INTRODUCCIÓN

Este trabajo se pone como objetivo el análisis de la última novela publicada por Juan José Millás: Lo que sé de los hombrecillos.
Empezando por el hecho que, como Millás afirma, sus obras se focalizan en pocas obsesiones, el análisis de una novela debería permitir un discurso más general sobre el escritor.
El corpus incluirá diez novelas y cuatro recopilaciones de cuentos breves y artículos periodísticos del autor, además de veintiséis entrevistas. He podido utilizar sólo estudios generales porque no existen estudios específicos sobre esta última novela publicada por Millás.
A esta bibliografía he añadido libros y enlaces web sobre el posmodernismo, la historia española, la crítica literaria, la metaficción, la sociología, el psicoanálisis y la ciencia moderna. De esta manera he podido hablar de temas que nunca habían sido analizados en las obras de Millás, trazando al final un percurso evolutivo de algunos temas que Millás ha tratado en treinta años de producción literaria.
En el primer capítulo se habla del Post-franquismo y del Posmodernismo. Nos centraremos en el concepto de desencanto. La situación española después de la caída del régimen decepcionó a quien esperaba un verdadero cambio social, una nueva realidad. Lo ideales franquistas de unidad, disciplina y fe no fueron reemplazados por otros ideales, dejando una realidad vacía y degradada. Analizaremos, entre las inquietudes poéticas y teóricas del posmodernismo, el recurso a la metaficción como manera de problematizar la frontera entre realidad y ficción, y así de poner en cuestión la realidad. Veremos que Millás es un indiscutible representante del utilizo de este recurso, y que su literatura metafictiva mira a enseñar el lado “izquierdo”, absurdo, que está detrás de la realidad cotidiana.
El segundo capítulo focaliza la atención en Lo que sé de los hombrecillos. Después de un resumen detallado de la obra se analizan las tres coordenadas narratológicas fundamentales para todo relato: tiempo, espacio y narrador-protagonista.
Se trata de la historia de un alter-ego delirante del autor, que cuenta episodios de su vida. Este narrador tiene que relacionarse con un ejército de hombrecillos, o sea réplicas humanas en miniatura. Un día estas sus proyecciones imaginarias le fabrican un doble al narrador. Esta su prótesis ficticia le permite llegar al mundo de los hombrecillos, que representa la parte “izquierda”, irracional de su realidad. Aquí el narrador copula con la mujercilla, reina de aquel mundo primitivo, sin reglas. En este mundo goza también de una experiencia criminal, matando a otro hombrecillo.
El problema es que los deseos inconfesables del narrador, una vez desenterrados en el mundo de los hombrecillos, influencian su vida real: empieza a desear locamente el sexo, a masturbarse, a fumar, a beber alcohol y a planear asesinatos. Su prótesis está quitando substancia a su identidad, su vida “virtual” está reemplazando su vida real.
El protagonista no logra parar el proceso de degradación, porque si por un lado su matrimonio y su imagen de profesor universitario y experto de asuntos económicos son amenazados, por otro siente que no puede dejar este su lado representado por los hombrecillos. Afortunadamente al final los hombrecillos deshacen el doble del narrador, que vuelve a ser uno, y logra recomponer su vida.
Esta fábula nos permite analizar la autonomía de la situación narrada ya que se desarrolla en un espacio interior, protegido de los influjos de la realidad externa. Sin embargo, el narrador sale de casa a veces para desahogar sus deseos reprimidos, desde que el encerrarse en su cáscara protectora es algo potencialmente neurótico. Se ve que la mujer del narrador, por lo contrario, viaja mucho por trabajo, desde que quiere hacer carrera. Sin embargo, al final muere, debido en parte a la frustración de sus aspiraciones políticas, mientras que el narrador sigue protegiéndose de la realidad asesina, viviendo sus momentos aislados de ensueño, que se sitúan fuera del tiempo y del espacio.
Se ven las dos dimensiones de la existencia, aplicadas a la casa del protagonista. La parte “derecha” es el espacio visible, racional, “real”, la parte “aparente” de su casa y de su vida. En la parte derecha está el protagonista fantaseando. La parte “izquierda” es el lado lleno de deseos inconfesables, irracional, fantástico, que sin embargo forma parte de la realidad. En la parte izquierda el protagonista tiene experiencias oníricas a través del hombrecillo.
El pasaje del lado derecho al lado izquierdo de la existencia permite el desdoblamiento.
El narrador tiene referencias autobiográficas que se conectan con la vida de Juan José Millás como persona y como escritor – ambos intentan dejar de fumar, escriben artículos, tienen una casa parecida etc. De ahí el narrador puede ser considerado un doble ficticio del autor, su lado “izquierdo”. Además, dentro de la realidad de la novela, el narrador tiene también su doble ficticio: el hombrecillo. Este desdoblamiento se configura como un acto de conocimiento de sí mismos. Millás se proyecta en el narrador para ver a sí mismo desde afuera, mira el lado “derecho”, racional de su existencia puesto en el lado “izquierdo”, fantástico. El narrador de la novela, a su vez, ve su vida a través del hombrecillo, que pone al descubierto los lugares sucios de la casa – o sea los deseos escondidos – del narrador, gracias a sus dimensiones pequeñas, a su capacidad de exploración y a su mirada que es “otra” de la del narrador. 
El tercer capítulo se ocupa de interpretar en esta novela metaficcional la polaridad problemática de la realidad con la ficción – o del lado derecho con el lado izquierdo de la existencia –, a través de toda una serie de duplicidades.
Lo que sé de los hombrecillos habla de un lado “económico” de la existencia, que corresponde al lado derecho, racional, al narrador, y de un lado “biológico” de la existencia, que corresponde al lado izquierdo, irracional, al hombrecillo. Esta oposición se derrama después en oposiciones menores, como espacio exterior-casa del protagonista, vigilia-sueño, identidad-ausencia de identidad, autor-narrador, etc.
El lado “económico” de la existencia representa la realidad concreta, construida por los hombres, la sociedad con sus reglas. Se conecta con el trabajo del narrador, con su vida social, con su imagen de experto de asuntos económicos y de profesor universitario. El lado económico asigna al protagonista un papel activo, él tiene que intentar comprender la realidad, descubrir las leyes que regulan el mundo.
Pertenecen al lado “biológico” de la existencia los hombrecillos y la mujercilla – seres ficticios –, los sueños del narrador, el sexo, la comida, el cuerpo. El mundo, desde una perspectiva “biológica”, parece no tener sentido sino en sí mismo, no parece ser el resultado de un proyecto divino, sino de una necesidad bestial y primitiva de adaptación. El símbolo de la biología es el huevo, que aparece en cuatro contextos diferentes: cuando el narrador prepara un huevo cocido, cuando el narrador ve a los vecinos copular y untarse los genitales con un huevo, cuando el narrador sueña con un embrión de pollo y cuando el narrador ve a la mujercilla reina deponer los huevos. El huevo como símbolo mítico representa el inicio y el fin del individuo, de su conciencia. En el huevo primordial el hombre no logra distinguir bien y mal, porque el huevo encierra todos los opuestos mezclados. De hecho, el hombrecillo, ser “biológico”, representa los instintos primitivos del narrador, su Ello freudiano que busca el placer sin curarse de la decencia, de las reglas sociales.
Por último el lado biológico de la existencia se da en Lo que sé de los hombrecillos como una revelación, como un descubrimiento, como un espectáculo al que el protagonista asiste pásivamente. 
Al final del cuento esta pareja de opuestos se confunde. El protagonista se da cuenta de que todos los esquemas económicos y racionales son en realidad construcciones arbitrarias – de ahí el papel activo que asignan a los hombres. Toda la economía es un dogma, el resultado de una educación castrante que bloquea la capacidad de fantasear, de desahogar los instintos primitivos. La biología, los hombrecillos, por otro lado, representan la verdadera naturaleza primitiva del hombre, y son “más verdaderos” de la que los hombres llaman “realidad”.
El cuento se concluye con la reunificación de protagonista y hombrecillo en un solo ser. Ni el lado biológico, ni el lado económico toman el control del narrador. Por un lado el protagonista no puede rechazar el hombrecillo, o sea sus instintos primitivos, como si fuera un demonio; de otra manera quedaría sin substancia, haría de su vida un conjunto de esquemas artificiales. Por otro lado, el narrador necesita vivir en la sociedad, necesita relacionarse con otras personas. No puede entonces cerrarse en sí mismo y desahogar libremente todos sus instintos. De ahí Millás enseña la necesidad de pactar.
En el cuarto capítulo se analizan el adulterio y el juego. Puesta en cuestión la realidad derecha, “económica”, ésta se ve como una creación arbitraria del hombre. De hecho, desde una perspectiva sociológica toda la realidad, la civilización ha empezado como juego, y después ha ido institucionalizándose. De ahí Millás parece prospectar la posibilidad de poner en cuestión el juego intituzionalizado – la realidad – con otro juego libre – la ficción. Sus personajes a menudo son adúlteros, o sea utilizan el adulterio, que es un juego libre, como manera de poner en cuestión el matrimonio, que representa la realidad institucionalizada.
Los adulterios millasianos tienen todas las caracteríasticas del juego que han estudiado los sociólogos – se toman en consideración Huizinga, Callois y McLuhan: se diferencian de la “realidad”, así que el jugador la puede mirar de una manera más crítica. Los adúlteros, como los jugadores, eligen arbitrariamente sus reglas y a veces se dan también turnos. Los adulterios necesitan de un lugar cerrado, donde valen reglas especiales. El adulterio, como el juego, dado una vez queda como modelo que puede ser repetido, y puede adquerir un carácter ritual – Millás habla del adulterio como vocación, y en El desorden de tu nombre, por ejemplo, se describe el cuerpo de la amante con terminos religiosos. El adulterio, por último, como el juego, es completamente arbitrario y no produce ningún bien material: no hay leyes, familia, reglas morales, obligaciones, como es en el matrimonio.
Se pasa al análisis psicoanalítico del adulterio, que parece una forma de suicidio interior de los personajes, que quieren regresar al útero de su madre, desaparecer, llegar a un estado de paz y renacer con nueva vida. Millás habla de (ad)uterio: el adúltero jugaría a reconstruir su realidad y cometería un incesto atenuado asignando a la amante el papel de su madre.
Se ve la conexión entre realidad-juego, matrimonio-adulterio y realidad-literatura. Millás con su literatura juega con la realidad, la reinventa, la traiciona con la ficción para salir de la lógica común y buscar modelos diferentes de los impuestos. Millás habla explícitamente de “literatura del bastardo” – véase la obra Tonto, muerto, bastardo e invisible: a la familia perfecta él contrapone la idea del hijo ilegítimo, nacido de padres desconocidos. Éste busca sus verdaderos padres, poniendo en cuestión la realidad, los imagina como quiera porque la falta de padres crea un vacío, que es la cosa más fértil para la creación fantástica – y literaria.
En Lo que sé de los hombrecillos el adulterio del protagonista con la mujercilla es aún más ficcional que los otros adulterios, porque la amante es completamente ficticia y el personaje se relaciona con ella a través de una prótesis fantástica. Este adulterio es una forma privilegiada del pasaje entre lado derecho y lado izquierdo de la realidad, pero este juego adulterino amenaza degenerar. El hombrecillo como prótesis es también una forma de autoamputación del narrador, porque quita substancia a su “centro”, a su identidad, a su realidad derecha. La rendición del narrador a la lógica ficcional pura le permite satisfacer todos sus deseos biológicos, pero desestabiliza sus relaciones sociales. La mujercilla tiene en sí la idea de madre que los adúlteros buscan en la amante: su hermosura parece llegar del hecho de tener rasgos maternos, de ser la única mujer y madre de todo el mundo de los hombrecillos. La mujercilla, como amante puramente ficticia, es una manifestación de la idea de madre, es la Gran Madre de los mitos que describe Bachofen. Se conecta a la idea de huevo, de útero, de concha o de círculo divino y perfecto que encierra y funde todos los opuestos – de hecho el narrador puede describir la hermosura de la mujercilla sólo con parejas de adjetivos opuestos. Rendirse a la Gran Madre quiere decir sacrificar la propia conciencia y regresar a ser bestial, primitivo, infantil. Por esto al final el protagonista interrumpe sus juegos con los hombrecillos, o sea con su prótesis bestiales, porque le pedían el sacrificio de la razón.
Millás, a través de su alter-ego, o sea del narrador, parece darse cuenta de que la última frontera del juego adulterino le reserva un riesgo que, en última instancia, es el riesgo de la autocomplacencia y del narcisismo. Habría pues que recuperar un equilibrio entre las dúplices fuerzas en lucha: el adulterio ideal consistiría en traicionar la realidad con la literatura, pero sin “casarse” con la ficción.
En el último capítulo intentaremos un análisis diacrónico de la trayectoria literaria de Millás por lo que concierne el tema central de la identidad y su construcción literaria.
Nos daremos cuenta de que así se hace posible recorrer visionariamente los cambios generacionales sufridos por la sociedad española desde el momento traumático de la transición, a través de los espejismos de la “social democracia”, hasta la más total falta de referencias de la actualidad. Hemos identificado cuatro fases.
Se empieza por la idea de identidad mutilada, que se encuentra en Visión del ahogado (1977). Los personajes principales tienen más o menos treinta años, son víctimas de un sistema oprimente y han interiorizado la idea de ser controlados y de vivir en un mundo de controladores. La lucha política que había unido muchas parejas ha desaparecido, y éstas se miran frente a frente y no tienen nada que decirse. Los hombres entonces olvidan su falta de substancia descargándola en el cuerpo de la mujer, que, pasiva, tiene que llevar el peso generacional y transmitirlo a los hijos. Nadie logra encontrar una identidad, porque son todos esclavos de los modelos proporcionadoles por el cine y las canciones. Al final los personajes se dan cuenta de vivir la vida “de otros”.
Se pasa a una fase de reconstrucción de la identidad, tomando como ejemplos El desorden de tu nombre (1986) y La soledad era esto (1990). Los personajes de estas novelas son cuarentones. Forman parte de aquellos jóvenes idealistas del 68 que creyeron que el cambio social era posible, pero que después se han adecuado al sistema convirténdose en arribistas.
Los personajes masculinos han olvidado, o aprenden a olvidar, sus ideales del pasado para llegar al poder. Una vez conseguido, están sicuros de que se mantendrán en esa órbita toda la vida: esto lo afirma el personaje Enrique en La soledad era esto. Las mujeres de los arribistas rechazan ser subordinadas a sus maridos, rechazan llevar el peso generacional y se rebelan, poniendo en cuestión la realidad, buscando alternativas en el adulterio – Laura de El desorden de tu nombre traiciona y mata a su marido y Elena de La soledad era esto traiciona su marido y después lo deja.
Los protagonistas de estas dos novelas llegan a sus identidades a través de la escritura, como si en un mundo falseado no hubiera otra manera de recrearse una identidad sino a través de la ficción – Julio de El desorden de tu nombre se inventa la novela que leemos, poniéndose como personaje, Elena de La soledad era esto necesita de cuatro textos sobre ella para alimentar su substancia de ser.
Después de la construcción de la identidad se ve su implosión en Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995) y su negociación en Laura y Julio (2006). En ambas novelas los protagonistas masculinos exploran el lado izquierdo de la realidad, se dan cuenta de tener una identidad ficticia y descubren los mecanismos que reglan sus existencias, mientras que las mujeres parecen haberse adecuado a la realidad derecha.
En Tonto, muerto, bastardo e invisible el protagonista pierde su trabajo, se divorcia y deja su dinero a su mujer, quedando solo con su imaginación. Dádose cuenta de que su identidad era ficticia, era una máscara, una prótesis de su vacío, el protagonista explora lados de su ser que habían quedado latentes, jugando a mudar de identidad, a personificar diferentes seres. Toma el mundo exterior como proyección de su mundo interior, afirmando ser un universo autocontenido. De ahí rechaza cualquiera moral, y rechaza sobre todo encasillarse en una sociedad corrupta y gobernada por gángsters y testaferros. Se encierra en un cuarto y utiliza la literatura – veículo de ficción – como única fuente de verdad sobre su vida, llegando a una confusión tal que lo lleva a la locura.
En Laura y Julio el protagonista logra desnudarse de su personalidad construida artificialmente. Descubre las mentiras de su mujer que lo traicionaba con el vecino. Sin embargo, una vez terminado su aprendizaje del lado “izquierdo” de la realidad, vuelve a su papel, se finge un ingenuo padre de familia, pero utiliza su conocimiento secreto de la realidad para controlarla.
Se concluye el capítulo analizando Lo que sé de los hombrecillos. Aquí el protagonista y narrador, a diferencia de las otras novelas, no cumple una metamórfosis. Desde el principio ya está desencantado, ya ha sido víctima de las ambiciones de hacer carrera y ha descubierto la trampa detrás. No piensa entonces en mejorar las cosas, sino prefiere encerrarse en su mundo ficticio. Su mujer, completamente esclava del sistema, ya ha hecho carrera, pero quiere más y no tiene tiempo para buscar un contacto con su marido. Sin embargo, las puertas parecen cerradas y ella al final muere debido en parte a su frustración.
Al contrario de las otras novelas, aquí el protagonista no está interesado al sexo con su mujer. Ni siquiera acepta la ayuda de un decano de psicología – que le proporcionaría una mirada externa sobre él mismo. La conciencia de la ficcionalidad y falsedad de la realidad parecen haber alcanzado un nivel tal que el protagonista crea su mundo empezando por una situación de hermetismo. Allí tiene los hombrecillos, que son el único punto de vista “otro” al que se enfrenta. La realidad social, el pasado parecen no afectar a este protagonista, que se encierra en su solipsismo.