Si nos fijamos en los temas de
las obras vistas hasta ahora, vemos como estos se repiten, aunque la
perspectiva y la manera de afrontarlos cambia, además de cambiar el
contexto político en que se desarrollan los eventos.
Fijémonos en la familia, que
puede representar el microcosmos de la sociedad, o sea la realidad de
las personas comunes, y en la identidad que puede representar el
universo de cada personaje.
En Visión
del ahogado
tenemos un matrimonio desecho, con una mujer que, una vez abandonada
por el marido, que es un criminal, queda pasiva frente a las
violencias de su amante. No hay salida, ningún personaje logra
quebrantar los modelos impuestos. La prospectiva de esta generación
es muy negativa, parece que la mujer se haya hecho cargo del peso del
desencanto de una generación, y se entrega a su modesto trabajo como
a la única cosa que le queda.
La situación
mejora en El
desorden de tu nombre
y La
soledad era eso:
los personajes parecen encontrar en la escritura – y entonces en la
ficción – una manera de poner en cuestión la realidad, de
reinventarla, rompiendo con los modelos impuestos. Al contrario de
Visión
del ahogado,
donde la mujer es una víctima pasiva, Laura de El
desorden de tu nombre
de víctima pasa a ser verdugo, matando a su marido, y Elena de La
soledad era eso
se aleja de su marido, encontrando sola una nueva identidad. Éste
parece ser un período en el que los hombres se dedican
exclusivamente a su carrera, se reconstruyen sus vidas y sus
identidades según su gusto, olvidándose los ideales de su joventud,
aprovechándose de sus devotas mujeres, que, a su vez, son ahora
capaces de reaccionar y de desestabilizar la situación.
En Tonto,
muerto, bastardo e invisible
y en Laura
y Julio
la identidad que antes había sido construida ahora parece
implosionar. Los dos protagonistas masculinos descubren que sus
identidades son ficticias, que están viviendo la vida de otros, que
han hecha suya una máscara. De ahí juegan con sus identidades, las
intercambian, las fragmentan, y descubriendo a sí mismos descubren
los mecanismos ocultos de la sociedad el la que viven. Las mujeres,
por el contrario, quedan atrapadas en el mecanismo social, ya no
cuestionan la realidad, se han adecuado. La mujer del protagonista de
Tonto,
muerto, bastardo e invisible
es “normal”, que piensa en su carrera. Laura de Laura
y Julio
es “falseada”: si por un lado ha intentado reconstruirse una
vida a través del adulterio con su vecino, por otro ha quedado
esclava de su ficción, de su relación con Manuel: una vez que su
amante muere ella sigue escribiéndole, no logra inventarse una nueva
vida. Lo que ella quería era casarse con Manuel, mientras era Manuel
que tenía la vocación del adúltero, de quien rechaza la
estabilidad.
Llegamos a
Lo
que sé de los hombrecillos
(2010). Aquí la situación de las mujeres parece haber evolucionado
aún más que en las últimas novelas analizadas: es el hombre el que
se ocupa de las tareas domésticas mientras que la mujer piensa en su
carrera.
Lo que sé
de los hombrecillos
parece ser una evolución de Tonto,
muerto, bastardo e invisible:
en ambas novelas el protagonista es también la voz narradora, sólo
que mientras en el primero el recorrido que hace es descubrir la
trampa detrás de la carrera y los reconocimientos sociales, en el
segundo el personaje está ya más maduro, y parece haber ya hecho
este recorrido:
Aunque habría
preferido no asistir a esta escena, la fragilidad del huevo y del
proyecto de ave que representaba me recordó la inconsistencia de
algunos productos financieros de la época, que se malograban casi
antes de nacer.
Mi mujer, como
decía, aspiraba a hacer carrera académica. En realidad y la había
hecho, pues detentaba desde joven una cátedra. Pero quería más.
Ahora tenía la ambición de acceder a los puestos de poder político
y al control de la gestión económica, por lo que se pasaba el día
urdiendo complotes o asegurando que los padecía.
Podía entenderla
porque también yo había sido víctima en su día de esa ambición
que disfracé, como todo el mundo, de una coartada noble: la de
cambiar las cosas para mejorarlas. Y aunque no la animaba, tampoco
intentaba disuadirla. Me mantenía neutral, lo que no siempre era de
su agrado, pues poseía un temperamento más apasionado que el mío
desde el que malinterpretaba a veces mi imparcialidad. Su hija
contituía el otro polo de sus preocupaciones […] Yo ocupaba en ese
esquema de intensidades emocionales un lugar periférico,
circunstancial. Era una sombra a la que a veces se dirigía para
descargar sus iras o sus alegrías, pocas para compatir la dicha.
Yo
había pasado por dos matrimonios (aquél era el tercero) y en todos
acababa por ocupar un puesto semejante1
Como afirma el narrador, él ha
pasado por dos matrimonios antes de esto. Otra vez entonces asistimos
a familias que se quebrantan, y si pensamos en la edad del narrador –
que parece ser la de Millás – podría ser que los otros dos
matrimonios simbolicen las otras etapas que hemos analizado en los
párrafos precedentes.
La primera
etapa podría coincidir con el periodo descrito por Visión
del ahogado.
De esta etapa podría proceder parte del desencanto del narrador.
La segunda
etapa que hemos visto es la de El
desorden de tu nombre
y La
soledad era esto.
Como escribe el narrador, él había sido víctima de las mismas
ambiciones de su mujer en un tiempo pasado, como los personajes
masculinos de las dos novelas que acabamos de mencionar, que, por sus
aspiraciones, han quebrantado sus matrimonios.
La tercera
etapa que hemos visto es la de Tonto,
muerto, bastardo e invisible
y de
Laura y Julio.
Como en la etapa anterior, el protagonista descubre la trampa detrás
de la realidad impuesta. La diferencia entre la segunda y la tercera
etapa es que antes el protagonista que pone en cuestión la realidad
era femenino, mientras que ahora es masculino. Las mujeres parecen
haberse adecuado. Hay además en la tercera etapa una exacerbación
de la tendencia a jugar con la identidad.
En la cuarta y
última etapa vemos la actitud desencantada del narrador de Lo
que sé de los hombrecillos,
junto a su rechazo por el mundo exterior. Esta su actitud parece
proceder de una experiencia como la del narrador de Tonto,
muerto, bastardo e invisible:
estas dos novelas parecen ser etapas de un precurso lineal.
En Lo
que sé de los hombrecillos,
al contrario de Tonto,
muerto, bastado e invisible,
el hombre ha tomado conciencia de la trampa detrás de la carrera, y
se ha resignado a un matrimonio “normal”, con una mujer que busca
aún reconocimientos sociales – no hay divorcios esta vez.
En el texto hay más pasajes que
hablan de la relación entre marido y mujer. En la página quince se
habla de las aspiraciones de la mujer:
Mientras
desayunábamos, me dijo que se quedaría a comer con unos compañeros
para hablar de las elecciones, pues estaba formando un equipo con el
que había decidido presentarse como candidata a rectora de la
universidad. Le dije que no se preocupara, pues yo tenía mucho
trabajo ese día y sólo tomaría para comer una ensalada2
Vemos aquí como el narrador
mantiene una actitud pasiva con su mujer, la deja hacer.
Diez páginas
más adelante, cuando los hombrecillos le fabrican un doble al
narrador – quizás este es el momento más importante de la vida
del narrador descrito en la novela – el protagonista dice que
«Aquel día mi mujer se encontraba de viaje»3.
Como se escribe unas páginas más adelante, su mujer vuelve de su
viaje de trabajo «A los cuatro o cinco días del desdoblamiento»4.
La mujer del narrador está
sumergida por el trabajo, y no puede dedicarle mucho tiempo, así que
no logra entender lo que pasa en la cabeza del protagonista, y las
razones de su comportamiento:
Mi
mujer, que ese día regresó antes de la facultad, se extrañó al
encontrar toda la casa patas arriba y a mí con la aspiradora. Le
dije que estaba haciendo una limpieza general, por higene, y aunque
puso cara de no entender se retiró enseguida a su despacho, pues le
urgía escribir un informe o algo semejante5
A pesar de que la mujer esté
ausente de la vida del narrador, este modelo de mujer le atrae al
protagonista:
Entre
tanto, la candidatura encabezada por mi mujer había ganado las
elecciones en la universidad y yo tenía la impresión de que se
arreglaba más que antes para ir al trabajo. Pese a no ser joven,
poseía ese atractivo cruel que proporcionan la frialdad y la
distancia [...]6
El protagonista parece cómplice
de esta relación fría, en la que no hay comprensión dentro de la
pareja. Se da un ejemplo de esto cuando el narrador y su mujer hablan
de los hombrecillos:
– Dice su madre
que no duerme bien por culpa de esos dichosos hombrecillos.
– Habrá que
llevar cuidado con lo que se cuenta – concluí yo volviéndome
hacia mi mujer para mostrarle una fuente de ahumados especialmente
bien presentada –. ¿Qué te parece? – dije.
Ella la aprobó de
forma rutinaria (estaba acostumbrada a mis habilidades), pero era
evidente que tenía la cabeza en otra parte. Al poco, mientras
distribuía sobre una tabla de madera las piezas de sushi adquiridas
en un japonés cercano, volvió a la carga.
– Y
aparte del corte de digestión, ¿cómo estás tú? – dijo7
Como se puede ver, también el
narrador tiene sus problemas de comunicación: si por un lado, como
hemos visto antes, afirma ocupar un lugar periférico en los
intereses de su mujer, por otro él mismo rechaza el diálogo.
Más adelante en la novela, el
narrador está feliz de que su mujer le deje solo, así que puede
concentrarse en sí mismo:
Entonces
mi mujer tuvo que viajar al extranjero para acudir a un encuentro
internacional de rectores. Por primera vez desde que estábamos
juntos, me pareció liberadora la idea de quedarme solo […] tenía
una semana […]8
En su mundo imaginario, el
narrador encuentra en el adulterio con la mujercilla el cariño que
no tiene en su matrimonio, además de desahogar con aquella amante
ideal sus ganas sexuales.
Este parece
ser el primer protagonista que rechaza el sexo con su mujer. Antes
los personajes parecían utilizar el cuerpo de la mujer, desahogarse
en éste, proyectando allí sus instintos. Pero en Lo
que sé de los hombrecillos
el narrador parece rechazar esta abertura al mundo, este ver en el
mundo exterior su mundo interior, como pasaba en Tonto,
muerto, bastardo e invisible.
Ahora todo pasa dentro de él, y se queda allí, en una situación de
hermetismo. Ya en 2001 Millás hablaba de hermetismo y de mundos
internos:
Yo
creo que, a medida que pasa el tiempo, soy menos sociable. Es
curioso. Soy más sociable, por un lado, en el sentido de que manejo
mejor una serie de recursos; pero, al mismo tiempo, tengo cierta
tendencia a la retirada. Esto lo explicaba con una cita de la
biografía de Einstein
en el Prólogo
a la Trilogía
de la soledad,
haciendo referencia a la gratificación en los mundos internos. A mí
siempre me ha llamado mucho la atención cómo hay gente que se ha
inventado el mundo desde situaciones de hermetismo9
Estos mundos parecen haber
evolucionado. Antes estaban los personajes escritores que recreaban
la realidad sobre sus mesas, mientras escribían las novelas de sus
vidas y se proyectaban hacia el exterior. Ahora la conciencia de la
ficcionalidad y falsedad de la realidad ha alcanzado un nivel tal que
ni siquiera el protagonista siente la necesidad de reinventar la
realidad, de mejorarla, sino que se crea desde cero un mundo que es
completamente distinto del real. Como ya hemos visto, el narrador ha
renunciado a su ambición de cambiar las cosas para mejorarlas, y
entonces ya no tiene que utilizar material tomado de la realidad para
reconstruir su mundo.
El narrador en
su actitud pasiva frente a la realidad se parece un poco a Julia de
Visión
del ahogado.
También este personaje femenino reaccionaba al desencanto
encerrándose en casa y entregándose a sus ensueños, a su olvido de
la realidad. Después de treinta años vuelve entonces un período de
desencanto, vuelve un personaje totalmente pasivo. Pero esta vez los
papeles han sido invertidos: en Visión
del ahogado
era la mujer la que quedaba pasiva, mientras que ahora es el hombre.
Vemos ahora
que la sociedad ha evolucionado como había previsto Carlos Rodó en
El
desorden de tu nombre.
Este personaje hablaba de su época como un período cerrado, en el
que lo que no se hace en esta época no se hará nunca. El período
de El
desorden de tu nombre
es el período donde se puede hacer carrera. Pero este período
termina con Tonto,
muerto, bastardo e invisible,
donde ya el protagonista es demasiado viejo para encontrar un nuevo
trabajo. En Lo
que sé de los hombrecillos
las puertas que dan a la carrera siguen cerradas, los lugares
importantes ya han sido ocupados. Los personajes de Lo
que sé de los hombrecillos
ya han hecho carrera en su pasado, ya tienen una posición social. El
problema es que la mujer del protagonista quiere más, pero ya no
puede obtenerlo, ya se ha acabado la posibilidad de una escalada
social. Así que, en su intento de obtener más, muere debido en
parte a la frustración de sus aspiraciones políticas.
El narrador,
en cambio, afirma que estuvo a punto de morir por la ausencia de su
mujer, pero las rutinas con las que siempre había llenado su
existencia diaria fueron decisivas para salir adelante. No se produce
ninguna metamorfosi en el protagonista. A diferencia de los otros
relatos que hemos analizado – a excepción de Visión
del ahogado
– el protagonista no toma conciencia de la realidad en la que vive
– ya tiene su idea fija y desencantada –, y no intenta cambiar su
posición ni cambiarse a sí mismo. Aquí ya no se reflexiona sobre
las diferencias entre el presente y el pasado, sobre la dificultad de
adecuarse al presente. Aquí no hay espacio para el ambiente
exterior, y para los recuerdos y los ideales del pasado que influyen
en el presente. Si en La
soledad era esto
la protagonista necesita de los informes del detective, del diario de
su madre y de su diario para recomponer su personalidad, en Lo
que sé de los hombrecillos
el protagonista rechaza la ayuda de Honorio Gutiérrez. Este decano
de psicología habría sido el único personaje que habría podido
aportar un punto de vista exterior sobre su situación – ya hemos
visto que su mujer tiene demasiadas cosas por hacer para cuidar de su
marido. Sin embargo, el narrador no quiere enfrentarse con otro punto
de vista, que es exterior a su mundo, porque ya tiene a los
hombrecillos que funcionan como autoanálisis para él. De ahí el
solipsismo radical de esta última obra de Millás. El hombrecillo le
enseña al narrador los lugares sucios de su viviendas, le enseña
los límites de su moralidad, así el narrador se siente completo en
su individualidad. A lo mejor esta es la causa de la falta de
metamorfosis del protagonista: él rechaza el confronto, ya ha
crecido lo que necesitaba crecer.
El mundo de los hombrecillos y de
los vuelos de la imaginación del narrador es un mundo desatado del
tiempo y de la sociedad, y por esto parece ofrecer una protección
que lo alivia del mundo en que vive.
En este mundo el narrador parece
encontrar su realización compensatoria, así que el narrador no
intenta volcar la sociedad: prefiere pactar, buscar un acuerdo que le
permita vivir bien consigo mismo.
En Lo
que sé de los hombrecillos
no hay que discuidar una pequeña alusión a la situación política
española – minúscula como el hombrecillo, si pensamos en las
otras novelas que hemos analizado. Cuando el narrador habla con su
hombrecillo de la diferencia entra la versión grande y la versión
pequeña de él:
El desdoblamiento
físico potenciaba el desdoblamiento mental. Dije al hombrecillo –
siempre telepáticamente – que no resultaría fácil conciliar la
existencia de la versión grande de nosotros con la pequeña, pues lo
que para la versión grande estaba limpio, para la pequeña estaba
sucio; lo que para una era cómodo, para la otra era incómodo; lo
que para una estaba alto, para la otra estaba bajo...
– Claro – dijo
él sumándose a ese desdoblamiento retórico –, lo macro y lo
micro no siempre son compatibles.
– ¿En dónde no?
– pregunté.
– En
economía, por ejemplo, donde las cifras grandes no siempre explican
las pequeñas10
Aquí se ve
como hay un divorcio entre la microeconomía y la macroeconomía, que
puede representar también un divorcio entre lo histórico y lo
personal11.
Esto quiere decir que la historia de la nación, o la economía del
país, no tienen necesariamente que afectar al individuo. Al
contrario de los otros cuentos, Millás parece prospectar aquí una
salida no sólo de la Historia hecha por los grandes, sino también
de la historia en sí.
No se hace ni
se padece nada entonces, se sale del periodo histórico en que se
vive, de la sociedad, y se entra en el solipsismo.
1
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 38, 39
2
Ibid,
p.15
3
Ibid,
p. 25
4
Ibid,
p. 37
5
Ibid,
p. 57
6
Ibid,
p. 95
7
Ibid,
p. 151
8
Ibid,
p. 167
9
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm
10
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 57, 58
11
Como
ya hemos enseñado, Millás afirma en un articuento que «Es sabido
que hay quien hace la historia y hay quien la padece. La habilidad
de quienes la hacen consiste en hacer creer a los que la padecen que
son protagonistas de algo. Pero no es cierto: aquel pie que pisó
hace no sé cuántos años el improbable suelo lunar no era el mío»
[Juan José Millás, “La hora de comer”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento145.htm]