3.2 – Hombrecillo y narrador

Ya hemos hablado del universo como proyección mental del individuo – o del mundo como representación, como lo llamaría Schopenhauer – en las obras de Millás, cuando hemos hablado del espacio doméstico que refleja el cuerpo del protagonista. Vemos ahora como la relación entre biología y economía pueda ser considerada una proyección de la relación entre el hombrecillo y el protagonista, que analizaremos sobre todo desde un punto de vista psicoanalítico.
Las teorías psicoanalíticas que veremos constituyen parte de las herramientas sobre las cuales está armada la obra. Esto no quiere decir, por otra parte, que Lo que sé de los hombrecillos sea un cuento de psicoanálisis. Por lo contrario, mientras el psicoanálisis empieza por los cuentos de los pacientes y llega – o pretende llegar – a la verdad, este cuento parece empezar en las teorías para perderse en un artificio creativo, negando la posibilidad de llegar a cualquiera verdad fundamental.
Como escribe Baudrillard en Simulacri e impostura, hablando del psicoanálisis y de Lacan:

E se la più stupenda costruzione di senso e di interpretazione che sia mai stata eretta crolla così sotto il peso e il gioco dei suoi stessi segni, ridiventati, da termini gravidi di senso com'erano, artifici di una seduzione senza freno, termini sfrenati di uno scambio complice e privo di senso (anche nella cura), ebbene, tutto questo dovrebbe esaltarci e riconfortarci. Ciò significa che sarà risparmiata almeno la verità, sola cosa per cui regnano gli impostori1

En Lo que sé de los hombrecillos, el mismo acto de crear una obra de ficción utilizando instrumentos que tenían como fin descubrir la verdad es una manera de hacer implosionar el psicoanálisis, de convertirlo en literatura. Como afirma Bachelard en La poetica della rêverie, la creación literaria desafía a la ciencia de los psicólogos2.
Lo que sé de los hombrecillos parece ser una obra que, con su construcción, destruye las herramientas sobre las cuales está edificada, pone una serie de imágenes distorsionadas de la realidad que al final hacen implosionar cualquiera posibilidad de estudio científico. Es un uso del psicoanálisis que sanciona su muerte: los sistemas modernos no son destruidos por una agresión directa, sino se derraman, se degeneran hasta llegar a una implosión3.
Hay más. Millás parece poner al descubierto la deconstrucción del psicoanálisis a través de la metaficción. Cuando el protagonista escucha a Honorio Gutiérrez, decano de Psicología, no utiliza sus teorías para reflexionar de manera científica. Por lo contrario, el narrador construye en su cabeza una historia utilizando las palabras del decano como si fueran imágenes poéticas:

Procuré evitar, sin resultar grosero, la compañía de Honorio Gutiérrez, el decano de Psicología, aunque pasé varias veces cerca de él cogiendo al vuelo fragmentos de su conversación entre los que brillaban como diamantes expresiones tales como «estados crepuscolares», «labilidad afectiva» o «ruminaciones obsesivas». Todas me gustaron para mis artículos. De hecho, la Bolsa era muy lábil desde el punto de vista afectivo, y sus ganancias, por aquellos días, eran crepuscolares, lo que había provocado la aparición de un inversor muy dado, como el yerno de mi mujer, a las ruminaciones obsesivas. En algún momento, observando desde la puerta de la cocina la reunión académica, vi el abismo que me separaba de aquel mundo, del mundo en general, y me asombré de haber sido capaz no ya de sobrevivir, sino de medrar en él4

De ciencia, el psicoanálisis queda reducido – ¿o elevado? – a imagen poética. Un poco como la economía, el psicoanálisis se da como ciencia positiva que intenta explicar el mundo, mientras que en realidad lo que hace es reconstruirlo.
Todo este mundo académico y “científico” – a lo mejor “económico” – descrito, como afirma el narrador, es un mundo al que él siente no pertenecer. Es el mundo que también Millás ha rechazado, cuando ha abandonado su carrera para dedicarse a sus estudios personales. Se da entonces la contraposición entre estudio íntimo y personal por un lado, y estudio científico y impersonal por otro. Es obvio que el segundo, buscando una realidad objetiva, es destinado al fracaso. Por lo menos esto es lo que afirma la filosofía posmodernista, donde no hay otra manera de mirar el mundo sino el punto de vista personal de cada individuo. Esto es conocido como “Principio antrópico”:

The observer modifies the experiment with his/her observations […] all equations and theorems of the physical world are suspiciously similar to humans. That is, in the process of studying any subject matter, we inevitably encounter a mirror that reflects our own image. Erwin Schrödinger’s theory of the “parallel universe” is consistent with this idea: there are hundreds of universes that surround us, but it is the observer who gives any particular one its observable form. Bereft of an observer, our universe would simply be one of many parallel universes that flow in the cosmos. Because reality inevitably requires observation and recognition, the human element necessarily mediates its meaning. Once the tie between human praxis and knowledge is taken seriously, the idea of scientific objectivity becomes questionable, and, as already discussed, dualism and foundationalism are undermined. Reality is no longer simply something that exists independent of humans; instead, reality is the product of the relationship between the millions of possibilities and our own subjectivity5

Después de estas puntualizaciones, analizemos ahora la relación entre narrador y hombrecillo.
Según la teoría freudiana, el Yo está justo en el centro de grandes fuerzas: la realidad, la sociedad, está representada por el superyó; la “biología” está representada por el Ello.
Estas correspondencias entre Ello y biología por un lado, y superyó y economía por otro, pueden ser vistas también como correspondencias entre el Ello y el hombrecillo en lo que concierne la parte biológica del individuo, y superyó y narrador en lo que concierne la parte “económica”6.
Empezamos analizando el Ello. El papel de esta parte es el de preservar el principio del placer, de satisfacher las necesidades inmediatas. De hecho, lo que más se acerca al puro Ello en la concepción freudiana es el bebé. El sistema nervioso traduce las necesidades del cuerpo a fuerzas motivacionales llamadas pulsiones, que perpetúan la vida del sujeto, motivándole a buscar comida y agua, y la vida de la especie, motivándole a buscar sexo. La energía motivacional de estas pulsiones de vida se llaman en psicoanálisis libido, o sea “yo deseo”.
En sus estudios más avanzados, Freud empezó a focalizarse en la finalidad de este movimento creado por la búsqueda del placer, llegando a la conclusión de que existe en el hombre una pulsión de muerte. La pulsión de muerte sería, según Freud, consecuencia de nuestro deseo de paz, de terminar con la estimulación; se concreta con nuestra atracción por el alcohol y los narcóticos y nuestra propensión al aislamiento. En ocasiones esta pulsión se presenta de forma más directa como el suicidio y los deseos de suicidio, y en otros momentos, tal y como Freud decía, en la agresión, crueldad, asesinato y destructividad.
Como se puede entender, estos impulsos del Ello estudiados por Freud pueden ser personificados en Lo que sé de los hombrecillos por el hombrecillo. Veremos a continuación estas correspondecias.
Freud afirma que mientras dormimos, presentamos menos resistencia a nuestro inconsciente y nos permitiremos algunas licencias, de manera simbólica, que florecerán en nuestra consciencia. De hecho, cuando empieza a quebrarse la unidad entre el narrador y el hombrecillo, el narrador dice que «A veces parecíamos dos. Una noche, por ejemplo, me dormí en mi extensión de hombre, pero continué despierto en mi ramificación de hombrecillo, lo que no había sucedido nunca antes»7. En los sueños vividos como hombrecillo el narrador vive experiencias sexuales muy licenciosas con la reina, experiencias que a menudo toman una carga simbólica – como los huevos que salen de la vagina de la reina – y que durante el día florecen en la conciencia del protagonista, que empieza a desear locamente el sexo: «Si tú me das de tu sexo, yo volveré a darte del mío»8 le dice el hombrecillo al narrador, que tiene que contratar una joven prostituta, o no gozaría otra vez de la cópula con la reina. Cuando el narrador y el hombrecillo deciden ir al burdel, « […] su imaginación anticipaba las cosas que haríamos con la chica (no todas correctas desde mi punto de vista), provocando tanto en él como en mí una erección […]»9. Vemos como aquí hay una división entre un “yo” del narrador y un “tu” del hombrecillo, división que según los estudios literarios de Todorov indica exactamente la pulsión de la parte inconsciente:

[...] sul piano della teoria psicoanalitica, la rete dei temi dell’io corrisponde al sistema di percezione coscienza; quello dei temi del tu, a quello delle pulsioni inconsce10

Bien se adapta entonces el hombrecillo a representar todas aquellas pulsiones sexuales del protagonista; además, el verbo “impulsar” aparece muy a menudo en el cuento, referido al hombrecillo, y la comunicación entre él y el protagonista es telepática, como si el hombrecillo estuviera ante todo en la cabeza del protagonista.
La pulsión sexual que acabamos de ver es parte de las pulsiones que Freud clasificaba como las “finalizadas a la perpetuación de la vida de la especie”. Freud ha hablado también de otras pulsiones, que tienen como fin la perpetuación del individuo, o sea la bebida y la comida. Tenemos un ejemplo de estas con la comida del bogavante:

Todavía, en algunos aspectos, continuábamos siendo uno, de modo que cuando me senté a comer el bogavante, acompañado de una de las botellas de vino blanco [...] el estómago del hombrecillo disfrutó tanto como el mío. Le gustaron especialmente las partes blandas del interior de la cabeza cuyos recovecos me instó a chupar una y otra vez hasta dejarla seca. Fue una cena cruel, una de las mejores de mi vida [...]11

Vemos aquí como otra vez es el hombrecillo al que “le gustaron especialmente las partes blandas”, y es siempre esta forma personificada del Ello que “insta al narrador” a que chupe el interior de la cabeza hasta dejarla seca, con un gesto que parecer ser de avidez, de goce extremo de la comida.
Pasamos ahora a las pulsiones de muerte, o de “paz”. Por lo que concierne al alcohol y los narcóticos, vemos como el hombrecillo impulsa al protagonista a fumar y beber vino, hasta que la conciencia del narrador se desmaya. Además, estas pulsiones toman gradualmente el control del protagonista, que empieza fumando un cigarillo con la prostituta para tener después una necesidad de fumar que no le deja en paz: «El hombrecillo [...] sugirió telepáticamente que bajara a la calle y comprara unos cigarillos para estimular mi creatividad [...] Volví a mis notas, pero ya no podía quitar de la cabeza la idea del cigarillo»12; de hecho, para satisfacher su deseo de fumar el narrador contradice sus ideales contra el tabaco – ideales que son muy rígidos, y que por lo tanto parecen ser el resultado de una represión forzada – y además comete una imprudencia que le hace ser descubierto fumando por una vecina y un estudiante suyo. Siempre debido a los impulsos del hombrecillo, también el uso del alcohol incrementa durante el cuento, hasta que el narrador llega a tomarse una copa sin piensar en lo que hace.
Sobre la propensión al aislamiento de la que hablaba Freud, encontramos un ejemplo en este fragmento:

Entonces, mi mujer tuvo que viajar al extranjero para acudir a un encuentro internacional de rectores. Por primera vez desde que estábamos juntos, me pareció liberadora la idea de quedarme solo, pues habían llegado a fatigarme hasta el agotamiento las cautelas a que me obligaba su presencia13

Anteriormente en el libro el narrador había expresado tristeza por haber sido echado de la cama matrimonial, pero ahora sus actividades – beber café y alcohol y fumar –, impulsadas por el hombrecillo, le llevan a aislarse y a gozar del hecho de que su mujer le deje solo.
Vemos ahora aquellas pulsiones más violentas de las que hablábamos.
El suicidio no está presente de forma directa, pero por otra parte el narrador piensa a menudo en matar al hombrecillo, que en realidad es parte de él:

[…] lo tomé entre mis manos y pensé que en ese momento podría acabar con él. ¿Cómo? Aplastándolo, pisándolo como a una cucaracha, arrojándolo al retrete... Pero no sabía en qué medida, al morir él, moriría yo también. [...] No podía acabar con él, no al menos hasta que fuéramos más independientes el uno del otro.14

De alguna manera, lo que quiere el narrador es llegar a la paz, “matar” aquella parte de él que es responsable de las estimulaciones.
La agresión se da primero como impulso, es decir, la vemos cumplida por el hombrecillo en su mundo fantástico, y proporciona a ambos, al hombrecillo y al narrador, un placer sádico:

Mientras contemplábamos el cadáver, mi siamés moral me pidió telepáticamente que fumara y que bebiera porque aquella combinación de tabaco, alcohol y crimen le resultaba (me resultaba en realidad) extrañamente placentera15

Después de gozar de este acontecimiento pasado en el mundo de los hombrecillos, el narrador tiene la necesidad de matar a un hombre “de verdad”, o, según nuestra interpretación, de desahogar su impulso homicida, cosa que no pasará por razones que veremos ahora.
Pasamos entonces al análisis del superyó. Este, según lo que hemos visto, debería corresponder a la parte más “económica”, “artificial”, construida arbitrariamente por el hombre durante su educación:

Hay dos aspectos del superyó: uno es la consciencia, constituida por la internalización de los castigos y advertencias. El otro es llamado el Ideal del Yo, el cual deriva de las recompensas y modelos positivos presentados al niño. La consciencia y el Ideal del Yo comunican sus requerimientos al Yo con sentimientos como el orgullo, la vergüenza y la culpa.16

Empezamos por los castigos y advertencias. En el capítulo tercero, vemos como el narrador habla de su miedo a ser acusado, imaginándose que pasaría si mientras sirve la carne a sus invitados, éstos encontraran en su plato un hombrecillo:

Aunque no era en absoluto responsable de la existencia de los hombrecillos, imaginé que los rostros de los comensales se volverían acusadoramente hacia mí17

Esta fobia de ser inculpado por hechos de los que él no es responsable aparece también en No mires debajo de la cama, cuando el hecho de encontrarse solo con el cadaver de un perro hace que el protagonista esconda el cadaver, temiendo ser acusado de haber matado al animal, y en Un caso se sugestión, donde otra vez el protagonista encuentra una chica muerta – o por los menos que así aparece – y afirma que «por algua razón inexplicable, me sentía culpable de aquella muerte»18. Probablemente la fobia de ser inculpado forma parte de la personalidad y del superyó del autor, que de hecho escribe en el articuento “Una cuestión de caracter” «Siempre pienso que soy culpable mientras no se demuestre lo contrario. Es la educación que me dieron los curas y los militares, con perdón»19.
Este puede ser un claro ejemplo de lo que en el psicoanálisis se conoce con el nombre de ansiedad moral, que «se refiere a lo que sentimos cuando el peligro no proviene del mundo externo, sino del mundo social interiorizado del superyó. Es otra terminología para hablar de la culpa, vergüenza y el miedo al castigo»20. De hecho, el narrador de Lo que sé de los hombrecillos “no era en absoluto el responsable”, pero a pesar de esto, él tiene miedo de ser inculpado, ha interiorizado las amenazas y los castigos de su infancia, como puede haberlos interiorizado Millás, y reflejarlos en sus obras, que pueden ser vistas como denuncia de una educación represiva.
Hablamos ahora del “Ideal del Yo”, y de los sentimientos de orgullo, vergüenza y culpa. Estos son asociados a todas aquellas actividades que, si por un lado le gustan al hombrecillo, por otro son censuradas por las inibiciones morales del protagonista. Un ejemplo simple se da cuando el narrador deja de fumar por miedo a tener que justificarse con los demás, y otro ejemplo muy claro se da en el capítulo diez, cuando el autor reserva la prostituta:

Cuando colgué el teléfono, estaba sudando de un modo exagerado, por lo que corrí al baño y me refresqué por miedo a oler mal cuando llegara la prostituta. El constraste entre mi agobio y el placer del hombrecillo era otro indicador, uno más, de la herida sin sutura abierta entre nosotros21

Si por un lado el narrador está agobiado por el miedo a oler mal, por otro el hombrecillo llega a masturbarse antes de encontrarse con la prostituta – cosa que el narrador comenta como «Entonces ocurrió algo realmente sucio»22, monstrando su rechazo moral. Si por un lado el hombrecillo se muestra radiante mientras espera a la prostituta, por otro el narrador tiene que tomar una copa, «cuyos efectos noté enseguida también en la cabeza. No es que me pusiera eufórico, pero el sentimiento de culpa se redujo»23.
En el capítulo siguiente, mientras el narrador se encuentra con la prostituta, sigue hablando explícitamente de vergüenza:

Comprendí entonces que había estado cayendo sin darme cuenta de que caía y que ahora me encontraba ya en el suelo. Yo no soy así, me dije, sintiendo vergüenza y miedo y ganas de huir24

El narrador, aprovechando el hecho de que el hombrecillo está dormido – o sea probablmente que el apetido sexual del prootagonista ha parado – se limita a charlar y después despide a la prostituta, pero de la misma manera, aun sin correr ningún riesgo de ser descubierto y aun sin haber hecho nada, vemos como su ansiedad moral le agota:
La experiencia, pese a su falta de sustancia, me había dejado agotado y fúnebre, además de inquieto. Sin haber ganado nada con ella, tenía la impresión de haber perdido algo que atañía a mi dignidad25

Aquí se habla claramente de dignidad, o sea de los rasgos que corresponden al modelo social elaborado por el superyó, y pocas páginas adelante se habla también explícitamente de conciencia, cuando el narrador afirma que «Aquella súbita combinación de alcohol, sexo, nicotina y remordimientos me había dejado mal cuerpo y mala conciencia»26.
Pasamos ahora a la parte donde el superyó funciona como inhibición del instinto homicida, o sea logra impedir el cumplimiento de las acciones. Vemos como, una vez que el hombrecillo ha matado a otro hobrecillo, el narrador tiene miedo al castigo, porque teme que el hombrecillo sea detenido por la policía de los hombrecillos, y al mismo tiempo el narrador siente la desolación, el desconsuelo, la tristeza por haber matado a un hombre – aunque pequeño y procediente de otro mundo. Desde el remordimiento y el miedo al castigo por este homicidio “ficticio” – que podría representar la fantasía de matar a alguien, o sea un pensamiento o un proyecto malvado – se pasa a evitar el homicidio real, o sea el homicidio que el hombrecillo quiere que el protagonista cumpla:

Entre tanto, la idea del crimen comenzó a repugnarme, en parte por el miedo al castigo, pero también por una suerte de inclinación moral de la que eran víctimas mis emociones, no mi razón.27

Aquí el primer tema interesante es que no es la razón la que frena el instinto homicida, sino “una suerte de inclinación moral”, algo extraño en el Yo del narrador. El razonamiento, o sea el “Yo” que razona, parece no existir, y el Cogito ergo sum de Cartesio parece haberse perdido entre los impulsos psíquicos del superyó y del Ello28.
La segunda característica interesante de este instinto insatisfecho es que a pesar de que el narrador, gracias entonces a esta “inclinación moral”, no mata a ningún hombre, al mismo tiempo cuando el hombrecillo vuelve a empujarlo hacia el homicidio compra un bogavante y mantiene un diálogo bastante significativo con el hombrecillo – o con sí mismo, con su Libido:

Entré en la pescadería y adquirí un bogavante de algo más de un kilo que agitó la cola con desesperación [...]
Qué vamos a hacer con ese animal? – preguntó telepáticamente el hombecillo.
Lo vamos a matar del modo más cruel que puedas imaginar y luego nos lo vamos a comer – dije yo.
Al hombrecillo le pareció bien, lo que me proporcionó un respiro, aunque también pensé que cuanto más retrasara el crimen más sacrificios tendría que ofrecerle29

Esto en psicoanálisis se podría llamar desplazamiento, que es definido como «la “redirección” de un impulso hacia otro blanco que lo sustituya. Si el impulso o el deseo es aceptado por ti, pero la persona a la que va dirigido es amenazante, lo desvías hacia otra persona u objeto simbólico [...] Un hombre frustrado por sus superiores puede llegar a casa y empezar a pegar al perro o a sus hijos o establecer discusiones acaloradas»30. Si la interpretación es correcta, el bogavante sería un objeto simbólico donde el protagonista descarga su instinto homicida, instinto que en este caso no es menos cruel, sino más tolerado por la sociedad – « [...] los refinamientos gastronómicos exigen la comisión de algunas crueldades culinarias. Después de todo, la cocina es una forma de cultura y todo eso»31 – y entonces menos en conflicto con el superyó. A pesar de esto, esta muerte, como reflexiona el narrador, sirve sólo para calmar momentáneamente los impulsos, simbolizados por el hombrecillo que amenaza volver a la carga pidiendo otros sacrificios. El instinto no desaparece, sólo queda latente.
Después de todas las afinidades con el Ello y el superyó que hemos visto nos concentraremos ahora sobre el papel de esta creación fantástica, o alucinación del narrador, que es el hombrecillo. En el psicanálisis se llaman proyección o desplazamiento hacia fuera «la tendencia a ver en los demás aquellos deseos inaceptables para nosotros. En otras palabras, los deseos permanecen en nosotros, pero no son nuestros»32. El hombrecillo podría ser entonces una proyección del protagonista. De esta manera, el narador vería en esta criatura fantástica aquellos deseos que no acepta ver en sí mismo.
En literatura ésta no es seguramente una novedad, sino una técnica narrativa bastante antigua, que cuenta con una iconografía bastante amplia:

[...] we know already that the supernatural always appears in an experience of limits, in a “superlative” states. Desire, as a sensual temptation, finds its incarnation in several of the most common figures of the supernatural world, and most especially in the form of the devil. To simplify, one might say that devil is merely another world for libido.33

A menudo en la literatura, también en la escrita antes de la llegada del psicoanálisis, se ven estas figuras de pequeños diablos que aconsejan mal al personaje. La considercación que hace Todorov es que el psicoanálisis ha sustituido la literatura fantástica, que se vuelve inútil. Lo que antes era tabú no ha sido destruido, sino trasladado desde el diablo hacia los impulsos. Un ejemplo en Lo que sé de los hombrecillos son todas las perversiones sexuales del protagonista, de las que se habla sin recorrer al diablo, hablando de ellas en terminos no disfrazados34.
Millás en una entrevista parece confirmar esta interpretación, ya que dice que los hombrecillos representan algo que tenemos todos, que el ser humano se caracteriza por estar dividido y raras veces está de acuerdo consigo mismo, y en ello hay una parte que desea lo que no le conviene, pero no por eso lo deja de desear35. En otra entrevista, Millás habla aún más explicitamente de esta tradición literaria; el entrevistador preguntó a Millás si, a diferencia de este hombrecillo, no hay hombrecillos que lleven a sus elegidos por el buen camino, y la respuesta fue:

En todas las tradiciones, tanto las que pertenecen a la literatura oral o popular como a las tradiciones cultas, el del doble es un tema recurrente. Y el doble, el “alter ego”, es siempre un gemelo malvado, aquel que destapa lo peor de tí y te impulsa a hacer aquello que te apetece hacer con el corazón pero no harías nunca con el cerebro.36

De hecho podemos encontrar muchos ejemplos de estos dobles malvados en la literatura, como William Wilson de Poe, que como afirma Todorov es una historia de un hombre perseguitado por su doble, pero no se entiende si este doble es un ser humano o una parte de su personalidad37; otro ejemplo puede ser El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, que habla de dos personas, una buena y otra malvada, que al final se descubre que son la misma.
Personalmente, creo que hay una diferencia muy grande entre la tradición del “diablo tentador” y el psicoanálisis con su libido. Tiene razón Tzvetan cuando dice que el diablo y la libido son dos maneras de hablar de temas tabú, de pulsiones que de otra manera quedarían secretas, pero mientras el diablo puede darse como un personaje externo, la libido está presente en el hombre desde el principio.
Si un personaje se enfrenta a una presencia demoníaca, el camino que tiene que tomar es liberarse de ella, rechazándola y consiguiendo la beatitud. ¿No suena amenazante, de hecho, el pensamiento de tener dentro de sí el diablo? Y al pactar con él ya se piensa que el personaje va a arriesgar su alma... pensemos en el Faust, y de como el protagonista no pacta, sino gana completamente con Mephistopheles al final del cuento, de otra manera terminaría en el infierno, o en las historias de exorcismos y de redención gracias al poder de Dios, donde los personajes se liberan de una infestación externa con intervenciones sobrenaturales.
Esta concepción del diablo y del instinto malvado como algo externo parece haber sido superada con la llegada del psicoanálisis, que ha demostrado que los niños no son, como se creía antes, angelitos puros y sin pecados, sino portadores de deseos sexuales congénitos. El diablo como ser externo ha sido reducido a un ser casi folclorístico, y en los cuentos de Millás ha sido objeto de burlas y ironía. En Tengo poderes, por ejemplo, el niño narrador y protagonista les pide a Dios y al diablo un favor, promitiendo a uno que iría a misa cada domingo y al otro que le entregaría su alma. El deseo del niño se realiza, y el cuento concluye con un comentario bastante irónico: «Nunca supe si le debía el favor a Dios o al diablo, pues a los dos se lo había pedido con idéntico fervor. Llevo toda la vida esperando que uno u otro me pase la factura»38. Otro ejemplo, aun más evidente, se encuentra en el cuento El precio de las almas, que empieza de una manera bastante grotesca: «Al principio fue un alivio que se me apareciera el diablo, pues aunque no tenía intención de venderle nada, siempre es bueno para la autoestima saber que tu alma está en el mercado. Íbamos dentro de un taxi Satán y yo [...]»39. La novela sigue hablando del diablo y del protagonista que hacen negocios, pero el diablo no está interesado en el alma del protagonista, sino en su cuerpo, por el cual ofrece dos almas. El precio de las almas, dice el diablo, ha bajado mucho, mientras los cuerpos están por las estrellas – véase la ironía de mezclar un pacto con el diablo con las leyes “económicas”, y de como Millás busca la “impureza” de los registros, acostando términos religiosos a términos económicos.
A diferencia de la presencia demoníaca, en el psicoanálisis la ansiedad neurótica – o sea «el miedo a sentirse abrumado por los impulsos del Ello [...] como si fuésemos a perder el control, su raciocinio o incluso su mente»40 – no se pueder enmendar con interventos “mágicos”; todo lo que se puede hacer es entregarse a formas de ascetismo, como hace el narrador de Aceite de ricino y mística, donde afirma que «El asceta busca el bien a través del mal. O se mortifica para alcanzar el bienestar, como usted prefieran [...] Con los años, y al comprender que la mística era una quimera, me estoy volviendo asceta. Cada día, encuentro un pequeño sufrimiento con el que castigar mi lengua»41.
A pesar de esto, en la visión de Millás la libido parece estar siempre presente en las personas, sin poder nunca, nisiquiera con el ascetismo, ser eliminada completamente. Esto tiene una consecuencia directa a nivel de la trama: en lugar de una lucha donde el bien gana sobre el mal, hay un intento de pactar entre las fuerzas opuestas. Como ya había escrito Millás, «era verdad que si pactabas con los fantasmas, éstos desaparecían de tu vida»42.
Leemos en el articuento “Acuerdos” – ya el nombre es significativo – como, según el escritor, «Me parece improblable que con el 51% de mí mismo pudiera eliminar al 49%, también de mí, que no soporto»43. De hecho, en Lo que sé de los hombrecillos, el narrador al principio piensa ser superior al hombrecillo – «No recuerdo qué le respondí, pero sí que había en mi modo de dirigirme a él un tono de superioridad, como cuando se habla desde la metrópoli a quienes viven en la colonia»44, y en otra ocasión piensa también matar a su doble en miniatura: lo toma entre las manos y piensa que en aquel momento podría acabar con él, aplastándolo, pisándolo como a una cucaracha, arrojándolo al retrete, «Pero no sabía en qué medida, al morir él, moriría yo también»45. Más adelante en el libro, en fin, el narrador entiende como no tiene sentido en realidad borrar al hombrecillo de su vida:

Comprendí que no, que la vida sin él (sin los hombrecillos en general) sería como una tienda sin trastienda, como una casa sin sótano, como una palabra sin significado, como una caja de mago sin doble findo. ¿En qué quedaría yo? En un profesor emérito más, en un articulista mediocre de temas económicos, en un esposo vulgar: una especie de animal domesticado, en suma, una suerte de bulto sin otra lectura que la literal, un pobre hombre...
Acepté entonces que no podría renunciar a los hombrecillos [...]46

Aquí se ve como, a diferencia de la figura del diablo, que suele ser rechazada in toto y temida, la libido es considerada como algo natural y normal: « [...] creo que efectivamente todos estamos habitados por otras presencias de las que a veces ni siquiera somos conscientes»47 afirma Millás en una entrevista. De hecho, al final de Lo que sé de los hombrecillos el cuento no se resuelve con la victoria del narrador sobre el hombrecillo, sino con la reunificación de los dos seres en uno. Como ha afirmado Millás, la zona oscura representada por los hombrecillos no se puede reprimir, y si se intenta reprimir esto se hace «con resultado catastrófico, porque lo reprimido sale a presión por donde menos se espera. Por eso, yo creo que es mejor pactar con los hombrecillos que recluirlos en un compartimento estanco»48.
Podemos concluir entonces que el psicoanálisis ha creado un nuevo modelo de trama.
William H. Gass habla de los cuentos tradicionales como cuentos simples, y al mismo tiempo simplistas:

In stories, there are agents and actions; there are patterns; there is direction; most of all, there is meaning. Even when the consequences are tragic, there is a point; there is a message, a moral, a teaching. And this is a consolation. It is consoling to believe that our lives have a shape, a purpose and direction; that the white hats and the black hats have appropriate heads beneath them, and are born about by bodies with the right souls inside [...] But should we believe in the story’s simple determinism, in its naive teleology, its easy judgments, its facile division of time [...]? especally when stories are morally devious. Their opening events are always an excuse, for the real aim of every story is justification. Goldilocks is a teeny-trasher who wrecks the peaceful house of the three bears; Jack is a dim-witted and ungrateful thief who not only steals from the giant, who never did any harm, but also chops down the vine which got him to the gold; God makes a fool of Jonah to satisfy His own greed for adulation and dominion49

Por lo que concierne a los sombreros, Gass se refiere probablemente a los personajes de los Westerns: los buenos tienen un sombrero blanco, mientras que los malos tienen un sombrero negro. De ahí hay una dinstinción clara entre bien y mal, de la que el público se entera inmediatamente, y ya sabemos quién va a ganar. Pero, como dice Gass, los cuentos tradicionales justifican la violencia hacia el “otro”, porque el otro es “malvado” – ¿o simplemente desviador de la norma? En cambio, como dice Millás, el otro está dentro de nosotros, lo que se busca es el equilibrio, una manera de cohabitar:

El hombre es un tipo absolutamente reprimido, que además se ha montado una vida “muy normal” precisamente porque tiene pánico a la locura; mientras en el otro extremo esta ese hombrecillo desinhibido, sinvergüenza, que no tiene límites morales. Claro, los dos están en un extremo y lo ideal sería que llegaran a un acuerdo, pero no son capaces de pactar: o existe uno o existe el otro. En la vida diaria se da muchas veces también esta alternativa: uno se encuentra a gente muy reprimida y a otra muy desinhibida. Yo creo que para llevar una vida digna uno ha de llegar a acuerdos consigo mismo aunque no siempre sean posibles. Pero en la medida de lo posible uno debería llegar a acuerdos con esa zona oscura que en la novela está representada por los hombrecillos.50

Hablando de acuerdos, Millás parece extender esta filosofía de pactar no sólo en el mundo que está dentro del individuo, sino en el mundo de afuera. En diferentes ocasiones se ven en Lo que sé de los hombrecillos comparaciones entre la relación narrador – hombrecillo y la relación Estado – minorías. A pesar de ser una comparación bastante grotesca, surreal y a lo mejor irónica, se puede encontrar detrás de esta un significado profundo por lo que concierne a la política nacional española. La primera vez que encontramos en el texto una conexión entre el dualismo narrador – hombrecillo y el dualismo Estado – minorías es en el momento en que los hombrecillos acaban de hacerle un doble al narrador, e intentan explicarle lo que este hombrecillo va a ser para él:

Tampoco [...] será exactamente un doble [...] será idéntico a ti porque será una extensión de ti; aunque separados, formaréis parte de la misma entidad. Los dos seréis uno, aunque resulte difícil de entender.
Hay naciones constituidas de ese modo – dije tratando de ayudarle51

Y más adelante en en libro, cuando el narrador y el hombrecillo tienen un momento en el que están perfectamente conectados, el narrador dice que:

El hombrecillo y yo éramos de nuevo un mismo Estado compuesto por regiones separadas. Yo era él y supuse que él era yo, pues no percibí que su mente trabajara en esos momentos de manera autónoma respecto de la mía52

En estos fragmentos el narrador parece representar el estado mayor y el hombrecillo una minoría. Si esta interpretación es correcta, narrador y hombrecillo podrían representar la situación política española, en la cual el Estado tiene que enfrentarse a la presencia de minorías, que sabemos haber sido objeto de represión durante el franquismo – como el narrador piensa reprimir el hombrecillo – y haberse vengado después de la caída del régimen con acciones terrorístas – como hace el hombrecillo que empuja al narrador con amenazas: «– ¡Ni se te ocurra! – gritó fuera de sí –. Si me quitas la fiebre, matamos a otra persona ahora mismo»53. Otra vez la solución se da a través de un acuerdo, y no de una supresión por parte de la autoridad central.
Afirma Paul Meltby, hablando del posmodernismo:

Indeed, postmodernism has played a crucial (though by no means exclusive) role in divesting the “master narratives” of many of these institutions of their authority; in unmasking the operations of power and the rhetorical manoeuvres behind their discourses.54



1 Jean Baudrillard, Simulacri e impostura: Bestie, Beaubourg, apparenze e altri oggetti, cit., p. 53
2 Bachelard Gaston, La poetica della rêverie, cit., p. 32
3 Jean Baudrillard, Simulacri e impostura: Bestie, Beaubourg, apparenze e altri oggetti, cit., p. 41
4 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 155, 156
5 Manuel J. Caro, John W. Murphy, The world of quantum culture, Estados Unidos de América, 2002, Praege Publishers, p. 5
6 No hablaremos mucho del Yo porque este concepto ha sufrido una evolución particular en las teorías posfreudianas, como por ejemplo la de Lacan, que habla de un «narcisismo immaginario costitutivo dell'io in conseguenza del quale il soggetto si attribuisce un'unità fittizia e nega che la sua vera realtà è fatta di una trama di significanti, l'Inconscio, al di sotto della quale non si dà alcun significato ultimo» [http://www.nilalienum.it/Sezioni/Bibliografia/Psicoanalisi/Introduzione%20a%20Lacan.html]. El yo enconces ha ido evolviéndose como algo ficticio, como ficticia es considerada en muchos autores posmodernistas la identidad del individuo, y entre ellos Millás que comenta: «Y es que la identidad del ser humano es sumamente frágil; tan frágil que quizá por eso necesitamos acentuarla con cosas tales como firmar un libro, tener honores o ser miembros de algún club.» [http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista5.htm]. Ejemplos de esta afirmación pueden ser encontrados en muchas obras, como el articuento No somos nadie, o las afirmaciones de personajes como Julio Orgaz de El desorden de tu nombre «Si de verdad tuviéramos identidad, no necesitaríamos tantos papeles (certificados, carnés, pasaportes, etcétera) para mostrarla» [Juan José Millás, El desorden de tu nombre, Punto de Lectura, Madrid, 2006, p. 137, 138] o descripciones de personajes como Luis de Visión del ahogado: «No era que pensara, propiamente, puesto que no reflexionaba —de un modo activo al menos— ni formaba intenciones, sino que comenzaba a ver aquellos datos (su profesión, su edad, su estado civil) de manera distinta, a la vez más lúcida y confusa que en las revisiones rutinarias que periódicamente hacía de estos antecedentes, cuya función parecía más compleja y maligna que la de señalar su realidad. Del mismo modo que los signos convencionales —aquellos que prohíben el paso, la caza o el placer—, cuando se muestran fuera del lugar prohibido, revelan no ya su absurdo, que tras el absurdo late siempre una intención torcida, sino el sentido más profundo de una ordenación basada en la usura; del mismo modo en Jesús Villar despertaba la sospecha de que los hechos relativos a su estado civil, más que nombrar una realidad, la moldeaban y reducían sus límites de tal manera que cada dato representaba una imposición, una orden.» [Juan José Millás, Visión del Ahogado, cit., p. 65]
7 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 43
8 Ibid, p. 62
9 Ibid, p. 64
10 Todorov Tzvetan, La letteratura fantastica, cit., p. 153
11 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 176, 177
12 Ibid, p. 79
13 Ibid, p. 167
14 Ibid, p. 75, 76
15 Ibid, p. 111
16 http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
17 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 21
18 Juan José Millás, Los objetos nos llaman, cit., p. 203
19 Juan José Millás, “Una cuestión de carácter”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento049.htm
20 http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
21 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 63
22 Ibid, p. 64
23 Ibid, p. 63
24 Ibid, p. 68, 69
25 Ibid, p. 71
26 Ibid, p. 73
27 Ibid, p. 161
28 Característica del posmodernismo es el hecho de equiparar a menudo el hombre a una máquina, y verlo reaccionar a impulsos más que razonar. Como afirma Sherry Turkle «In the past decade, the changes in the intellectual identity and cultural impact of the computer have taken place in a culture still deeply attached to the quest for a modernist understanding of the mechanisms of life. Larger scientific and cultural trends, among them advances in psychopharmacology and the development of genetics as a computational biology, reflect the extent to which we assume ourselves to be like machines whose inner workings we can understand. “Do we have emotions?,” asks a college sophomore whose mother has been transformed by taking antidepressant medication, “or do our emotions have us?” To whom is one listening when one is “listening to Prozac”? The aim of the Human Genome Project is to specify the location and role of all the genes in human DNA. [...] the possibility of finding the genetic markers that determine human personality, temperament, and sexual orientation. As we contemplate reengineering the genome, we are also reengineering our view of ourselves as programmed beings» [S. Turkle, Life on screen, 1995, Simon & Schuster, Rockefeller Center, New York, p. 25]. El estudio del ADN y de las drogas psicotrópicas ha transladado la duda sobre la existencia del hombre a la duda sobre el hecho de que el hombre sea de verdad un ser viviente, y no una máquina programada. Estos discubrimientos parecen haber influido mucho en el pensamiento de Millás, que habla a menudo de estos fármacos y del DNA como si fueran programaciones del hombre. En el articuento El genoma se habla de la posibilidad de establecer la personalidad del individuo estudiando el ADN: «No hay síndrome sin gen. Hasta esa tristeza de los domingos por la tarde procede de los jugos segregados por una vesícula infinitesimal localizada en las regiones más remotas del DNA» [Juan José Millás, El genoma, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento019.htm]. En el articuento La Biblia se habla de los fármacos como si el hombre fuera un ordenador y los fármacos los programas: «No nos falta de nada, ni siquiera las pócimas que le duermen a uno, o las que le despiertan, o las que nos convierten de gordos inmundos en afilados príncipes sin panículo adiposo. Y ahí están las píldoras de la virilidad y las de tener sixtillizos y las que quitan el hambre o la tristeza y las que nos devuelven el pelo prometido» [Juan José Millás, La Biblia, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento100.htm]. En el articuento El otro Millás habla de su personalidad citando los fármacos como parte de esta: «Ese loco que pretende ser yo no tiene ni idea, pues, de la vida que le espera. Si ha de pasar en la existencia digital por la mitad de lo que yo he pasado en la analógica, no tardará en salir corriendo de mi cuerpo [...] No olvides tomar Almax para el ardor de estómago, y Trankimazín para la angustia. Para la culpa no he encontrado nada todavía» [Juan Jose Millás, El otro, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento001.htm]. En el cuento La mejor tarde de mi vida, en fin, el narrador afirma que «[...] lo que a mí me ha ido bien de toda la vida han sido las pastillas» [Juan José Millás, Los objetos nos llaman, Seix Barral, Barcelona, 2008, p. 28].
29Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 174
30 http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
31 Juan José Millás, “Lo crudo y lo cocido”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/artimenu02.htm
32 http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
33 Todorov Tzvetan, The Fantastic: A Structural Approach to a Literary Genre, United States o America, Cornell University, 1973, p. 127
34 Todorov Tzvetan, La letteratura fantastica, cit., p. 164
35 http://www.diariodenavarra.es/20101107/culturaysociedad/la-literatura-o-es-metafora-realidad-o-es-nada.html?not=2010110701075987&idnot=2010110701075987&dia=20101107&seccion=culturaysociedad&seccion2=culturaysociedad&chnl=40&ph=5
36 http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
37 Todorov Tzvetan, La letteratura fantastica, cit., p. 75
38 Juan José Millás, Los objetos nos llaman, cit., p. 80
39 Ibid, p. 138
40 http://www.psicologia-online.com/ebooks/personalidad/freud.htm
41 Juan José Millás, Los objetos nos llaman, cit., p. 22, 23
42 Ibid, p. 235
43 Juan José Millás, Acuerdos, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento073.htm
44 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 58
45 Ibid, p. 75
46 Ibid, p. 128
47 http://libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=~/paginas/entrevistas/entre238.ascx
48 http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
49 William H. Gass, Tests of Time – essays by William H. Gass, cit, p. 5, 6
50 http://www.linformatiu.com/nc/portada/detalle/articulo/juan-jose-millas-la-crisis-ha-servido-para-averiguar-que-los-politicos-no-mandan/
51 Juan José Millás, Lo que sé de los hombecillos, cit., p. 28
52 Ibid, p. 103
53 Ibid, p. 122
54 Neil Brooks and Josh Toth, The Mourning After: Attending the Wake of Postmodernism, cit., p. 43