, lo que había provocado la
aparición de un inversor muy dado, como el yerno de mi mujer, a las
ruminaciones obsesivas. En algún momento, observando desde la puerta
de la cocina la reunión académica, vi el abismo que me separaba de
aquel mundo, del mundo en general, y me asombré de haber sido capaz
no ya de sobrevivir, sino de medrar en él4
De ciencia, el psicoanálisis
queda reducido – ¿o elevado? – a imagen poética. Un poco como
la economía, el psicoanálisis se da como ciencia positiva que
intenta explicar el mundo, mientras que en realidad lo que hace es
reconstruirlo.
Todo este
mundo académico y “científico” – a lo mejor “económico”
– descrito, como afirma el narrador, es un mundo al que él siente
no pertenecer. Es el mundo que también Millás ha rechazado, cuando
ha abandonado su carrera para dedicarse a sus estudios personales. Se
da entonces la contraposición entre estudio íntimo y personal por
un lado, y estudio científico y impersonal por otro. Es obvio que el
segundo, buscando una realidad objetiva, es destinado al fracaso. Por
lo menos esto es lo que afirma la filosofía posmodernista, donde no
hay otra manera de mirar el mundo sino el punto de vista personal de
cada individuo. Esto
es conocido como “Principio antrópico”:
The
observer modifies the experiment with his/her observations […] all
equations and theorems of the physical world are suspiciously similar
to humans. That is, in the process of studying any subject matter, we
inevitably encounter a mirror that reflects our own image. Erwin
Schrödinger’s theory of the “parallel universe” is consistent
with this idea: there are hundreds of universes that surround us, but
it is the observer who gives any particular one its observable form.
Bereft of an observer, our universe would simply be one of many
parallel universes that flow in the cosmos. Because reality
inevitably requires observation and recognition, the human element
necessarily mediates its meaning. Once the tie between human praxis
and knowledge is taken seriously, the idea of scientific objectivity
becomes questionable, and, as already discussed, dualism and
foundationalism are undermined. Reality is no longer simply something
that exists independent of humans; instead, reality is the product of
the relationship between the millions of possibilities and our own
subjectivity5
Después de estas
puntualizaciones, analizemos ahora la relación entre narrador y
hombrecillo.
Según la teoría freudiana, el
Yo está justo en el centro de grandes fuerzas: la realidad, la
sociedad, está representada por el superyó; la “biología” está
representada por el Ello.
Estas
correspondencias entre Ello y biología por un lado, y superyó y
economía por otro, pueden ser vistas también como correspondencias
entre el Ello y el hombrecillo en lo que concierne la parte biológica
del individuo, y superyó y narrador en lo que concierne la parte
“económica”6.
Empezamos
analizando el Ello. El papel de esta parte es el de preservar el
principio
del placer, de satisfacher las necesidades inmediatas. De hecho, lo
que más se acerca al puro Ello en la concepción freudiana es el
bebé.
El sistema nervioso traduce las necesidades del cuerpo a fuerzas
motivacionales llamadas pulsiones,
que
perpetúan la vida del sujeto, motivándole a buscar comida y agua, y
la vida de la especie, motivándole a buscar sexo. La energía
motivacional de estas pulsiones de vida se llaman en psicoanálisis
libido,
o sea “yo deseo”.
En sus estudios más avanzados,
Freud empezó a focalizarse en la finalidad de este movimento creado
por la búsqueda del placer, llegando a la conclusión de que existe
en el hombre una pulsión de muerte. La pulsión de muerte sería,
según Freud, consecuencia de nuestro deseo de paz, de terminar con
la estimulación; se concreta con nuestra atracción por el alcohol y
los narcóticos y nuestra propensión al aislamiento. En ocasiones
esta pulsión se presenta de forma más directa como el suicidio y
los deseos de suicidio, y en otros momentos, tal y como Freud decía,
en la agresión, crueldad, asesinato y destructividad.
Como se puede
entender, estos impulsos del Ello estudiados por Freud pueden ser
personificados en Lo
que sé de los hombrecillos
por el hombrecillo. Veremos a continuación estas correspondecias.
Freud afirma
que mientras dormimos, presentamos menos resistencia a nuestro
inconsciente y nos permitiremos algunas licencias, de manera
simbólica, que florecerán en nuestra consciencia. De hecho, cuando
empieza a quebrarse la unidad entre el narrador y el hombrecillo, el
narrador dice que «A veces parecíamos dos. Una noche, por ejemplo,
me dormí en mi extensión de hombre, pero continué despierto en mi
ramificación de hombrecillo, lo que no había sucedido nunca
antes»7.
En los sueños vividos como hombrecillo el narrador vive experiencias
sexuales muy licenciosas con la reina, experiencias que a menudo
toman una carga simbólica – como los huevos que salen de la vagina
de la reina – y que durante el día florecen en la conciencia del
protagonista, que empieza a desear locamente el sexo: «Si tú me das
de tu sexo, yo volveré a darte del mío»8
le dice el hombrecillo al narrador, que tiene que contratar una joven
prostituta, o no gozaría otra vez de la cópula con la reina. Cuando
el narrador y el hombrecillo deciden ir al burdel, « […] su
imaginación anticipaba las cosas que haríamos con la chica (no
todas correctas desde mi punto de vista), provocando tanto en él
como en mí una erección […]»9.
Vemos como aquí hay una división entre un “yo” del narrador y
un “tu” del hombrecillo, división que según los estudios
literarios de Todorov indica exactamente la pulsión de la parte
inconsciente:
[...]
sul piano della teoria psicoanalitica, la rete dei temi dell’io
corrisponde al sistema di percezione coscienza; quello dei temi del
tu,
a quello delle pulsioni inconsce10
Bien se adapta entonces el
hombrecillo a representar todas aquellas pulsiones sexuales del
protagonista; además, el verbo “impulsar” aparece muy a menudo
en el cuento, referido al hombrecillo, y la comunicación entre él y
el protagonista es telepática, como si el hombrecillo estuviera ante
todo en la cabeza del protagonista.
La pulsión sexual que acabamos
de ver es parte de las pulsiones que Freud clasificaba como las
“finalizadas a la perpetuación de la vida de la especie”. Freud
ha hablado también de otras pulsiones, que tienen como fin la
perpetuación del individuo, o sea la bebida y la comida. Tenemos un
ejemplo de estas con la comida del bogavante:
Todavía,
en algunos aspectos, continuábamos siendo uno, de modo que cuando me
senté a comer el bogavante, acompañado de una de las botellas de
vino blanco [...] el estómago del hombrecillo disfrutó tanto como
el mío. Le gustaron especialmente las partes blandas del interior de
la cabeza cuyos recovecos me instó a chupar una y otra vez hasta
dejarla seca. Fue una cena cruel, una de las mejores de mi vida
[...]11
Vemos aquí como otra vez es el
hombrecillo al que “le gustaron especialmente las partes blandas”,
y es siempre esta forma personificada del Ello que “insta al
narrador” a que chupe el interior de la cabeza hasta dejarla seca,
con un gesto que parecer ser de avidez, de goce extremo de la comida.
Pasamos ahora
a las pulsiones de muerte, o de “paz”. Por lo que concierne al
alcohol y los narcóticos, vemos como el hombrecillo impulsa al
protagonista a fumar y beber vino, hasta que la conciencia del
narrador se desmaya. Además, estas pulsiones toman gradualmente el
control del protagonista, que empieza fumando un cigarillo con la
prostituta para tener después una necesidad de fumar que no le deja
en paz: «El hombrecillo [...] sugirió telepáticamente que bajara a
la calle y comprara unos cigarillos para estimular mi creatividad
[...] Volví a mis notas, pero ya no podía quitar de la cabeza la
idea del cigarillo»12;
de hecho, para satisfacher su deseo de fumar el narrador contradice
sus ideales contra el tabaco – ideales que son muy rígidos, y que
por lo tanto parecen ser el resultado de una represión forzada – y
además comete una imprudencia que le hace ser descubierto fumando
por una vecina y un estudiante suyo. Siempre debido a los impulsos
del hombrecillo, también el uso del alcohol incrementa durante el
cuento, hasta que el narrador llega a tomarse una copa sin piensar en
lo que hace.
Sobre la propensión al
aislamiento de la que hablaba Freud, encontramos un ejemplo en este
fragmento:
Entonces,
mi mujer tuvo que viajar al extranjero para acudir a un encuentro
internacional de rectores. Por primera vez desde que estábamos
juntos, me pareció liberadora la idea de quedarme solo, pues habían
llegado a fatigarme hasta el agotamiento las cautelas a que me
obligaba su presencia13
Anteriormente en el libro el
narrador había expresado tristeza por haber sido echado de la cama
matrimonial, pero ahora sus actividades – beber café y alcohol y
fumar –, impulsadas por el hombrecillo, le llevan a aislarse y a
gozar del hecho de que su mujer le deje solo.
Vemos ahora aquellas pulsiones
más violentas de las que hablábamos.
El suicidio no está presente de
forma directa, pero por otra parte el narrador piensa a menudo en
matar al hombrecillo, que en realidad es parte de él:
[…]
lo tomé entre mis manos y pensé que en ese momento podría acabar
con él. ¿Cómo? Aplastándolo, pisándolo como a una cucaracha,
arrojándolo al retrete... Pero no sabía en qué medida, al morir
él, moriría yo también. [...] No podía acabar con él, no al
menos hasta que fuéramos más independientes el uno del otro.14
De alguna manera, lo que quiere
el narrador es llegar a la paz, “matar” aquella parte de él que
es responsable de las estimulaciones.
La agresión se da primero como
impulso, es decir, la vemos cumplida por el hombrecillo en su mundo
fantástico, y proporciona a ambos, al hombrecillo y al narrador, un
placer sádico:
Mientras
contemplábamos el cadáver, mi siamés moral me pidió
telepáticamente que fumara y que bebiera porque aquella combinación
de tabaco, alcohol y crimen le resultaba (me resultaba en realidad)
extrañamente placentera15
Después de gozar de este
acontecimiento pasado en el mundo de los hombrecillos, el narrador
tiene la necesidad de matar a un hombre “de verdad”, o, según
nuestra interpretación, de desahogar su impulso homicida, cosa que
no pasará por razones que veremos ahora.
Pasamos entonces al análisis del
superyó. Este, según lo que hemos visto, debería corresponder a la
parte más “económica”, “artificial”, construida
arbitrariamente por el hombre durante su educación:
Hay
dos aspectos del superyó: uno es la consciencia,
constituida por la internalización de los castigos y advertencias.
El otro es llamado el Ideal
del Yo,
el cual deriva de las recompensas y modelos positivos presentados al
niño. La consciencia y el Ideal del Yo comunican sus requerimientos
al Yo con sentimientos como el orgullo, la vergüenza y la culpa.16
Empezamos por los castigos y
advertencias. En el capítulo tercero, vemos como el narrador habla
de su miedo a ser acusado, imaginándose que pasaría si mientras
sirve la carne a sus invitados, éstos encontraran en su plato un
hombrecillo:
Aunque
no era en absoluto responsable de la existencia de los hombrecillos,
imaginé que los rostros de los comensales se volverían
acusadoramente hacia mí17
Esta fobia de
ser inculpado por hechos de los que él no es responsable aparece
también en No
mires debajo de la cama,
cuando el hecho de encontrarse solo con el cadaver de un perro hace
que el protagonista esconda el cadaver, temiendo ser acusado de haber
matado al animal, y en Un
caso se sugestión,
donde otra vez el protagonista encuentra una chica muerta – o por
los menos que así aparece – y afirma que «por algua razón
inexplicable, me sentía culpable de aquella muerte»18.
Probablemente la fobia de ser inculpado forma parte de la
personalidad y del superyó del autor, que de hecho escribe en el
articuento “Una cuestión de caracter” «Siempre pienso que soy
culpable mientras no se demuestre lo contrario. Es la educación que
me dieron los curas y los militares, con perdón»19.
Este puede ser
un claro ejemplo de lo que en el psicoanálisis se conoce con el
nombre de ansiedad
moral,
que «se
refiere a lo que sentimos cuando el peligro no proviene del mundo
externo, sino del mundo social interiorizado del superyó. Es otra
terminología para hablar de la culpa, vergüenza y el miedo al
castigo»20.
De hecho, el narrador de Lo
que sé de los hombrecillos
“no era en absoluto el responsable”, pero a pesar de esto, él
tiene miedo de ser inculpado, ha interiorizado las amenazas y los
castigos de su infancia, como puede haberlos interiorizado Millás, y
reflejarlos en sus obras, que pueden ser vistas como denuncia de una
educación represiva.
Hablamos ahora del “Ideal del
Yo”, y de los sentimientos de orgullo, vergüenza y culpa. Estos
son asociados a todas aquellas actividades que, si por un lado le
gustan al hombrecillo, por otro son censuradas por las inibiciones
morales del protagonista. Un ejemplo simple se da cuando el narrador
deja de fumar por miedo a tener que justificarse con los demás, y
otro ejemplo muy claro se da en el capítulo diez, cuando el autor
reserva la prostituta:
Cuando
colgué el teléfono, estaba sudando de un modo exagerado, por lo que
corrí al baño y me refresqué por miedo a oler mal cuando llegara
la prostituta. El constraste entre mi agobio y el placer del
hombrecillo era otro indicador, uno más, de la herida sin sutura
abierta entre nosotros21
Si por un lado
el narrador está agobiado por el miedo a oler mal, por otro el
hombrecillo llega a masturbarse antes de encontrarse con la
prostituta – cosa que el narrador comenta como «Entonces ocurrió
algo realmente sucio»22,
monstrando su rechazo moral. Si por un lado el hombrecillo se muestra
radiante mientras espera a la prostituta, por otro el narrador tiene
que tomar una copa, «cuyos efectos noté enseguida también en la
cabeza. No es que me pusiera eufórico, pero el sentimiento de culpa
se redujo»23.
En el capítulo
siguiente, mientras el narrador se encuentra con la prostituta, sigue
hablando explícitamente
de vergüenza:
Comprendí
entonces que había estado cayendo sin darme cuenta de que caía y
que ahora me encontraba ya en el suelo. Yo no soy así, me dije,
sintiendo vergüenza y miedo y ganas de huir24
El narrador, aprovechando el
hecho de que el hombrecillo está dormido – o sea probablmente que
el apetido sexual del prootagonista ha parado – se limita a charlar
y después despide a la prostituta, pero de la misma manera, aun sin
correr ningún riesgo de ser descubierto y aun sin haber hecho nada,
vemos como su ansiedad moral le agota:
La
experiencia, pese a su falta de sustancia, me había dejado agotado y
fúnebre, además de inquieto. Sin haber ganado nada con ella, tenía
la impresión de haber perdido algo que atañía a mi dignidad25
Aquí se habla
claramente de dignidad, o sea de los rasgos que corresponden al
modelo social elaborado por el superyó, y pocas páginas adelante se
habla también explícitamente de conciencia, cuando el narrador
afirma que «Aquella súbita combinación de alcohol, sexo, nicotina
y remordimientos me había dejado mal cuerpo y mala conciencia»26.
Pasamos ahora a la parte donde el
superyó funciona como inhibición del instinto homicida, o sea logra
impedir el cumplimiento de las acciones. Vemos como, una vez que el
hombrecillo ha matado a otro hobrecillo, el narrador tiene miedo al
castigo, porque teme que el hombrecillo sea detenido por la policía
de los hombrecillos, y al mismo tiempo el narrador siente la
desolación, el desconsuelo, la tristeza por haber matado a un hombre
– aunque pequeño y procediente de otro mundo. Desde el
remordimiento y el miedo al castigo por este homicidio “ficticio”
– que podría representar la fantasía de matar a alguien, o sea un
pensamiento o un proyecto malvado – se pasa a evitar el homicidio
real, o sea el homicidio que el hombrecillo quiere que el
protagonista cumpla:
Entre
tanto, la idea del crimen comenzó a repugnarme, en parte por el
miedo al castigo, pero también por una suerte de inclinación moral
de la que eran víctimas mis emociones, no mi razón.27
Aquí el
primer tema interesante es que no es la razón la que frena el
instinto homicida, sino “una suerte de inclinación moral”, algo
extraño
en el Yo del narrador. El razonamiento, o sea el “Yo” que razona,
parece no existir, y el Cogito
ergo sum
de Cartesio parece haberse perdido entre los impulsos psíquicos del
superyó y del Ello28.
La segunda característica
interesante de este instinto insatisfecho es que a pesar de que el
narrador, gracias entonces a esta “inclinación moral”, no mata a
ningún hombre, al mismo tiempo cuando el hombrecillo vuelve a
empujarlo hacia el homicidio compra un bogavante y mantiene un
diálogo bastante significativo con el hombrecillo – o con sí
mismo, con su Libido:
Entré
en la pescadería y adquirí un bogavante de algo más de un kilo que
agitó la cola con desesperación [...]
– Qué
vamos a hacer con ese animal? – preguntó telepáticamente el
hombecillo.
– Lo
vamos a matar del modo más cruel que puedas imaginar y luego nos lo
vamos a comer – dije yo.
Al
hombrecillo le pareció bien, lo que me proporcionó un respiro,
aunque también pensé que cuanto más retrasara el crimen más
sacrificios tendría que ofrecerle29
Esto en
psicoanálisis se podría llamar desplazamiento,
que es definido como «la “redirección” de un impulso hacia otro
blanco que lo sustituya. Si el impulso o el deseo es aceptado por ti,
pero la persona a la que va dirigido es amenazante, lo desvías hacia
otra persona u objeto simbólico [...] Un hombre frustrado por sus
superiores puede llegar a casa y empezar a pegar al perro o a sus
hijos o establecer discusiones acaloradas»30.
Si la interpretación es correcta, el bogavante sería un objeto
simbólico donde el protagonista descarga su instinto homicida,
instinto que en este caso no es menos cruel, sino más tolerado por
la sociedad – « [...] los refinamientos gastronómicos exigen la
comisión de algunas crueldades culinarias. Después de todo, la
cocina es una forma de cultura y todo eso»31
– y entonces menos en conflicto con el superyó. A pesar de esto,
esta muerte, como reflexiona el narrador, sirve sólo para calmar
momentáneamente los impulsos, simbolizados por el hombrecillo que
amenaza volver a la carga pidiendo otros sacrificios. El instinto no
desaparece, sólo queda latente.
Después de
todas las afinidades con el Ello y el superyó que hemos visto nos
concentraremos ahora sobre el papel de esta creación fantástica, o
alucinación del narrador, que es el hombrecillo. En el psicanálisis
se llaman proyección
o desplazamiento
hacia fuera
«la tendencia a ver en los demás aquellos deseos inaceptables para
nosotros. En otras palabras, los deseos permanecen en nosotros, pero
no son nuestros»32.
El hombrecillo podría ser entonces una proyección del protagonista.
De esta manera, el narador vería en esta criatura fantástica
aquellos deseos que no acepta ver en sí mismo.
En literatura ésta no es
seguramente una novedad, sino una técnica narrativa bastante
antigua, que cuenta con una iconografía bastante amplia:
[...]
we know already that the supernatural always appears in an experience
of limits, in a “superlative” states. Desire, as a sensual
temptation, finds its incarnation in several of the most common
figures of the supernatural world, and most especially in the form of
the devil. To simplify, one might say that devil
is merely another world for libido.33
A menudo en la
literatura, también en la escrita antes de la llegada del
psicoanálisis, se ven estas figuras de pequeños diablos que
aconsejan mal al personaje. La considercación que hace Todorov es
que el psicoanálisis ha sustituido la literatura fantástica, que se
vuelve inútil. Lo que antes era tabú no ha sido destruido, sino
trasladado desde el diablo hacia los impulsos. Un ejemplo en Lo
que sé de los hombrecillos
son todas las perversiones sexuales del protagonista, de las que se
habla sin recorrer al diablo, hablando de ellas en terminos no
disfrazados34.
Millás en una
entrevista parece confirmar esta interpretación, ya que dice que los
hombrecillos representan algo que tenemos todos, que el ser humano se
caracteriza por estar dividido y raras veces está de acuerdo consigo
mismo, y en ello hay una parte que desea lo que no le conviene, pero
no por eso lo deja de desear35.
En otra entrevista, Millás habla aún más explicitamente de esta
tradición literaria; el entrevistador preguntó a Millás si, a
diferencia de este hombrecillo, no hay hombrecillos que lleven a sus
elegidos por el buen camino, y la respuesta fue:
En
todas las tradiciones, tanto las que pertenecen a la literatura oral
o popular como a las tradiciones cultas, el del doble es un tema
recurrente. Y el doble, el “alter ego”, es siempre un gemelo
malvado, aquel que destapa lo peor de tí y te impulsa a hacer
aquello que te apetece hacer con el corazón pero no harías nunca
con el cerebro.36
De hecho
podemos encontrar muchos ejemplos de estos dobles malvados en la
literatura, como William
Wilson
de Poe, que como afirma Todorov es una historia de un hombre
perseguitado por su doble, pero no se entiende si este doble es un
ser humano o una parte de su personalidad37;
otro ejemplo puede ser El
extraño
caso del doctor Jekyll y el
señor Hyde,
que habla de dos personas, una buena y otra malvada, que al final se
descubre que son la misma.
Personalmente, creo que hay una
diferencia muy grande entre la tradición del “diablo tentador” y
el psicoanálisis con su libido. Tiene razón Tzvetan cuando dice que
el diablo y la libido son dos maneras de hablar de temas tabú, de
pulsiones que de otra manera quedarían secretas, pero mientras el
diablo puede darse como un personaje externo, la libido está
presente en el hombre desde el principio.
Si un
personaje se enfrenta a una presencia demoníaca, el camino que tiene
que tomar es liberarse de ella, rechazándola y consiguiendo la
beatitud. ¿No suena amenazante, de hecho, el pensamiento de tener
dentro de sí el diablo? Y al pactar con él ya se piensa que el
personaje va a arriesgar su alma... pensemos en el Faust,
y de como el protagonista no pacta, sino gana completamente con
Mephistopheles al final del cuento, de otra manera terminaría en el
infierno, o en las historias de exorcismos y de redención gracias al
poder de Dios, donde los personajes se liberan de una infestación
externa con intervenciones sobrenaturales.
Esta
concepción del diablo y del instinto malvado como algo externo
parece haber sido superada con la llegada del psicoanálisis, que ha
demostrado que los niños no son, como se creía antes, angelitos
puros y sin pecados, sino portadores de deseos sexuales congénitos.
El diablo como ser externo ha sido reducido a un ser casi
folclorístico, y en los cuentos de Millás ha sido objeto de burlas
y ironía. En Tengo
poderes,
por ejemplo, el niño narrador y protagonista les pide a Dios y al
diablo un favor, promitiendo a uno que iría a misa cada domingo y al
otro que le entregaría su alma. El deseo del niño se realiza, y el
cuento concluye con un comentario bastante irónico: «Nunca supe si
le debía el favor a Dios o al diablo, pues a los dos se lo había
pedido con idéntico fervor. Llevo toda la vida esperando que uno u
otro me pase la factura»38.
Otro ejemplo, aun más evidente, se encuentra en el cuento El
precio de las almas,
que empieza de una manera bastante grotesca: «Al principio fue un
alivio que se me apareciera el diablo, pues aunque no tenía
intención de venderle nada, siempre es bueno para la autoestima
saber que tu alma está en el mercado. Íbamos dentro de un taxi
Satán y yo [...]»39.
La novela sigue hablando del diablo y del protagonista que hacen
negocios, pero el diablo no está interesado en el alma del
protagonista, sino en su cuerpo, por el cual ofrece dos almas. El
precio de las almas, dice el diablo, ha bajado mucho, mientras los
cuerpos están por las estrellas – véase la ironía de mezclar un
pacto con el diablo con las leyes “económicas”, y de como Millás
busca la “impureza” de los registros, acostando términos
religiosos a términos económicos.
A diferencia
de la presencia demoníaca, en el psicoanálisis la ansiedad
neurótica
– o sea «el miedo a sentirse abrumado por los impulsos del Ello
[...] como si fuésemos a perder el control, su raciocinio o incluso
su mente»40
– no se pueder enmendar con interventos “mágicos”; todo lo
que se puede hacer es entregarse a formas de ascetismo, como hace el
narrador de Aceite
de ricino y mística,
donde afirma que «El asceta busca el bien a través del mal. O se
mortifica para alcanzar el bienestar, como usted prefieran [...] Con
los años, y al comprender que la mística era una quimera, me estoy
volviendo asceta. Cada día, encuentro un pequeño sufrimiento con el
que castigar mi lengua»41.
A pesar de
esto, en la visión de Millás la libido parece estar siempre
presente en las personas, sin poder nunca, nisiquiera con el
ascetismo, ser eliminada completamente. Esto tiene una consecuencia
directa a nivel de la trama: en lugar de una lucha donde el bien gana
sobre el mal, hay un intento de pactar entre las fuerzas opuestas.
Como ya había escrito Millás, «era verdad que si pactabas con los
fantasmas, éstos desaparecían de tu vida»42.
Leemos en el
articuento “Acuerdos” – ya el nombre es significativo – como,
según el escritor, «Me parece improblable que con el 51% de mí
mismo pudiera eliminar al 49%, también de mí, que no soporto»43.
De hecho, en Lo
que sé de los hombrecillos,
el narrador al principio piensa ser superior al hombrecillo – «No
recuerdo qué le respondí, pero sí que había en mi modo de
dirigirme a él un tono de superioridad, como cuando se habla desde
la metrópoli a quienes viven en la colonia»44,
y en otra ocasión piensa también matar a su doble en miniatura: lo
toma entre las manos y piensa que en aquel momento podría acabar con
él, aplastándolo, pisándolo como a una cucaracha, arrojándolo al
retrete, «Pero no sabía en qué medida, al morir él, moriría yo
también»45.
Más adelante en el libro, en fin, el narrador entiende como no tiene
sentido en realidad borrar al hombrecillo de su vida:
Comprendí que no,
que la vida sin él (sin los hombrecillos en general) sería como una
tienda sin trastienda, como una casa sin sótano, como una palabra
sin significado, como una caja de mago sin doble findo. ¿En qué
quedaría yo? En un profesor emérito más, en un articulista
mediocre de temas económicos, en un esposo vulgar: una especie de
animal domesticado, en suma, una suerte de bulto sin otra lectura que
la literal, un pobre hombre...
Acepté
entonces que no podría renunciar a los hombrecillos [...]46
Aquí se ve
como, a diferencia de la figura del diablo, que suele ser rechazada
in
toto
y temida, la libido es considerada como algo natural y normal: «
[...] creo que efectivamente todos estamos habitados por otras
presencias de las que a veces ni siquiera somos conscientes»47
afirma Millás en una entrevista. De hecho, al final de Lo
que sé de los hombrecillos
el cuento no se resuelve con la victoria del narrador sobre el
hombrecillo, sino con la reunificación de los dos seres en uno. Como
ha afirmado Millás, la zona oscura representada por los hombrecillos
no se puede reprimir, y si se intenta reprimir esto se hace «con
resultado catastrófico, porque lo reprimido sale a presión por
donde menos se espera. Por eso, yo creo que es mejor pactar con los
hombrecillos que recluirlos en un compartimento estanco»48.
Podemos concluir entonces que el
psicoanálisis ha creado un nuevo modelo de trama.
William H. Gass habla de los
cuentos tradicionales como cuentos simples, y al mismo tiempo
simplistas:
In
stories, there are agents and actions; there are patterns; there is
direction; most of all, there is meaning. Even when the consequences
are tragic, there is a point; there is a message, a moral, a
teaching. And this is a consolation. It is consoling to believe that
our lives have a shape, a purpose and direction; that the white hats
and the black hats have appropriate heads beneath them, and are born
about by bodies with the right souls inside [...] But should we
believe in the story’s simple determinism, in its naive teleology,
its easy judgments, its facile division of time [...]? especally when
stories are morally devious. Their opening events are always an
excuse, for the real aim of every story is justification. Goldilocks
is a teeny-trasher who wrecks the peaceful house of the three bears;
Jack is a dim-witted and ungrateful thief who not only steals from
the giant, who never did any harm, but also chops down the vine which
got him to the gold; God makes a fool of Jonah to satisfy His own
greed for adulation and dominion49
Por lo que concierne a los
sombreros, Gass se refiere probablemente a los personajes de los
Westerns: los buenos tienen un sombrero blanco, mientras que los
malos tienen un sombrero negro. De ahí hay una dinstinción clara
entre bien y mal, de la que el público se entera inmediatamente, y
ya sabemos quién va a ganar. Pero, como dice Gass, los cuentos
tradicionales justifican la violencia hacia el “otro”, porque el
otro es “malvado” – ¿o simplemente desviador de la norma? En
cambio, como dice Millás, el otro está dentro de nosotros, lo que
se busca es el equilibrio, una manera de cohabitar:
El
hombre es un tipo absolutamente reprimido, que además se ha montado
una vida “muy normal” precisamente porque tiene pánico a la
locura; mientras en el otro extremo esta ese hombrecillo desinhibido,
sinvergüenza, que no tiene límites morales. Claro, los dos están
en un extremo y lo ideal sería que llegaran a un acuerdo, pero no
son capaces de pactar: o existe uno o existe el otro. En la vida
diaria se da muchas veces también esta alternativa: uno se encuentra
a gente muy reprimida y a otra muy desinhibida. Yo creo que para
llevar una vida digna uno ha de llegar a acuerdos consigo mismo
aunque no siempre sean posibles. Pero en la medida de lo posible uno
debería llegar a acuerdos con esa zona oscura que en la novela está
representada por los hombrecillos.50
Hablando de
acuerdos, Millás parece extender esta filosofía de pactar no sólo
en el mundo que está dentro del individuo, sino en el mundo de
afuera. En diferentes ocasiones se ven en Lo
que sé de los hombrecillos
comparaciones entre la relación narrador – hombrecillo y la
relación Estado – minorías. A pesar de ser una comparación
bastante grotesca, surreal y a lo mejor irónica, se puede encontrar
detrás de esta un significado profundo por lo que concierne a la
política nacional española. La primera vez que encontramos en el
texto una conexión entre el dualismo narrador – hombrecillo y el
dualismo Estado – minorías es en el momento en que los
hombrecillos acaban de hacerle un doble al narrador, e intentan
explicarle lo que este hombrecillo va a ser para él:
Tampoco [...] será
exactamente un doble [...] será idéntico a ti porque será una
extensión de ti; aunque separados, formaréis parte de la misma
entidad. Los dos seréis uno, aunque resulte difícil de entender.
– Hay
naciones constituidas de ese modo – dije tratando de ayudarle51
Y más adelante en en libro,
cuando el narrador y el hombrecillo tienen un momento en el que están
perfectamente conectados, el narrador dice que:
El
hombrecillo y yo éramos de nuevo un mismo Estado compuesto por
regiones separadas. Yo era él y supuse que él era yo, pues no
percibí que su mente trabajara en esos momentos de manera autónoma
respecto de la mía52
En estos
fragmentos el narrador parece representar el estado mayor y el
hombrecillo una minoría. Si esta interpretación es correcta,
narrador y hombrecillo podrían representar la situación política
española, en la cual el Estado tiene que enfrentarse a la presencia
de minorías, que sabemos haber sido objeto de represión durante el
franquismo – como el narrador piensa reprimir el hombrecillo – y
haberse vengado después de la caída del régimen con acciones
terrorístas – como hace el hombrecillo que empuja al narrador con
amenazas: «– ¡Ni se te ocurra! – gritó fuera de sí –. Si me
quitas la fiebre, matamos a otra persona ahora mismo»53.
Otra vez la solución se da a través de un acuerdo, y no de una
supresión por parte de la autoridad central.
Afirma Paul Meltby, hablando del
posmodernismo:
Indeed,
postmodernism has played a crucial (though by no means exclusive)
role in divesting the “master narratives” of many of these
institutions of their authority; in unmasking the operations of power
and the rhetorical manoeuvres behind their discourses.54
1
Jean
Baudrillard, Simulacri
e impostura: Bestie, Beaubourg, apparenze e altri oggetti,
cit., p. 53
2
Bachelard
Gaston, La
poetica della rêverie,
cit., p. 32
3
Jean
Baudrillard, Simulacri
e impostura: Bestie, Beaubourg, apparenze e altri oggetti,
cit., p. 41
4
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 155, 156
5
Manuel
J. Caro, John W. Murphy, The
world of quantum culture,
Estados Unidos de América, 2002, Praege Publishers, p. 5
6
No
hablaremos mucho del Yo porque este concepto ha sufrido una
evolución particular en las teorías posfreudianas, como por
ejemplo la de Lacan, que habla de un «narcisismo immaginario
costitutivo dell'io in conseguenza del quale il soggetto si
attribuisce un'unità fittizia e nega che la sua vera realtà è
fatta di una trama di significanti, l'Inconscio, al di sotto della
quale non si dà alcun significato ultimo»
[http://www.nilalienum.it/Sezioni/Bibliografia/Psicoanalisi/Introduzione%20a%20Lacan.html].
El
yo enconces ha ido evolviéndose como algo ficticio, como ficticia
es considerada en muchos autores posmodernistas la identidad del
individuo, y entre ellos Millás que comenta: «Y es que la
identidad del ser humano es sumamente frágil; tan frágil que quizá
por eso necesitamos acentuarla con cosas tales como firmar un libro,
tener honores o ser miembros de algún club.»
[http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista5.htm].
Ejemplos de esta afirmación pueden ser encontrados en muchas obras,
como el articuento No
somos nadie,
o las afirmaciones de personajes como Julio Orgaz de El
desorden de tu nombre
«Si de verdad tuviéramos identidad, no necesitaríamos tantos
papeles (certificados, carnés, pasaportes, etcétera) para
mostrarla» [Juan José Millás, El
desorden de tu nombre,
Punto de Lectura, Madrid, 2006, p. 137, 138] o descripciones de
personajes como Luis de Visión
del ahogado:
«No
era que pensara, propiamente, puesto que no reflexionaba —de un
modo activo al menos— ni formaba intenciones, sino que comenzaba a
ver aquellos datos (su profesión, su edad, su estado civil) de
manera distinta, a la vez más lúcida y confusa que en las
revisiones rutinarias que periódicamente hacía de estos
antecedentes, cuya función parecía más compleja y maligna que la
de señalar su realidad. Del mismo modo que los signos
convencionales —aquellos que prohíben el paso, la caza o el
placer—, cuando se muestran fuera del lugar prohibido, revelan no
ya su absurdo, que tras el absurdo late siempre una intención
torcida, sino el sentido más profundo de una ordenación basada en
la usura; del mismo modo en Jesús Villar despertaba la sospecha de
que los hechos relativos a su estado civil, más que nombrar una
realidad, la moldeaban y reducían sus límites de tal manera que
cada dato representaba una imposición, una orden.»
[Juan José Millás, Visión
del Ahogado,
cit., p. 65]
7
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 43
8
Ibid,
p. 62
9
Ibid,
p. 64
10
Todorov
Tzvetan, La
letteratura fantastica,
cit., p. 153
11
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 176, 177
12
Ibid,
p. 79
13
Ibid,
p. 167
14
Ibid,
p. 75, 76
15
Ibid,
p. 111
16
http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
17
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 21
18
Juan
José Millás, Los
objetos nos llaman,
cit., p. 203
19
Juan
José Millás, “Una cuestión de carácter”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento049.htm
20
http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
21
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p.
63
22
Ibid,
p. 64
23
Ibid,
p.
63
24
Ibid,
p. 68, 69
25
Ibid,
p.
71
26
Ibid,
p. 73
27
Ibid,
p. 161
28
Característica
del posmodernismo es el hecho de equiparar a menudo el hombre a una
máquina, y verlo reaccionar a impulsos más que razonar. Como
afirma Sherry Turkle «In the past decade, the changes in the
intellectual identity and cultural impact of the computer have taken
place in a culture still deeply attached to the quest for a
modernist understanding of the mechanisms of life. Larger scientific
and cultural trends, among them advances in psychopharmacology and
the development of genetics as a computational biology, reflect the
extent to which we assume ourselves to be like machines whose inner
workings we can understand. “Do we have emotions?,” asks a
college sophomore whose mother has been transformed by taking
antidepressant medication, “or do our emotions have us?” To whom
is one listening when one is “listening to Prozac”? The aim of
the Human Genome Project is to specify the location and role of all
the genes in human DNA. [...] the possibility of finding the genetic
markers that determine human personality, temperament, and sexual
orientation. As we contemplate reengineering the genome, we are also
reengineering our view of ourselves as programmed beings» [S.
Turkle, Life
on screen,
1995, Simon & Schuster, Rockefeller Center, New York, p. 25]. El
estudio del ADN y de las drogas psicotrópicas ha transladado la
duda sobre la existencia del hombre a la duda sobre el hecho de que
el hombre sea de verdad un ser viviente, y no una máquina
programada. Estos discubrimientos parecen haber influido mucho en el
pensamiento de Millás, que habla a menudo de estos fármacos y del
DNA como si fueran programaciones del hombre. En el articuento El
genoma
se habla de la posibilidad de establecer la personalidad del
individuo estudiando el ADN: «No hay síndrome sin gen. Hasta esa
tristeza de los domingos por la tarde procede de los jugos
segregados por una vesícula infinitesimal localizada en las
regiones más remotas del DNA» [Juan José Millás, El
genoma,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento019.htm].
En el articuento La
Biblia
se habla de los fármacos como si el hombre fuera un ordenador y los
fármacos los programas: «No nos falta de nada, ni siquiera las
pócimas que le duermen a uno, o las que le despiertan, o las que
nos convierten de gordos inmundos en afilados príncipes sin
panículo adiposo. Y ahí están las píldoras de la virilidad y las
de tener sixtillizos y las que quitan el hambre o la tristeza y las
que nos devuelven el pelo prometido» [Juan José Millás, La
Biblia,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento100.htm].
En el articuento El
otro
Millás habla de su personalidad citando los fármacos como parte de
esta: «Ese loco que pretende ser yo no tiene ni idea, pues, de la
vida que le espera. Si ha de pasar en la existencia digital por la
mitad de lo que yo he pasado en la analógica, no tardará en salir
corriendo de mi cuerpo [...] No olvides tomar Almax para el ardor de
estómago, y
Trankimazín
para la angustia. Para la culpa no he encontrado nada todavía»
[Juan Jose Millás, El
otro,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento001.htm].
En el cuento La
mejor tarde de mi vida,
en fin, el narrador afirma que
«[...]
lo que a mí me ha ido bien de toda la vida han sido las pastillas»
[Juan José Millás, Los
objetos nos llaman,
Seix Barral, Barcelona, 2008, p. 28].
29Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p.
174
30
http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
31
Juan
José Millás, “Lo crudo y lo cocido”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/artimenu02.htm
32
http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
33
Todorov
Tzvetan, The
Fantastic: A Structural Approach to a Literary Genre,
United States o America, Cornell University, 1973, p. 127
34
Todorov
Tzvetan, La
letteratura fantastica,
cit., p. 164
35
http://www.diariodenavarra.es/20101107/culturaysociedad/la-literatura-o-es-metafora-realidad-o-es-nada.html?not=2010110701075987&idnot=2010110701075987&dia=20101107&seccion=culturaysociedad&seccion2=culturaysociedad&chnl=40&ph=5
36
http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
37
Todorov
Tzvetan, La
letteratura fantastica,
cit., p. 75
38
Juan
José Millás, Los
objetos nos llaman,
cit., p. 80
39
Ibid,
p. 138
40
http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
41
Juan
José Millás, Los
objetos nos llaman,
cit., p.
22, 23
42
Ibid,
p. 235
43
Juan
José Millás, Acuerdos,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento073.htm
44
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 58
45
Ibid,
p. 75
46
Ibid,
p. 128
47
http://libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=~/paginas/entrevistas/entre238.ascx
48
http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
49
William
H. Gass, Tests
of Time – essays by William H. Gass,
cit, p. 5, 6
50
http://www.linformatiu.com/nc/portada/detalle/articulo/juan-jose-millas-la-crisis-ha-servido-para-averiguar-que-los-politicos-no-mandan/
51
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombecillos,
cit., p. 28
52
Ibid,
p. 103
53
Ibid,
p. 122
54
Neil
Brooks and Josh Toth, The
Mourning After: Attending the Wake of Postmodernism,
cit., p. 43