5.4 – El solipsismo radical

Si nos fijamos en los temas de las obras vistas hasta ahora, vemos como estos se repiten, aunque la perspectiva y la manera de afrontarlos cambia, además de cambiar el contexto político en que se desarrollan los eventos.
Fijémonos en la familia, que puede representar el microcosmos de la sociedad, o sea la realidad de las personas comunes, y en la identidad que puede representar el universo de cada personaje.
En Visión del ahogado tenemos un matrimonio desecho, con una mujer que, una vez abandonada por el marido, que es un criminal, queda pasiva frente a las violencias de su amante. No hay salida, ningún personaje logra quebrantar los modelos impuestos. La prospectiva de esta generación es muy negativa, parece que la mujer se haya hecho cargo del peso del desencanto de una generación, y se entrega a su modesto trabajo como a la única cosa que le queda.
La situación mejora en El desorden de tu nombre y La soledad era eso: los personajes parecen encontrar en la escritura – y entonces en la ficción – una manera de poner en cuestión la realidad, de reinventarla, rompiendo con los modelos impuestos. Al contrario de Visión del ahogado, donde la mujer es una víctima pasiva, Laura de El desorden de tu nombre de víctima pasa a ser verdugo, matando a su marido, y Elena de La soledad era eso se aleja de su marido, encontrando sola una nueva identidad. Éste parece ser un período en el que los hombres se dedican exclusivamente a su carrera, se reconstruyen sus vidas y sus identidades según su gusto, olvidándose los ideales de su joventud, aprovechándose de sus devotas mujeres, que, a su vez, son ahora capaces de reaccionar y de desestabilizar la situación.
En Tonto, muerto, bastardo e invisible y en Laura y Julio la identidad que antes había sido construida ahora parece implosionar. Los dos protagonistas masculinos descubren que sus identidades son ficticias, que están viviendo la vida de otros, que han hecha suya una máscara. De ahí juegan con sus identidades, las intercambian, las fragmentan, y descubriendo a sí mismos descubren los mecanismos ocultos de la sociedad el la que viven. Las mujeres, por el contrario, quedan atrapadas en el mecanismo social, ya no cuestionan la realidad, se han adecuado. La mujer del protagonista de Tonto, muerto, bastardo e invisible es “normal”, que piensa en su carrera. Laura de Laura y Julio es “falseada”: si por un lado ha intentado reconstruirse una vida a través del adulterio con su vecino, por otro ha quedado esclava de su ficción, de su relación con Manuel: una vez que su amante muere ella sigue escribiéndole, no logra inventarse una nueva vida. Lo que ella quería era casarse con Manuel, mientras era Manuel que tenía la vocación del adúltero, de quien rechaza la estabilidad.
Llegamos a Lo que sé de los hombrecillos (2010). Aquí la situación de las mujeres parece haber evolucionado aún más que en las últimas novelas analizadas: es el hombre el que se ocupa de las tareas domésticas mientras que la mujer piensa en su carrera.
Lo que sé de los hombrecillos parece ser una evolución de Tonto, muerto, bastardo e invisible: en ambas novelas el protagonista es también la voz narradora, sólo que mientras en el primero el recorrido que hace es descubrir la trampa detrás de la carrera y los reconocimientos sociales, en el segundo el personaje está ya más maduro, y parece haber ya hecho este recorrido:

Aunque habría preferido no asistir a esta escena, la fragilidad del huevo y del proyecto de ave que representaba me recordó la inconsistencia de algunos productos financieros de la época, que se malograban casi antes de nacer.
Mi mujer, como decía, aspiraba a hacer carrera académica. En realidad y la había hecho, pues detentaba desde joven una cátedra. Pero quería más. Ahora tenía la ambición de acceder a los puestos de poder político y al control de la gestión económica, por lo que se pasaba el día urdiendo complotes o asegurando que los padecía.
Podía entenderla porque también yo había sido víctima en su día de esa ambición que disfracé, como todo el mundo, de una coartada noble: la de cambiar las cosas para mejorarlas. Y aunque no la animaba, tampoco intentaba disuadirla. Me mantenía neutral, lo que no siempre era de su agrado, pues poseía un temperamento más apasionado que el mío desde el que malinterpretaba a veces mi imparcialidad. Su hija contituía el otro polo de sus preocupaciones […] Yo ocupaba en ese esquema de intensidades emocionales un lugar periférico, circunstancial. Era una sombra a la que a veces se dirigía para descargar sus iras o sus alegrías, pocas para compatir la dicha.
Yo había pasado por dos matrimonios (aquél era el tercero) y en todos acababa por ocupar un puesto semejante1

Como afirma el narrador, él ha pasado por dos matrimonios antes de esto. Otra vez entonces asistimos a familias que se quebrantan, y si pensamos en la edad del narrador – que parece ser la de Millás – podría ser que los otros dos matrimonios simbolicen las otras etapas que hemos analizado en los párrafos precedentes.
La primera etapa podría coincidir con el periodo descrito por Visión del ahogado. De esta etapa podría proceder parte del desencanto del narrador.
La segunda etapa que hemos visto es la de El desorden de tu nombre y La soledad era esto. Como escribe el narrador, él había sido víctima de las mismas ambiciones de su mujer en un tiempo pasado, como los personajes masculinos de las dos novelas que acabamos de mencionar, que, por sus aspiraciones, han quebrantado sus matrimonios.
La tercera etapa que hemos visto es la de Tonto, muerto, bastardo e invisible y de Laura y Julio. Como en la etapa anterior, el protagonista descubre la trampa detrás de la realidad impuesta. La diferencia entre la segunda y la tercera etapa es que antes el protagonista que pone en cuestión la realidad era femenino, mientras que ahora es masculino. Las mujeres parecen haberse adecuado. Hay además en la tercera etapa una exacerbación de la tendencia a jugar con la identidad.
En la cuarta y última etapa vemos la actitud desencantada del narrador de Lo que sé de los hombrecillos, junto a su rechazo por el mundo exterior. Esta su actitud parece proceder de una experiencia como la del narrador de Tonto, muerto, bastardo e invisible: estas dos novelas parecen ser etapas de un precurso lineal.
En Lo que sé de los hombrecillos, al contrario de Tonto, muerto, bastado e invisible, el hombre ha tomado conciencia de la trampa detrás de la carrera, y se ha resignado a un matrimonio “normal”, con una mujer que busca aún reconocimientos sociales – no hay divorcios esta vez.
En el texto hay más pasajes que hablan de la relación entre marido y mujer. En la página quince se habla de las aspiraciones de la mujer:

Mientras desayunábamos, me dijo que se quedaría a comer con unos compañeros para hablar de las elecciones, pues estaba formando un equipo con el que había decidido presentarse como candidata a rectora de la universidad. Le dije que no se preocupara, pues yo tenía mucho trabajo ese día y sólo tomaría para comer una ensalada2

Vemos aquí como el narrador mantiene una actitud pasiva con su mujer, la deja hacer.
Diez páginas más adelante, cuando los hombrecillos le fabrican un doble al narrador – quizás este es el momento más importante de la vida del narrador descrito en la novela – el protagonista dice que «Aquel día mi mujer se encontraba de viaje»3. Como se escribe unas páginas más adelante, su mujer vuelve de su viaje de trabajo «A los cuatro o cinco días del desdoblamiento»4.
La mujer del narrador está sumergida por el trabajo, y no puede dedicarle mucho tiempo, así que no logra entender lo que pasa en la cabeza del protagonista, y las razones de su comportamiento:

Mi mujer, que ese día regresó antes de la facultad, se extrañó al encontrar toda la casa patas arriba y a mí con la aspiradora. Le dije que estaba haciendo una limpieza general, por higene, y aunque puso cara de no entender se retiró enseguida a su despacho, pues le urgía escribir un informe o algo semejante5

A pesar de que la mujer esté ausente de la vida del narrador, este modelo de mujer le atrae al protagonista:

Entre tanto, la candidatura encabezada por mi mujer había ganado las elecciones en la universidad y yo tenía la impresión de que se arreglaba más que antes para ir al trabajo. Pese a no ser joven, poseía ese atractivo cruel que proporcionan la frialdad y la distancia [...]6

El protagonista parece cómplice de esta relación fría, en la que no hay comprensión dentro de la pareja. Se da un ejemplo de esto cuando el narrador y su mujer hablan de los hombrecillos:

Dice su madre que no duerme bien por culpa de esos dichosos hombrecillos.
Habrá que llevar cuidado con lo que se cuenta – concluí yo volviéndome hacia mi mujer para mostrarle una fuente de ahumados especialmente bien presentada –. ¿Qué te parece? – dije.
Ella la aprobó de forma rutinaria (estaba acostumbrada a mis habilidades), pero era evidente que tenía la cabeza en otra parte. Al poco, mientras distribuía sobre una tabla de madera las piezas de sushi adquiridas en un japonés cercano, volvió a la carga.
Y aparte del corte de digestión, ¿cómo estás tú? – dijo7

Como se puede ver, también el narrador tiene sus problemas de comunicación: si por un lado, como hemos visto antes, afirma ocupar un lugar periférico en los intereses de su mujer, por otro él mismo rechaza el diálogo.
Más adelante en la novela, el narrador está feliz de que su mujer le deje solo, así que puede concentrarse en sí mismo:

Entonces mi mujer tuvo que viajar al extranjero para acudir a un encuentro internacional de rectores. Por primera vez desde que estábamos juntos, me pareció liberadora la idea de quedarme solo […] tenía una semana […]8

En su mundo imaginario, el narrador encuentra en el adulterio con la mujercilla el cariño que no tiene en su matrimonio, además de desahogar con aquella amante ideal sus ganas sexuales.
Este parece ser el primer protagonista que rechaza el sexo con su mujer. Antes los personajes parecían utilizar el cuerpo de la mujer, desahogarse en éste, proyectando allí sus instintos. Pero en Lo que sé de los hombrecillos el narrador parece rechazar esta abertura al mundo, este ver en el mundo exterior su mundo interior, como pasaba en Tonto, muerto, bastardo e invisible. Ahora todo pasa dentro de él, y se queda allí, en una situación de hermetismo. Ya en 2001 Millás hablaba de hermetismo y de mundos internos:

Yo creo que, a medida que pasa el tiempo, soy menos sociable. Es curioso. Soy más sociable, por un lado, en el sentido de que manejo mejor una serie de recursos; pero, al mismo tiempo, tengo cierta tendencia a la retirada. Esto lo explicaba con una cita de la biografía de Einstein en el Prólogo a la Trilogía de la soledad, haciendo referencia a la gratificación en los mundos internos. A mí siempre me ha llamado mucho la atención cómo hay gente que se ha inventado el mundo desde situaciones de hermetismo9

Estos mundos parecen haber evolucionado. Antes estaban los personajes escritores que recreaban la realidad sobre sus mesas, mientras escribían las novelas de sus vidas y se proyectaban hacia el exterior. Ahora la conciencia de la ficcionalidad y falsedad de la realidad ha alcanzado un nivel tal que ni siquiera el protagonista siente la necesidad de reinventar la realidad, de mejorarla, sino que se crea desde cero un mundo que es completamente distinto del real. Como ya hemos visto, el narrador ha renunciado a su ambición de cambiar las cosas para mejorarlas, y entonces ya no tiene que utilizar material tomado de la realidad para reconstruir su mundo.
El narrador en su actitud pasiva frente a la realidad se parece un poco a Julia de Visión del ahogado. También este personaje femenino reaccionaba al desencanto encerrándose en casa y entregándose a sus ensueños, a su olvido de la realidad. Después de treinta años vuelve entonces un período de desencanto, vuelve un personaje totalmente pasivo. Pero esta vez los papeles han sido invertidos: en Visión del ahogado era la mujer la que quedaba pasiva, mientras que ahora es el hombre.
Vemos ahora que la sociedad ha evolucionado como había previsto Carlos Rodó en El desorden de tu nombre. Este personaje hablaba de su época como un período cerrado, en el que lo que no se hace en esta época no se hará nunca. El período de El desorden de tu nombre es el período donde se puede hacer carrera. Pero este período termina con Tonto, muerto, bastardo e invisible, donde ya el protagonista es demasiado viejo para encontrar un nuevo trabajo. En Lo que sé de los hombrecillos las puertas que dan a la carrera siguen cerradas, los lugares importantes ya han sido ocupados. Los personajes de Lo que sé de los hombrecillos ya han hecho carrera en su pasado, ya tienen una posición social. El problema es que la mujer del protagonista quiere más, pero ya no puede obtenerlo, ya se ha acabado la posibilidad de una escalada social. Así que, en su intento de obtener más, muere debido en parte a la frustración de sus aspiraciones políticas.
El narrador, en cambio, afirma que estuvo a punto de morir por la ausencia de su mujer, pero las rutinas con las que siempre había llenado su existencia diaria fueron decisivas para salir adelante. No se produce ninguna metamorfosi en el protagonista. A diferencia de los otros relatos que hemos analizado – a excepción de Visión del ahogado – el protagonista no toma conciencia de la realidad en la que vive – ya tiene su idea fija y desencantada –, y no intenta cambiar su posición ni cambiarse a sí mismo. Aquí ya no se reflexiona sobre las diferencias entre el presente y el pasado, sobre la dificultad de adecuarse al presente. Aquí no hay espacio para el ambiente exterior, y para los recuerdos y los ideales del pasado que influyen en el presente. Si en La soledad era esto la protagonista necesita de los informes del detective, del diario de su madre y de su diario para recomponer su personalidad, en Lo que sé de los hombrecillos el protagonista rechaza la ayuda de Honorio Gutiérrez. Este decano de psicología habría sido el único personaje que habría podido aportar un punto de vista exterior sobre su situación – ya hemos visto que su mujer tiene demasiadas cosas por hacer para cuidar de su marido. Sin embargo, el narrador no quiere enfrentarse con otro punto de vista, que es exterior a su mundo, porque ya tiene a los hombrecillos que funcionan como autoanálisis para él. De ahí el solipsismo radical de esta última obra de Millás. El hombrecillo le enseña al narrador los lugares sucios de su viviendas, le enseña los límites de su moralidad, así el narrador se siente completo en su individualidad. A lo mejor esta es la causa de la falta de metamorfosis del protagonista: él rechaza el confronto, ya ha crecido lo que necesitaba crecer.
El mundo de los hombrecillos y de los vuelos de la imaginación del narrador es un mundo desatado del tiempo y de la sociedad, y por esto parece ofrecer una protección que lo alivia del mundo en que vive.
En este mundo el narrador parece encontrar su realización compensatoria, así que el narrador no intenta volcar la sociedad: prefiere pactar, buscar un acuerdo que le permita vivir bien consigo mismo.
En Lo que sé de los hombrecillos no hay que discuidar una pequeña alusión a la situación política española – minúscula como el hombrecillo, si pensamos en las otras novelas que hemos analizado. Cuando el narrador habla con su hombrecillo de la diferencia entra la versión grande y la versión pequeña de él:

El desdoblamiento físico potenciaba el desdoblamiento mental. Dije al hombrecillo – siempre telepáticamente – que no resultaría fácil conciliar la existencia de la versión grande de nosotros con la pequeña, pues lo que para la versión grande estaba limpio, para la pequeña estaba sucio; lo que para una era cómodo, para la otra era incómodo; lo que para una estaba alto, para la otra estaba bajo...
Claro – dijo él sumándose a ese desdoblamiento retórico –, lo macro y lo micro no siempre son compatibles.
¿En dónde no? – pregunté.
En economía, por ejemplo, donde las cifras grandes no siempre explican las pequeñas10

Aquí se ve como hay un divorcio entre la microeconomía y la macroeconomía, que puede representar también un divorcio entre lo histórico y lo personal11. Esto quiere decir que la historia de la nación, o la economía del país, no tienen necesariamente que afectar al individuo. Al contrario de los otros cuentos, Millás parece prospectar aquí una salida no sólo de la Historia hecha por los grandes, sino también de la historia en sí.
No se hace ni se padece nada entonces, se sale del periodo histórico en que se vive, de la sociedad, y se entra en el solipsismo.



1 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 38, 39
2 Ibid, p.15
3 Ibid, p. 25
4 Ibid, p. 37
5 Ibid, p. 57
6 Ibid, p. 95
7 Ibid, p. 151
8 Ibid, p. 167
9 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm
10 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 57, 58
11 Como ya hemos enseñado, Millás afirma en un articuento que «Es sabido que hay quien hace la historia y hay quien la padece. La habilidad de quienes la hacen consiste en hacer creer a los que la padecen que son protagonistas de algo. Pero no es cierto: aquel pie que pisó hace no sé cuántos años el improbable suelo lunar no era el mío» [Juan José Millás, “La hora de comer”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento145.htm]